“Luciérnaga”, la novela de Natalia Litvinova que ganó el Premio Lumen el año pasado, nos interpela con las nostalgias, los procesos de adaptación, el aquí y el allá. La niñez de Natalia, bielorrusa, se vio afectada por la explosión de Chernobyl. Y en la novela plantea tres espacios: uno que habla de la vida hasta sus 10 años en una sociedad que se desintegraba, una segunda parte donde recuerda a su madre y a su abuela. Y la última: un mundo y una lengua desconocidos: la Argentina y el español.
Por su parte, en “Seamos felices mientras estamos aquí” Carlos Ulanovsky nos recuerda los 2215 días que vivió exiliado en México en los años 70. La frase la tomó de una artesanía local que tenía esa frase y que coincidía con lo que sentía: el cuerpo y la cabeza en el Distrito Federal y el alma y el corazón en Buenos Aires. Sin embargo, al regresar al país extrañaba la cultura azteca y empezó a considerarse un “argenmex”.
En nuestro país, durante la ola inmigratoria de fines del XIX y principios del XX no faltaron obras oscuras que denostaban al inmigrante. Un claro ejemplo es “En la sangre”, publicada en 1887 por Eugenio Cambaceres. Narra la historia de Genaro, hijo de italianos, que intenta ingresar en la alta burguesía pero usando la mentira y la trampa como herramientas, algo que -se intuye- por sus genes no puede evitar.