Ya lo sabemos: los sábados son otra historia. El despertador se queda mudo, el ritmo general baja y por fin hay tiempo para ese desayuno lento o para perderse un rato entre pestañas del navegador sin ningún tipo de culpa. El sábado tiene esa magia de “no hay prisa”, de plan improvisado o sofá infinito, de dejar que el día fluya. Y si entre tanto relax cae alguna compra con descuento, pues oye… tampoco está mal eso de mimarse un poco mientras el resto del mundo sigue despertando.
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