¿Qué es lo que alguien busca en una ciudad? ¿Cómo se orienta? ¿Qué le interesa? Mis viejos, que eran médicos, tomaban a los hospitales como puntos de referencia. Decían que tal o cual se está por mudar “cerca del hospital Fernández”, o que se les rompió el auto y los dejó “a unas cuadras del Argerich”, o que habían ido a una rotisería “no lejos del Tornú”. Muchos taxistas indican a las comisarías, igual que los porteros. Cada uno tiene sus inquietudes, qué se le va a hacer. A mí no me interesan las ciudades que no tienen librerías de viejo (o que tienen solo una o dos). He estado muchas veces en ciudades así y a las pocas horas comienzo a experimentar una sensación de claustrofobia, de sinsentido espantoso. Una vez consumada la obligación que me llevó hasta esa ciudad, salgo a la calle y qué hago sin librerías de viejo, ¿caminar? ¿Disfrutar del paseo? Cuando llegaba a Ciudad de México, por mencionar una ciudad a la que fui varias veces (en la época en que era un autor exitoso y viajaba bastante), lo primero que hacía era ir a la calle Donceles, donde hay una librería de viejo al lado de otra. Y luego iba a la Colonia Roma Norte, donde también hay un montón. No hace mucho cené con alguien que vivió muchos años en México. Hablando de las librerías de la calle Donceles, y de la lista de autores mexicanos que había encontrado, me dijo algo así como: “Y además se encuentran muchos libros argentinos que aquí ya no se consiguen por ningún lado. Ahí se comprueba la influencia que tuvo la industria editorial argentina en América Latina hasta los 60”. Debo confesar que la frase me dio a pensar (qué mejor que encontrar libros inhallables donde sea) pero a la vez me sorprendió: aun con sus subes y bajas (este es un momento de baja), las librerías de viejo de Buenos Aires son bastante buenas. Quizá falte aquí una Joseph Gilbert, como en París, o una Strand, como en Nueva York, librerías de viejo inmensas, imposibles de recorrer en un solo día; no obstante, el nivel de las librerías de viejo porteñas es más que aceptable.
Pensaba en esta frase, mientras releía un ensayo de una escritora mexicana. Está incluido en El hacha puesta en la raíz. Ensayistas mexicanos para el siglo XXI, un volumen de 600 páginas que compila artículos de ensayistas nacidos entre 1970 y 1983. El ensayo en cuestión se llama Mate a su jefe: renuncie (argumentos contra la nueva esclavitud del dinero), y su autora es Vivian Abenshushan. En la ficha biográfica, se presenta así: “Nacida en México DF en 1972, es escritora, editora y desokupada. En una vertiginosa y entusiasta carrera hacia el abismo, renunció a los 25 a la academia, a los 32 al trabajo forzado y a los 33 decidió fundar la editorial independiente Tumbona Ediciones: tumbona.blogspot.com”. Mate a su jefe… es el más literario de los ensayos del libro, una bonita crónica llena de pensamientos, a partir de un viaje a Buenos Aires. Y de repente, Abenshushan escribe: “Viajé a Buenos Aires en diciembre del año pasado en busca de los libros que ya no encuentro en México”. Pero cómo: ¿es en Buenos Aires o en México donde se encuentran libros agotados? ¿Es aquí o es allá? Seguramente es allá: en el allá de cada uno. En aquel lugar que nos aparece como raro, extraño, radicalmente otro. A ese lugar también se lo puede llamar literatura.