por José Arenas
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Déjame que esparza manzanas en tu sexo, dice Gioconda Belli. Temprano el durazno del árbol cayó, cantaba Spinetta. Qué tiene La Zarzamora, se pregunta una canción española. A la mar fui por naranjas cosa que la mar no tiene, coreaban, desalentadas, Leda Valladares y María Elena Walsh. Tiramisú de limón, helado de aguardiente, se queja Joaquín Sabina. Medio melón en la cabeza llevaba el loco de Ferrer y Piazzolla. Le crecían cerezas en los ojos y cada noche los besaba el rocío, recita Juan Gelman. Tu boca una bendición de guanábana madura, hablaba, con lésbico deseo, Chavela Vargas. Que las limas son bien fresas, que la vulgar mandarina se siente tan tangerina, dice Liliana Felipe. Jugo de tomate frío en las venas deberás tener, nos recordaba Manal. Vuelve Liliana Felipe: señoras, no sean frutas, que todas somos sabrosas.
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Literatura, música, pintura, fotografía, política. Décadas de cultura de frutería en el conocimiento popular.
En Montevideo la cámara de la computadora se ha encaprichado. No deja que Federico Kukso, en Buenos Aires, vea más que una sombra parlanchina que hace unos minutos le hace preguntas protocolares de presentación. Luego, paciente, espera un momento a que El Google Meet funcione en el celular y permita un cara a cara. Es martes y el día anterior ha sido una fecha de conmemoración política en Argentina. Con los ecos de la historia reciente aún en el aire y una masiva convocatoria a lo largo del país vecino, la política se presenta hasta en lo más cotidiano. Manzanas, cerezas, naranjas, ananás, melones, cuerpos de carne sabrosa insospechadamente cargados de humanidad a lo largo de los siglos.
—¿Toda fruta es política?
—Y, si vos considerás lo que intento hacer en mi libro, podemos decir que las frutas han desempeñado un rol —lo siguen desempeñando— en las sociedades y en las culturas. Los seres deliciosos, dulces y tentadores que nos han acompañado a lo largo de nuestra historia como especie, y que vemos como eso, como la naturaleza misma, en realidad son protagonistas de un tejido mucho más complejo. Las frutas son personajes presentes a lo largo de la historia, de la cultura, y que están muy insertos en todo tipo de prácticas. Lo que me pasó cuando inicié el libro es que empecé a encontrar historias de todo tipo que me han cambiado por completo mi visión de la fruta. Entonces, una de las grandes hipótesis, o una de las grandes ideas con las que yo empiezo el libro, es algo así como que desde hace ciento cincuenta años domina lo que se llama la concepción nutricional, la narrativa nutricional, que si te fijás, excede a las frutas. O sea, es la manera en la que pensamos cualquier alimento. Lo pensamos en calorías, en proteínas, en carbohidratos, en categorías invisibles. Nadie vio una caloría, nadie vio una vitamina. Y son maneras de pensar. Lo loco es que en este discurso de la nutrición —no digo que haya conspiración— pero es interesante ver que esta mirada barrió una dimensión simbólica, una dimensión histórica, una dimensión mitológica. O sea, si pensás cómo concebían la fruta los griegos, no la concebían como proteínas. Entonces el juego es decir que cuanto más se conocen estos alimentos, más ricos culturalmente van a ser, y de alguna manera te permite reconstruir esta dimensión histórica.
Al igual que lo hace en Frutología: historia política y cultural de las frutas, su libro más reciente, Kukso habla con locuacidad y conocimiento sobre todas las dimensiones desde las que puede observar algo tan, en apariencia, sencillo como una fruta. En sus trescientas páginas, a través de sus numerosos capítulos, el lector encuentra una fórmula narrativa para cada una de las frutas desde su presencia en un mundo mitológico, su paso por la vida cultural y política de occidente, su papel en el presente político de países que se dedican a un cultivo de frutas determinadas y sufren el ataque del mercado o la ciencia al servicio del comercio. La fruta cotidiana puesta sobre la mesa trae consigo un devenir tan complejo como el de cualquier hecho social. Sangre, sudor y lágrimas riegan los colores vivos de cada una.
—Vos tenés, por ejemplo, la banana. La pobre banana inocente, deliciosa, ubicua como el Big Mac porque no importa dónde, en la parte del mundo que sea, la banana está. Sin embargo vos no podés pensar la historia de América Latina sin concebir a la banana. El papel que ha tenido en Centroamérica, en Colombia, en toda América Latina. La concepción de países bananeros de Estados Unidos, las masacres en Colombia que Gabriel García Márquez rescata. Lo gracioso que pasa acá todo el tiempo, en Buenos Aires, es que uno va por la calle y ve publicidades de “Chiquita”, que es la gran marca de bananas, y uno desconoce que en verdad es la misma empresa que propició masacres en Colombia. La banana está teñida de sangre, no para que no comas bananas, sino para que comprendas la historia compleja de América Latina, muy imbricada con la fruta.
En el logo de una gaseosa, en la forma de un frasco de perfume, en una pintura del siglo XVI, en un grabado egipcio, en la manera de calificar personalidad y estatus de las personas —banana, en el Río de la Plata es alguien que se piensa ganador, fresa en México es alguien delicado y con mucho dinero—, en el logo de una discoteca famosa de Ibiza, en los emojis que se envían día a día con sentido libidinal, en el conflicto de un país o un pueblo, en canciones y poemas. La carga semántica de las frutas está tan presente como invisible en el uso diario. Del mismo modo está oculta su historia cultural y lo que para unos significa un postre, un lujo o un nutriente, para otros es un ritual, un modo de vida, una forma de recordar lo sagrado. La fruta es un animal de muchas bocas y las personas, sus mascotas, su forma de viaje, sus adeptos.
—En redes sociales, en Tik Tok, se apela mucho a lo exótico, porque siempre que las frutas tienen una dimensión exótica son como embajadoras de lo lejano, de lo extraño, de lo tropical. Yo busco ir un poco más abajo, ahondar en otras dimensiones políticas y culturales. Y lo más loco es lo que pasa en ese ámbito, vos la ves en emojis sexuales, en el logo de Pachá, ves a la sandía ligada al conflicto de Palestina, la cereza como imagen de sexualidad, la naranja y la dimensión china o la mitología nórdica. Hay canciones, hay frases, hay pinturas, hay películas. La pregunta que también me hice es cómo, si te corres un poco en una mirada antropocéntrica, somos títeres de las frutas, porque las frutas nos han utilizado a nosotros como medio de dispersión. Es el medio en el que controla la naturaleza, a partir de seducirnos y tentarnos para comer ese fruto y poder dispersar su semilla y lograr su expulsión, su conquista de otros territorios. A tal punto que la fruta ha llegado al espacio, por las frutas que se han mandado a la Estación Espacial Internacional. No nos creemos tan cancheros, tan centrales en la historia. Las frutas han estado mucho antes de la presencia del ser humano en la Tierra.
En un trabajo de investigación riguroso, la “frutología” de Federico Kukso puede relatar la forma en que el ananá pasó de ser una fruta vista con recelo por los primeros pobladores extranjeros del continente americano, a verse como una joya pintada en el primer plano de un cuadro, y luego a volverse un producto donde diferentes países se disputan la más grande y mejor producción. La pera o el kiwi son frutas que nacen en un punto del planeta y que a fuerza de la expropiación, del deseo, o de la economía se establecen como insignia del pueblo o el país más lejano. Ya sea en una forma de industria macro (grandes plantaciones, empresas que las cultivan, cadenas de supermercados que las venden) o en un mercado pequeño que defiende su tesoro en forma de festival pueblerino con nobleza propia (la fiesta de tal o cual fruta y su reina). También es cierto que detrás de la mundialización de cada una de las frutas se esconden diferentes maneras de corrupción: biopiratería, cuerpos esclavizados en plantaciones, la banalización a través el lenguaje nutricionista que lee los alimentos en vitaminas o calorías, la idea de belleza que frivoliza las frutas con cremas anti-age, las “modas” que ponen a una fruta como símbolo de pertenencia o estatus. Kukso introduce al lector desde su presencia mítica al papel de una micropolítica actual o un estudio estadístico de dónde existen las más grandes plantaciones y cosechas sin entrar en una estética a lo enciclopedia virtual. Su libro es profundo y, lejos de tener una visión cerrada hacia un lugar socio-científico, su prosa envuelve a quien lo lee con el mismo interés que una non fiction. Quizá porque los protagonistas son brutalmente cercanos y se puede ver qué historia se esconde detrás de las “simples” frutas.
—Más allá de la visión sociopolítica, ¿hay un origen sibarita en el libro?
—El origen privado surgió de una especie de una envidia que yo tuve siempre con Brasil o Colombia. Vos vas a esos países y ves que desayunan o comen una gran cantidad de frutas que nosotros no conocemos, y no solo eso, vos vas a la verdulería, o la frutería, o al supermercado y hay solo una variedad de manzana o de banana. Cuando te empezás a dar cuenta que hay miles de variedades que no conocés, te preguntás ¿por qué solo comemos un tipo de banana? ¿O de manzana? ¿Qué lugar tiene todo esto también en el cambio climático? ¿Cómo ciertas variedades están desapareciendo y nunca las vamos a conocer? Y quizás las frutas que comíamos de chicos no existen ahora, o no vayan a existir en los próximos diez años. Me gustaba, si bien el libro es sobre frutas, también hablar de personajes, de procesos, de movimientos, de fenómenos como la biopiratería. Tenemos una mirada muy zoocéntrica del mundo. Pensamos en el cambio climático y hablamos del oso polar pero no lo asociamos a la desaparición de las frutas. Puede ser que haya una fruta deliciosa que, además, tenga la clave para una u otra enfermedad. Pensar en eso tiene un rasgo de nostalgia, pero nostalgia por el futuro. Parece contradictorio pero a mí me encanta. Cuando he viajado a diferentes países veo las frutas que tienen, los sabores, diferentes cosas que acá no hay. He hablado con un especialista en frutas colombiano que busca restituir la fruta como patrimonio nacional. Eso se puede comparar con el poco valor que se les da en nuestros países. Entonces vos venís acá y vas a una verdulería en Argentina, imagino que en Uruguay también, y llorás si sabés la cantidad de frutas que existen. Me parece que, en los últimos años está volviendo la búsqueda de recomponer el rol de la comida, las frutas que comemos quizá no se comían hace doscientos años en el Río de la Plata. Y también, hay algunos artículos que yo cito en el libro, que dicen que las frutas están perdiendo valor, que tienen mucho menos valor nutricional que hace sesenta años.
Desde Baudelaire hasta Pedro Mairal, el libro de abunda en citas paratextuales que también pintan un panorama del rol que la fruta tiene en las canciones o en la literatura. Además de sus trabajos científicos y la bibliografía de la que el autor se ha servido para su investigación, la poesía pone la suavidad del canto al color y el aroma seductor de cada fruta.
FRUTOLOGÍA: Historia política y cultural de las frutas, de Federico Kukso. Taurus/ Penguin Random House, 2024. Buenos Aires, 318 págs.
