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lunes, agosto 18, 2025

Paradojas: Un film legendario del cine comunista fue celebrado en el Palacio Libertad

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Todo lo que se diga sobre El Acorazado Potemkin será siempre insuficiente, dada la magnitud simbólica de la película filmada por Sergei Eisenstein y exhibida en 1925. A un siglo de aquel estreno se realizó una función especial este último sábado en el Palacio Libertad, con música en vivo de la Orquesta Sinfónica Juvenil Nacional Libertador San Martín, dirigida por Santiago Chotsourian.

La función, que colmó el Auditorio Nacional, fue organizada por la Fundación Cinemateca Argentina, junto con Estudios Mosfilm y Dialog Consulting Group. Las piezas musicales fueron de maestros rusos y acompañaron la copia restaurada de la película, cuyo director de fotografía fue Eduard Tisse, fundamental para la potencia fílmica de El Acorazado Potemkin.

Pero quizá el dato que se escapó, aunque la obra bien valía su exhibición en este centenario, fue el lugar de exhibición. El Acorazado Potemkin es una obra cumbre del comunismo, un emblema del cine de propaganda soviético. Fue una sorpresa que el Palacio Libertad, que gestiona el gobierno libertario, la proyectara.

El público estuvo integrado por jóvenes y bastantes adultos, quizá más nostálgicos del cine épico y clásico que del comunismo, que aplaudió fervoroso la proyección. Al final hubo algunos cánticos opositores al gobierno. La pena, por la falta de respeto que implicó, fue que las diatribas se superpusieron con el saludo de la orquesta que tuvo un desempeño estupendo.

Un poco de historia

La película narra la rebelión de los marineros del Potemkin, en junio de 1905, luego de sufrir malos tratos y hambre al punto que los oficiales (leales al zar) los obligaban a comer carne en mal estado. Este fue el punto de quiebre. Claro que el motín que se ve en la película no fue el primero contra la opresora política del zarismo. Cinco meses antes de la insurrección en el Potemkin había habido otras similares en San Petersburgo que el zar hizo reprimir a balazos.

En el ciclo Cine mudo sinfónico, el sábado se proyectó en el Auditorio Nacional un clásico ineludible del cine mudo, en el centenario de su estreno: El acorazado Potemkin (1925). Foto: Federico Kaplun, gentileza Palacio Libertad. En el ciclo Cine mudo sinfónico, el sábado se proyectó en el Auditorio Nacional un clásico ineludible del cine mudo, en el centenario de su estreno: El acorazado Potemkin (1925). Foto: Federico Kaplun, gentileza Palacio Libertad.

Aunque la revolución de 1905 no prosperó, el zarismo entró en su etapa de declive que culminó con la revolución bolchevique en 1917.

La trascendencia del film de Eisenstein no tiene que ver solo con su contenido, que la URSS aprovechó como estandarte propagandístico. La película sufrió censura internacional y reposiciones de distintas versiones, pero se mantuvo incólume su sello estético. Fue el punto de partida de una disciplina que se hizo indispensable en el cine: el montaje.

Cuando Eisenstein comenzó a rodar su película, el acorazado ya había sido desguazado, por lo que el director tuvo que acudir a barcos que más o menos se le parecían. Estos fueron los acorazados Komintern y Los doce apóstoles, a los que hubo que aggiornar como el Potemkin.

Como señala en un texto curatorial la directora y productora cinematográfica Silvana Jarmoluk, “el director editó la película justo antes del estreno, no cumplió con los plazos, replanteó la historia, y filmó algo distinto a lo ordenado, pero terminó con una obra maestra. En 1925, a instancias del Comisario del Pueblo Lunacharski, circuló una cita del fallecido Lenin sobre ‘la más importante de las artes’. Los cineastas se enfrentaron a la tarea de filmar (e inventar) un cine ideológico soviético, en lugar de una imitación de los géneros occidentales”.

Así le llegó a Eisenstein el encargo de filmar la película para el aniversario de la primera revolución. El director era conocido por sus obras en el Teatro Proletkult. Pero este film era otra cosa. No solo porque cuando se le termino el presupuesto, Eisenstein tuvo que trasladarse a filmar en Odesa, sino porque aquello fue providencial.

Alojado a cien metro de la Escalera Nikolaev (también conocida como la Escalera de Odesa), esa es la escena más trepidante de la película, donde tuvo lugar la improvisación principal. La multitud que corre desesperada cuando los cosacos los acribillan a fusil, baja corriendo más de 190 escalones. Quizá la parte del cochecito con el bebé adentro bajando raudamente, mientras su madre es fusilada, es la más estremecedora.

Toda la escena de la Escalera de Odesa, que puede encontrarse en YouTube, dura más de siete minutos. Y a contrario de lo que muchos espectadores a lo largo de un siglo han creído, se trata de una ficción absoluta. Sí existió el motín de El Acorazado Potemkin, pero ni Eisenstein pudo encontrar documentos fehacientes sobre la masacre en la escalera, que quedó como un ejemplo de cómo la verosimilitud en el arte puede ser más poderosa que la verdad.

En el ciclo Cine mudo sinfónico, el sábado se proyectó en el Auditorio Nacional un clásico ineludible del cine mudo, en el centenario de su estreno: El acorazado Potemkin (1925). Foto: Federico Kaplun, gentileza Palacio Libertad. En el ciclo Cine mudo sinfónico, el sábado se proyectó en el Auditorio Nacional un clásico ineludible del cine mudo, en el centenario de su estreno: El acorazado Potemkin (1925). Foto: Federico Kaplun, gentileza Palacio Libertad.

El legendario estreno de El Acorazado Potemkin tuvo lugar el 21 de diciembre de 1925, en el Teatro Bolshói. Casi no lo logran. Según distintos estudios sobre el film “la idea del autor de que la cortina se abriría al final de la proyección y aparecerían en escena participantes vivos de la revolución, no se materializó. Pero la bandera roja pintada a mano, sin duda, causó una gran impresión”.

Los colegas de Eisenstein recibieron el film con moderación u hostilidad. La primera censura del «Potemkin» fue alemana. En Alemania, la película fue prohibida y permitida varias veces, eliminando finalmente escenas de violencia particularmente brutales.

Eisenstein, bolchevique militante, creía en el poder de la imagen como motor de cambio social. El cine debía servir para hacer la revolución.

De las partes y el montaje

El rodaje se llevó a cabo en sólo tres meses mientras el director reescribía el proyecto hasta estructurarlo en cinco partes: Hombres y gusanos, Drama en la bahía, El muerto pide justicia, La escalera de Odesa y Encuentro con la flota.

El propósito de la película no era menos propagandístico que las producciones nazis de Leni Riefenstahl en la década de 1930, pero sus temas eran humanos, según los críticos, porque “no exaltaban el culto irracional a un líder supremo, sino que dramatizaban la violencia opresiva del antiguo régimen de Rusia”. De tal modo que los enormes planos perseguían el objetivo concreto de mostrar el dolor y el miedo de los partícipes de aquellos trágicos sucesos y los motivos del estallido de la revolución.

En el cine clásico de Hollywood de aquella época una película de 110 minutos tenía entre 300 y 700 planos. Cada corte era manual y cada pieza del montaje era estudiada en forma minuciosa antes de pegarse al producto final. Eisenstein filmó una película de 80 minutos con mil cien planos. En una secuencia concentró 170 de esos cortes, sentando así el precedente más destacado del montaje cinematográfico.

En el ciclo Cine mudo sinfónico, el sábado se proyectó en el Auditorio Nacional un clásico ineludible del cine mudo, en el centenario de su estreno: El acorazado Potemkin (1925). Foto: Federico Kaplun, gentileza Palacio Libertad. En el ciclo Cine mudo sinfónico, el sábado se proyectó en el Auditorio Nacional un clásico ineludible del cine mudo, en el centenario de su estreno: El acorazado Potemkin (1925). Foto: Federico Kaplun, gentileza Palacio Libertad.

Eisenstein, bolchevique militante, creía en el poder de la imagen como motor de cambio social. El cine debía servir para hacer la revolución, para representar al pueblo como sujeto uniforme.

Para lograr ese objetivo político se apoyó en una particular teoría del montaje por la que las imágenes no se enlazan simplemente, sino que pueden superponerse y manipularse para crear conflictos ópticos y modular las emociones de los espectadores.

Este exponente monumental del cine comunista tuvo su noche colmada de gente en el Palacio Libertad este sábado al cumplir cien años.

Redacción

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