Hablar hoy del conflicto palestino-israelí es arriesgarse a ser asesinado por los partidarios de ambos bandos. Sin embargo, no hablar de él es aceptar el odio que genera. El odio, según Freud, alimenta la agresión y la voluntad de autodestrucción de toda vida colectiva. En resumen, el odio desata violencia. No solo allí, en Oriente Medio, donde lleva décadas ocupando el espacio; sino también aquí, en Europa, donde pronto podría provocar encarnizadas batallas entre personas de diferentes credos, con las consiguientes estelas de víctimas.
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