La masiva presencia policial y la represión a manifestantes opacaron el evento, exponiendo la tensión social que el Gobierno busca silenciar con grandilocuencia.
El evento en el Movistar Arena, protagonizado por el Presidente, buscó ser una demostración de fuerza y fervor militante. Sin embargo, lo que ocurrió en las calles aledañas al estadio terminó por dibujar un cuadro más complejo y, para muchos, preocupante. Por primera vez, la presencia del mandatario en un acto de estas características concitó una activa movilización de grupos críticos en las inmediaciones, reflejando un creciente descontento social que el «circo» interior no pudo disimular.
La respuesta del operativo de seguridad fue desmedida: una presencia policial abrumadora que, lejos de ser disuasiva, terminó generando incidentes. Los testimonios y las imágenes muestran a las fuerzas de seguridad repartiendo golpes y gases contra los manifestantes, incluyendo a jubilados que portaban carteles de protesta y a trabajadores de prensa que intentaban documentar la situación. El uso de la fuerza contra la protesta pacífica evidenció una clara instrucción de silenciar cualquier disidencia en la previa al show.
Esta dualidad de «palos afuera, circo adentro» se convierte en una crítica central a la gestión. Mientras en el escenario se desplegaba la coreografía política del líder y sus seguidores, con cantos y el habitual histrionismo grandilocuente, en la periferia se aplicaba la mano dura para garantizar que el espectáculo no fuera interrumpido por el eco de la crisis. La represión no solo buscó disciplinar a los manifestantes, sino también crear una burbuja mediática para que solo trascendiera la imagen de un presidente popular y aclamado, ocultando la creciente polarización y el costo social de sus políticas. Es la lógica de un gobierno que parece preferir la puesta en escena a la gestión de la conflictividad.