Cuando se estrene Vanya, Oscar Barney Finn habrá cumplido sus 87 años. “No los siento”, dice. Hacedor incansable, reconocido director de cine, teatro y televisión, docente y guionista, está entusiasmado con su florecido presente. Sube y baja las escaleras del BAC (British Arts Centre) sin prisa, pero sin pausa. No toma atajos, recorre peldaños, camina entre butacas, sube al escenario, hace gala de su memoria. Hay días que se levanta muy temprano, antes de las 5 de la mañana, y se va a dormir a la medianoche; y entonces siente un poco de cansancio. Nada que no lo ocurra a cualquiera, al margen de la edad que tenga.
Nunca está con un solo proyecto. Ahora la expectativa está puesta en el estreno de Vanya -el 7 de noviembre, en el BAC- unipersonal en el que Paulo Brunetti compondrá a los distintos personajes de la obra de Antón Chéjov. Oscar Barney Finn dirige este espectáculo en el que Vanya, Serebriakov y Astrov, entre otros, estarán encarnados por un solo actor. Pero además, también dirige El salón dorado -sobre uno de los cuentos de Misteriosa Buenos Aires, de Manuel Mujica Láinez-, en el Museo Fernández Blanco, actualmente en cartel. Y está escribiendo sus memorias: un ejercicio que lo llevó a revisitar su pasado y abrir puertas que lo sorprendieron con recuerdos abandonados.
“Hace unos días fui al cumpleaños del actor Pablo Mariuzzi. Salí a bailar, como si tuviera 45 años, y en la pista me di cuenta de que tenía 86 años y el nervio ciático que no es poco... Pero después se me va el dolor y salgo de nuevo”, confiesa.
Tiene una rutina “medianamente cuidada”. “Salvo en alguna reunión, no soy de tomar mucho, no fumo, me gusta caminar. Pero con tantas obligaciones que tengo, no me queda tiempo”, asegura.
Por otra parte, estar escribiendo sus memorias también es una exigencia grande para las emociones de Oscar, quien entre otros galardones recibió el Premio ACE de Oro 2023. “Son muchos años a recordar”, dice. Y de repente, aparecen temas del pasado “que por ahí no estaban resueltos”, revela. “Y eso vuelve. Y vuelve a instalarse a veces con algunas preguntas incómodas para mí”, continúa. Entonces se cuestiona si tiene ganas de contar o no.
“Hay cosas que pertenecen al ámbito privado. El mundo en el que vivimos hoy nos hace a veces confundir y creemos que todo puede ser público. Y no es así. Tal vez por la edad, pero tengo ciertos pudores. Hay cosas que tienen mucho valor para uno y cuando las ponés en palabras, no tienen el mismo valor”, reflexiona. El proceso de escritura lo llevó a asombrarse de todo lo que hizo a lo largo de su vida. “Desde el cine, que me fascina, que es para lo que me preparé, pasando por la ópera, donde vi muchos celos y competencias…”, repasa.
Oscar Barney Finn, en la oscuridad del BAC, donde estrenará «Vanja». Foto: Mariana Nedelcu
Un hombre con múltiples proyectos
Entre sus puestas en escena recientes se encuentran Muchacho de Luna, Mármol, Brutus, La lluvia seguirá cayendo y Petrópolis. En abril próximo, se estrenará en el teatro San Martín La niña en el altar, de Mariana Carr, también bajo su dirección.
Pero ahora es el turno de Vanya -escrita por Simon Stephens-, que propone una obra clásica reinventada en clave contemporánea. Cuando leyó el material, Barney Finn pensó en la necesidad de adaptarlo. ¿En qué provincia venía bien que transcurriera la historia?
“Habla de bosques y de incendios. Entonces pensé en una provincia patagónica”, relata. “En la versión inglesa, Serebirakov, el marido de Elena, era un director de cine. Pero yo acá no lo veía así. Pensé que fuera un hombre que había sido gobernador de la provincia y ahora quería ser senador. Y quiere vender la finca para poder quedarse en Buenos Aires y vivir cerca de su objetivo. Y que estos pobres que trabajan la tierra, vivan en una casita en El Bolsón”, repasa el proceso creativo.
“Así como busco aggiornar los sentimientos, también quiero aprovechar datos de la realidad”, dice para explicar la adaptación que hizo de Tío Vania, en la que tuvo en cuenta la proximidad de paisajes y situaciones emparentados con los que propone la historia de Chéjov. “La tala de bosques está; en el Sur; incendios hay. Por eso me parecía un despropósito no usar eso. Astrov habla de lo que se abandona. Y hoy estamos luchando para que no destruyan los signos de identidad que hay en los paisajes”, cuenta.
La última película que dirigió fue Momentos robados, en 1997. “Dejé de dirigir por las deudas. Tardé ocho años en sacarme las deudas de esa película. Me agarró la pesificación de los depósitos y no podía cubrir lo que le debía al Instituto de Cine. Peleé y peleé por algo que era incorrecto, hasta que lo logré. También cambió la industria y uno se va agotando. Pero hoy tengo ganas de hacer algo más de cine. Me ofrecieron hacer una versión de La lluvia seguirá cayendo”, anticipa.
“Producir teatro no es fácil. Estos últimos años han quitado tanto los apoyos con los que uno antes contaba…”, se lamenta. “Menos mal que uno consigue auspiciantes”, agradece y asegura que “me tengo que involucrar, hay que moverse mucho”, dice, con respecto a la producción. Y si bien hizo espectáculos comerciales, afirma preferir “estas cosas más de laboratorio, porque es donde siento libertad frente al texto”.
A los 87 años, Oscar Barney Finn sigue tan activo como siempre y piensa en escribir sus memorias. Foto: Mariana Nedelcu“Tengo una mirada más personal, más independiente, que yo mismo la he buscado. Esta sala me gusta mucho, me gusta este escenario”, mira desde una butaca y disfruta al observar ese espacio. Recuerda Vita y Virginia -con Elena Tasisto y Leonor Benedetto-, un exquisito espectáculo que estrenó en los ’90 también en el BAC, la misma sala en la que se estrenará Vanya.
Memorias propias y ajenas
Vuelve a sus memorias, que quiere terminar de escribir antes de fin de año. “Es una tarea agotadora”, afirma. “Las otras noches estaba leyendo la biografía de Beatriz Sarlo. Y dice que se llevaba muy mal con su padre, porque su padre era alcohólico. Y en mi infancia y en mi adolescencia, mi padre, divina persona, era alcohólico. Mi padre tuvo largas internaciones y veníamos desde La Plata, con mi madre y con mi hermano, a verlo al Hospital Británico, porque eran tratamientos que duraban bastante tiempo. Tengo muy lindos recuerdos, pero otros muy fuertes”, dice.
Desde La Plata, viajó un tiempo a la Capital para estudiar Odontología. Al segundo año ya no rindió ninguna materia. “Me anoté en la carrera para viajar a Buenos Aires y ver películas, nada más”, confiesa.
Después le tocó hacer el servicio militar en Azul. Un año después de la muerte de su padre, Oscar viajó a Europa, habiendo obtenido una beca del gobierno francés para perfeccionar estudios de cine, entre 1962 y 1964.
“Fue una beca maravillosa, pero llegó demasiado rápido, cuando todavía no estaba preparado para sacarle partido. Una vez que terminó la beca, en Francia, trabajé de portero de un restaurante”, recuerda. Movido por esta búsqueda de retazos del pasado a la que lo llevan sus memorias, rescató cartas que escribía a su familia desde allí y en las que puede reconocer en la narración de los paseos, las reuniones familiares y otros momentos, que su padre, a pesar de todo, no había estado tan ausente.
De joven, Oscar Barney Finn vivía en La Plata. Y se anotó en Odontología en la ciudad de Buenos Aires sólo para venir a ver películas. Foto: Mariana Nedelcu“La película que más vio papá conmigo fue Pelota de trapo”, recuerda. Y buscó, hace poco, hasta encontrarlo, un anillo que era de su padre y que ahora luce en una de sus manos. Pregunta necesaria: ¿hizo terapia alguna vez? Y la respuesta es “no”. Parece estar haciéndola ahora entre líneas de sus memorias. “Bueno, no hace mucho, estuve yendo a un psicoanalista. Pero me dije: “A esta altura, no me voy a embromar la vida. Estoy grande, no hace falta”, y renunció a eso.
Entre otras cosas, siendo joven, trabajó en el Ministerio de Educación de la provincia. También en la escuela del Instituto de Cine. Ese puesto lo perdió por defender a dos alumnos que habían hecho una filmación en la que aparecía Eva Perón y que iban a ser expulsados.
“Me quitaron la posibilidad de crédito para hacer Contar hasta diez, cuando se llamaba Buen viaje, Ramón. Y mi amigo Luján Guitérrez, de la revista Gente, me convocó para que escribiese críticas, pero no ponía mi nombre. Y lo hice mucho tiempo”, repasa. Ese material será reunido en una publicación.
Recientemente, manifestó que había hecho renuncias en su vida personal, por el cine. Tal vez como parte de ese proceso reflexivo al que lo llevaron las memorias. “Eso se lo dije a Héctor Maugeri. Yo creo que uno cumple las etapas por las que pasan todos, las amistades de la infancia, de la adolescencia, las vacaciones, las noviecitas… Cuando yo logré el objetivo de hacer mi primera película, vinieron otros objetivos profesionales y empecé a hacer otra vida, con otras satisfacciones, y me olvidé de lo personal”, asume.
“Pero no estoy disconforme con la vida. Estoy a gusto”, afirma. “Es uno el que elige su camino. Y yo soy consciente de que elegí”.
Se reconoce creyente. “Bastante”, dice. “Hasta hace muy poquitito yo no era muy consciente del paso del tiempo. Pero ahora, entrando en los 87, sí. Cuando cumplí los 80, invité a todos mis amigos y les dije: ‘Los espero en los 90’. Pero en el camino, ya tengo muchísimos menos amigos para invitar. Y entonces uno se pregunta: ‘¿Por qué no vas a ser vos el próximo?’ Pero no quiero entrar en esos pensamientos. Que llegue cuando tenga que llegar. Mientras tanto, yo tengo que vivir y no buscar tanto la trascendencia. Esto mismo es una obra más. No es la vida. Y eso cuesta mucho entenderlo”.
Oscar Barney Finn dice estar a gusto con su vida. Foto: Mariana Nedelcu
Información
Vanya -de Simon Stephens-, protagonizada por Paulo Brunetti, y dirigida por Oscar Barney Finn, se estrenará el 7 de noviembre, y se presentará por diez únicas funciones en el BAC (British Arts Centre, Suipacha 1333). Luego la obra hará temporada en Mar del Plata, para después volver a Buenos Aires.
Se trata de una nueva y radical versión del Tío Vania (1899), de Chéjov, donde Brunetti da vida a múltiples personajes. Una adaptación unipersonal que explora las complejidades de las emociones humanas.
En 2023, el reconocido actor Andrew Scott presentó en el Duke of York’s Theatre de Londres Vanya, una versión unipersonal de la obra de Chéjov, adaptada por Simon Stephens y dirigida por Sam Yates. En un desafío interpretativo sin precedentes, Scott encarnó a todos los personajes, ofreciendo una actuación que fue aclamada por la crítica internacional y distinguida con importantes galardones.
El espectáculo fue registrado y difundido en cines de todo el mundo a través de National Theatre Live en 2024, acercando esta innovadora propuesta a nuevas audiencias. En 2025, Vanya inicia su recorrido en Nueva York con funciones en el Lucille Lortel Theatre, consolidando su proyección internacional como una de las producciones más relevantes de la escena contemporánea.





