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¿Para qué sirve la OEA?

Desde su creación en 1948 en Bogotá, la Organización de Estados Americanos (OEA) se concibió como un espacio para promover y defender la democracia y los derechos humanos. Era la época de la posguerra. Estados Unidos diseñaba un nuevo orden mundial y veía la necesidad de que el hemisferio occidental se mantuviera como un territorio de paz y convivencia, tal cual lo ha sido, a pesar de los conflictos internos de cada uno de los 35 países. América, a diferencia de otras regiones —en especial Europa—, no ha sido escenario de guerras entre Estados, salvo contadas excepciones. Esa paz continental le garantizaba a la patria de George Washington unas condiciones mínimas de seguridad que le permitieran ejercer un liderazgo global sin mayores sobresaltos.

La crisis de los misiles en 1962 lo demostró con claridad: la simple posibilidad de que la Unión Soviética instalara misiles en Cuba bastó para poner al planeta al borde de una conflagración nuclear y frenar la agresión a la isla. Estados Unidos jamás ha librado una guerra en su propio territorio ni en el continente. Hacer la guerra a 15.000 kilómetros de distancia —como en Vietnam— es una cosa; vivirla en el propio patio trasero, otra muy distinta.

Pero los tiempos están cambiando. El liderazgo global de Estados Unidos hoy se encuentra desafiado por la emergencia de nuevos actores económicos y tecnológicos que apuntan hacia un mundo multipolar. De allí que la administración Trump haya decidido prestar mayor atención a su zona de influencia más inmediata: América Latina y el Caribe.

El regreso de la Doctrina Monroe

Esta semana el presidente Trump presentó la Estrategia de Seguridad Nacional 2025, un documento que no deja lugar a dudas: una “restauración sensata y contundente” del poder y las prioridades de EE UU, según reza el propio texto. Su espíritu es, en esencia, una reedición de la Doctrina Monroe (“América para los americanos”). Por supuesto, el término americanos no tiene aquí la connotación amplia e incluyente que Obama ensayó en La Habana cuando afirmó: “Todos somos americanos”. No. En la visión de Trump, los únicos americanos son ellos. Y está dispuesto a mantener la hegemonía hemisférica al costo que sea, como lo demuestra la enorme movilización naval en el Caribe (“La Lanza del Sur”), la reformulación de la guerra contra las drogas —convertida en el gran pretexto para intervenir y controlar la región— y el embargo de facto contra Venezuela, semejante a los sitios militares contra fortalezas en la antigüedad. El cierre del espacio aéreo, con efectos devastadores sobre la economía y con impacto directo sobre la población civil, es la evidencia más clara de lo que subyace en su planteamiento.

En efecto, Trump está redefiniendo las prioridades. “To focus on everything is to focus on nothing”. El America First guía la estrategia: todo se orienta al interés nacional, no a objetivos globales.

He sostenido en análisis anteriores que se está dando un nuevo reparto del mundo: un nuevo Yalta. Los movimientos de Putin frente a Ucrania y su anexión dura mediante la guerra; su absorción progresiva de Bielorrusia; las decisiones de Netanyahu en Oriente Medio; o la disputa entre China y Japón por Taiwán no difieren mucho del comportamiento de Estados Unidos en el continente americano. Trump está dispuesto a apropiarse del hemisferio, país por país: comprar Groenlandia a Dinamarca, anexar a Canadá, retomar el control del canal de Panamá y mantener en su redil a los países por la vía de la cooptación —como en Argentina, donde ha brindado respaldo financiero para estabilizar una economía deteriorada—, mediante injerencia política directa en elecciones —tal como ha procedido en Honduras— o por la fuerza y la intimidación, caso Venezuela.

En defensa de la OEA

Ante este panorama, es inevitable preguntarse: ¿para qué sirve la OEA? Trump detesta todo lo que huela a multilateralismo; considera que limita su margen de maniobra. Y si bien durante décadas esta organización fue funcional a Washington, hoy puede resultarle un estorbo. Sin embargo, pese a sus limitaciones y carencias, es uno de los organismos internacionales que merece defensa: las instituciones que ha construido —entre ellas la Corte Interamericana de Derechos Humanos— representan un avance civilizatorio y mantienen viva la fe en que existe la justicia. No hay, además, en el continente americano, otro foro de una trayectoria centenaria, si se tiene en cuenta que la Primera Conferencia Americana fue celebrada en Washington en 1889, en la cual, por cierto, no participó Argentina.

La historia está llena de paradojas. Maduro anunció el retiro de Venezuela en 2017 y lo materializó en 2019. Pero ¿en dónde, si no en la OEA, puede plantearse el debate frente a una eventual intervención militar norteamericana? Es un espacio donde el principio de igualdad jurídica permite que los Estados más pequeños sean reconocidos por los más grandes. El Secretario General tiene la facultad de llevar ante la Asamblea General o el Consejo Permanente cualquier asunto que, a su juicio, pueda afectar la paz y la seguridad del continente o el desarrollo de los Estados miembros.

Debido a la asimetría militar, la idea de un mundo multipolar parece aún lejana, a juzgar por los tímidos pronunciamientos de China, Rusia y la Unión Europea frente a la crisis del Caribe. Esto hace que la OEA sea el escenario natural para debatir los asuntos hemisféricos. No sobra recordar que cuenta con más de 70 Estados observadores permanentes y también con la Unión Europea.

La carta dirigida por un grupo de juristas de diferentes países al Secretario General de la OEA, Alberto Ramdim, encabezada por Eugenio Raúl Zaffaroni, exjuez de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, (Argentina) y Baltasar Garzón, exjuez de la Audiencia Nacional (España), apunta en ese sentido. En uno de sus apartes señala: “Desde septiembre del presente año, la agresión bélica unilateral y las constantes amenazas de Estados Unidos, bajo el pretexto de la seguridad regional y la lucha antidrogas, han escalado significativamente. Especialmente, con los ataques aéreos mortales en el mar Caribe contra buques y lanchas que, según alega el gobierno de Trump, sin aportar pruebas, se utilizaban para el tráfico de drogas. De acuerdo con lo analizado por un grupo de expertos de la ONU, los ataques estadounidenses contra naves en el Caribe, frente a las costas de Venezuela, equivalen a ejecuciones extrajudiciales y constituyen un crimen internacional”.

La reedición de la Doctrina Monroe solo puede enfrentarse mediante la unidad americana en torno a la democracia, el Estado social de derecho y la vigencia plena de los derechos humanos. La OEA debe estar a la altura de las circunstancias.

Redacción

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