El lunes se convierte, así, en la síntesis de un momento de máxima fragilidad: la posibilidad de que el “infierno tan temido” deje de ser una metáfora para transformarse en una realidad palpable.
Entre la euforia y el abismo: la Argentina del día después
El lunes amaneció con dos caras muy distintas. Por un lado, la contundente victoria de Axel Kicillof, que con una verdadera paliza electoral ratificó su liderazgo y encendió la euforia de miles de militantes que celebraron en las calles. La gente se abrazó, cantó y respiró alivio: en un clima de desencanto generalizado, la política volvió a despertar pasión.
Pero, al mismo tiempo, en los pasillos de la economía la atmósfera era muy distinta. La derrota nacional del oficialismo arrastró la última chispa de confianza en un plan económico ya frágil. La presión sobre el dólar se intensificó y los rumores de corrida cambiaria se instalaron con fuerza. La deuda en pesos continúa creciendo, sin un plan alternativo a la vista.
Así, el país se mueve entre dos pulsos contrapuestos: la fiesta popular que desató Kicillof y la incertidumbre financiera que amenaza con convertir el lunes en el “infierno tan temido”. Dos escenas que conviven y que marcan el pulso de una Argentina siempre en tensión, donde la política y la economía parecen bailar a ritmos distintos, pero igualmente decisivos para el futuro inmediato.
El gobierno enfrenta un escenario crítico: la derrota electoral no solo golpeó el tablero político, sino que también dejó tambaleando a una economía que ya caminaba sobre una cornisa. La confianza, uno de los pilares más frágiles del plan oficial, parece haberse quebrado definitivamente.
La presión sobre el dólar se intensifica y los rumores de una corrida cambiaria empiezan a convertirse en una amenaza concreta. Mientras tanto, la deuda en pesos continúa inflándose sin que aparezca una estrategia clara que contenga la situación.
La ausencia de un plan alternativo agrava la incertidumbre. En un contexto de alta vulnerabilidad, donde las medidas son más reactivas que preventivas, el mercado percibe que no hay conducción firme ni horizonte definido. Esa percepción, sumada a la tensión política, conforma la tormenta perfecta.