El jueves pasado se presentó en Neuquén, una publicación académica que se encuentra dividida en dos grandes apartados. Por un lado, la transición energética y, por el otro, la transición agroalimentaria en la Patagonia Norte. El ingeniero agrónomo Agustín González es uno de los especialistas que plasma su pensamiento en el libro, quien asegura que, “esta transición agroalimentaria, es difícil separarla de la energética”.
Esto se da porque, según él, “cuando uno ve el sistema productivo actual, por ejemplo, la fruticultura, claramente es dependiente de la energía y es una fruticultura de mucha densidad y depende de la industria petroquímica en gran medida”, explica el investigador y profesor universitario.
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De izquierda a derecha: Luis Tiscornia, Karina Zon, Claudia Dussi, Agustín González. Foto: Liliam Acha Prensa FACA
El apartado dedicado a la transición agroalimentaria del libro “Semillas del Futuro”, comienza con una reseña sobre la historia de la fruticultura en la región en formato de entrevista. Algunas de las preguntas que el texto pretender responder tienen que ver con el origen de la fruticultura y su carácter de exportación, altamente dependiente de insumos.
Sobre este tema, González repasa que “desde sus orígenes, hasta el día de hoy (la del Alto Valle) es una fruticultura pensada principalmente para la exportación y para el ingreso de divisas”.
Datos clave sobre el sector
Luis Tiscornia es ingeniero agrónomo, magíster en Sociología Rural Latinoamericana y profesor en la Facultad de Ciencias Agrarias; escribió uno de los capítulos del libro donde se aborda el surgimiento, las crisis y los desafíos de la producción frutícola del Alto Valle.
En el texto, Tiscornia comparte algunos datos centrales, como la cantidad de hectáreas cultivadas “son 100 mil hectáreas, de las cuales 40 mil son para la fruticultura, especialmente producción de manzanas y peras”, describe el ingeniero.
Otro de los datos a destacar es que, “desde el 2009 al 2021, la cantidad de productores frutícolas descendió de 2.667 a 1.727. Son 940 productores menos, de los cuales el 79% tiene menos de 20 hectáreas. La tierra dedicada a la producción descendió entre 10 mil y 13 mil hectáreas, un 25% de la superficie total”, agrega. Asimismo, Tiscornia asegura que las hectáreas plantadas con manzana y pera actualmente rondan las 35 mil.
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Un libro clave revela el impacto de la energía en la producción de alimentos en la Patagonia y el futuro de nuestra tierra. Foto: Liliam Acha Prensa FACA
Sobre este tema, el especialista asegura que hay una tendencia y una continuidad que es “la desaparición de la pequeña producción y la concentración del eslabón primario” y afirma “hoy, más del 50% de la superficie total plantada con manzana y pera está en manos de grandes empresas. Por otro lado, hay concentración en el sector comercializador”.
Por último, el ingeniero analiza el impacto de la explotación petrolera que genera, a su vez, “una cantidad de población con niveles salariales importantes cuyas pautas de consumo se orientan hacia los productos frescos”. Por este motivo, según él, la horticultura de cercanía, que ya se ha desarrollado mucho, continuará creciendo y “su particularidad es la presencia de la comunidad boliviana como actor central”, finaliza.
Por la defensa del patrimonio productivo
En el capítulo con intervención del ingeniero González se analizan los múltiples impactos de la pérdida del suelo agrícola. “Hoy la lógica del mercado nos está llevando a una gran pérdida de hectáreas productivas”, comienza en su entrevista.
El investigador alerta que la urbanización y el uso industrial pueden volver el suelo irrecuperable. Y las consecuencias son devastadoras, como “la entrega de un sistema que nos permitiría producir alimentos a perpetuidad. En el mundo hay sistemas de riego que tienen hasta cuatro mil años de agricultura y que siguen activos. Acá llevamos cien años y ya lo estamos destruyendo”, se lamenta.
Para González la contaminación también es un motivo de inhabilitación permanente de los suelos. “Se perdió mucho, pero todavía quedan 30 mil hectáreas regadas. Podemos preservar las tierras agrícolas, mantener el agua y su calidad. También hacer que la producción agrícola se vaya “amigando” cada vez más con el ambiente” afirma.
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La presentación fue la semana pasada. Liliam Acha Prensa FACA
“La obra principal de riego y el Dique Ballester llevó 25 años de trabajo”, por lo cual “se torna urgente la implementación de políticas que protejan el patrimonio productivo de la región”. Algunas de las medidas que propone para mitigar este impacto son el reconocimiento de servicios ambientales, la planificación del crecimiento urbano hacia la meseta, el cuidado del agua y la limitación del uso de agroquímicos.
Por último, cuando se habla de transición agroalimentaria, en el libro se recogen algunas experiencias en particular que marcan el horizonte y que van de la mano de los principios de la agroecología. “Es posible pensar en tener una relación entre la sociedad y la naturaleza de una manera distinta” finaliza el ingeniero González.
“Semillas de Futuro” no solo ofrece un diagnóstico profundo de los desafíos que atraviesan la producción energética y agroalimentaria en la Norpatagonia, sino que también, abre la puerta a debates urgentes sobre el uso del suelo, el modelo productivo y la necesidad de repensar nuestras formas de habitar y producir.