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lunes, abril 28, 2025

Patagonia: la épica unión de Buenos Aires con Nueva York a caballo, hace cien años » Alerta Digital

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Recorriendo la Patagonia conocí muchas historias, y ésta, que si bien la había leído alguna vez, me atrapó más al visitar por primera vez la zona de Colonia Sarmiento. En ese lugar increíble entre los lagos Musters y Colhué Huapi y el Rio Senguer en la provincia de Chubut, nacieron dos de sus tres protagonistas: Gato y Mancha, caballos criollos de pura cepa, que, montados por un profesor suizo, Aimé Tschiffely con alma de gaucho, lograron unir Buenos Aires con Nueva York en una épica travesía transcurrida entre 1925 y 1928.

En esa hermosa zona patagónica, me topé en una pequeña esquina con un modesto monumento en honor a estos dos famosos caballos argentinos, quizás junto a Yatasto los pingos más famosos de la historia de nuestro país. Se dice que tenían un carácter muy distinto, Gato era de pelaje bayo y muy manso y Mancha, un overo rosado, todo lo contrario, y solo se dejaba montar por quien comandaría esta increíble hazaña. Los dos antes de partir tenían ya más de 15 años.

Animado por los relatos de tantos gauchos que había conocido, el profesor Tschiffely le hizo una propuesta por carta al Dr. Emilio Solanet, dueño de la estancia “El Cardal” en el partido de Ayacucho, quien era médico veterinario, profesor universitario y criador de caballos criollos. La idea era comprarle dos animales. Y si bien en un principio el estanciero se negó, ante la insistencia del profesor, más tarde le propuso ponerlo a prueba, para descubrir si realmente tenía posibilidades ciertas de realizar tamaña travesía. Solanet, que dudaba mucho que el suizo llegara siquiera a Rosario, durante un largo tiempo lo obligó a realizar largas cabalgatas en duras condiciones climáticas. Superadas las pruebas, ya más confiado, terminó le regalándole los dos caballos.

Estos dos ejemplares habían formado parte de las tropillas de un cacique tehuelche de la Patagonia que había comprado en esta zona el Dr. Solanet, para formar la base de la raza del Caballo Criollo Argentino. Allí se habían acostumbrado a las condiciones más hostiles. Con esa travesía, Aimé se había propuesto demostrar la nobleza del equino criollo y su superioridad sobre cualquier otro.

Los lugares donde se recuerda a Gato y Mancha: en Colonia Sarmiento (arriba a la izquierda), en Alto Río Senguerr (arriba a la derecha), en Ayacucho (abajo a la izquierda) y embalsamados en el Museo del Transporte (abajo a la derecha).

Se sabe que en América hubo en la prehistoria un tipo de caballo que se extinguió, incluso cuando llegaron los europeos, los indios no sabían que había existido. Así trajeron nuevos ejemplares allá por el 1500, y como algunos se fueron escapando se empezaron a reproducir en forma natural, y se lo conocía como el caballo criollo.

Después de la independencia, fueron dejados de lado como raza y se lo fue mestizando con otros caballos extranjeros creyendo que así se lo mejoraría. Pero hubo un grupo de estancieros que mantuvo sus animales sin mestizar, con las características que habían adquirido a través de 400 años de selección natural. Y aunque parezca mentira, a principios del Siglo XX, aún existían caballadas salvajes en la Patagonia, incluso cerca de Buenos Aires, en Sierras de la Ventana o Sierras de Tandil. La recuperación de esta raza, la del caballo criollo, la lideró justamente Emilio Solanet, que con un grupo de criadores fundó la Asociación de Criadores de Caballos Criollos, recuperando la raza, y sus dos ejemplares más emblemáticos, fueron justamente Mancha y Gato.

Los registros de la época de parte del viaje y de Tschiffely con Solanet.

Si bien pocos creían que el suizo y sus dos caballos lograrían tamaña hazaña, finalmente parten junto a un perro guardián que pronto se quedó en el camino luego de una patada de Mancha, desde la Sociedad Rural en el barrio de Palermo de Buenos Aires y justamente hace pocos días, el 24 de abril de 1925 se cumplieron los 100 años del inicio de esta increíble aventura.

Tschiffely, de 30 años en ese momento, docente en un Colegio de Quilmes, como buen viajero, viajaba liviano, portaba algún mapa, armas, abrigo, algo de comida y no mucho más. Hombre tozudo confiaba en que sus dos corceles llegarían a destino para hacer historia.

La épica travesía

Desde la capital argentina arrancaron con rumbo firme hacia el norte, pasando por Rosario, Jujuy, y luego de cruzar la primera frontera, comenzar su derrotero americano en Bolivia, donde cabalgaron alturas de 5900 metros sobre el nivel del mar en el paso El Cóndor, entre Potosí y Chaliapata. Luego Lima en Perú, ya en enero del 26, de allí a Quito, Ecuador y Medellín en Colombia. Cruzaron el temible Tapón del Darién y el mítico canal en Panamá en un barco a vapor, en la espesa selva de Costa Rica tuvo que abrirse paso a machete donde algunos días no alcanzaban a recorrer ni un kilómetro. Saltearon en barco Nicaragua que se encontraba en guerra civil y siguieron en dirección a El Salvador y Guatemala. Arribaron a México donde en buena parte del recorrido tuvieron que ser escoltados por militares debido a las bandas terroristas de algunas zonas. En la capital mexicana ya a fines de 1927, el suizo fue recibido con honores, como si fuera un héroe, que en cierta forma lo fue.

Ya en EEUU, lamentándolo en el alma, tuvo que dejar a Gato en Saint Louis y terminar su travesía el 20 de septiembre de 1928 solamente con Mancha en la capital, Washington, donde fueron recibidos por el presidente norteamericano.

Luego de finalizar semejante travesía se llegaron hasta Nueva York donde Aimé y Mancha fueron recibidos por el embajador argentino y por el alcalde de la gran manzana, quien lo homenajeó con las llaves de la ciudad. Allí recorrieron la ya famosa Quinta Avenida saludados por una sorprendida multitud y hasta se presentaron por unos días en una exposición equina en el Madison Square Garden. En esos días, Aimé rechazó ofertas millonarias por sus amados caballos, al punto de declarar que prefería ser pobre a perderlos.

La travesía tuvo todo tipo de vicisitudes, peligros y obstáculos. Cruzaron varias veces los Andes, atravesaron calurosos desiertos, frágiles puentes colgantes, ríos infestados de cocodrilos, bosques, temibles selvas, sufrieron temperaturas extremas de entre 52° y -18°, la falta de agua, la altura, los mosquitos, los malos caminos, algunas duras caídas, incluso la hostilidad de algunos pueblos. El suizo además tuvo alguna internación hospitalaria luego de contagiarse una afección por haber explorado antiguas tumbas aborígenes y hasta contrajo Paludismo. Gato y Mancha también sufrieron algunos problemas físicos, sobre todo enfermedades en la piel y en las patas. Comían lo que podían, tanto el jinete, que en alguna ocasión tuvo que alimentarse de monos y patos en Centroamérica, como sus bravos caballos que llegaron a conformarse con ingerir hojas secas.

Regresaron a Buenos Aires por barco, el día 20 de diciembre de 1928, luego de más de 3 años y 21500 kilómetros divididos en casi 500 etapas, lo cual fue considerado récord Guinness en ese momento.

El retorno de Gato y Mancha

Finalmente, Gato y Mancha retornaron a las tierras de Ayacucho donde murieron en la década del 40. Fueron enterrados en la Estancia El Cardal, pero a pedido del Dr. Solanet sus cueros fueron rescatados por un taxidermista y hoy se exhiben en el Museo del Transporte de Luján, al cual Tschiffely había donado todos sus recuerdos del viaje.

Este admirable aventurero murió en Londres en 1954. Sus restos fueron repatriados y enterrado en el cementerio de la Recoleta, sin embargo desde 1998 sus cenizas se encuentran en El Cardal cerca de sus dos amigos para realizar el último viaje juntos…a la eternidad.

Dijo Aimé alguna vez: “Si mis dos criollos tuvieran la facultad del habla y la comprensión humana, iría con Gato a contarle mis problemas y mis sentimientos; pero si quisiera salir y hacer ronda con estilo, sin duda iría con Mancha”. Era tanto el apego de los animales por el suizo que nunca tuvo la necesidad de atarlos.

En la actualidad se festeja en Argentina, el 20 de septiembre el Día Nacional del Caballo, homenajeando la fecha en que culminó la histórica travesía.

¡Hasta la próxima amigos!

ATE

Redacción

Fuente: Leer artículo original

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