Mientras los acuerdos internacionales buscan frenar la pesca depredadora, la realidad en el mar es otra. A pesar de haber adherido formalmente al tratado promovido por la FAO, China mantiene su actividad pesquera ilegal en aguas latinoamericanas. Lo que parecía un avance diplomático se desvanece frente a un océano de irregularidades. Y los países costeros, debilitados, apenas logran contener el impacto.
La firma del tratado no detuvo los barcos
China, reconocida como el principal infractor mundial en pesca ilegal, formalizó su ingreso al Acuerdo sobre Medidas del Estado Rector del Puerto (AMERP), que obliga a sancionar las embarcaciones propias en caso de actividad ilícita. Pero solo días después, docenas de buques chinos fueron avistados operando cerca del límite marítimo argentino. La Armada nacional debió intensificar la vigilancia para frenar posibles incursiones.
Según el Overseas Development Institute, al menos 600 embarcaciones chinas pescan de forma permanente en América Latina. Estos barcos han sido responsables del agotamiento de especies y la alteración de ecosistemas enteros, operando con técnicas no reglamentadas y muchas veces ilegales. Los efectos, como advierten voces especializadas, son tanto ecológicos como económicos y políticos.
En países como Chile, Perú y Ecuador, las autoridades y organizaciones civiles han lanzado alertas constantes. El calamar gigante y tiburones protegidos, como el martillo, son capturados indiscriminadamente. En Manta (Ecuador), se incautaron toneladas de aletas de tiburón destinadas al mercado chino. La situación se agrava cuando estas flotas se internan en zonas de agua dulce, como ocurrió en la Amazonia brasileña, donde se reportan capturas ilegales y presiones sobre pescadores locales.
Más que pesca: una estrategia de expansión regional
La pesca es solo la cara visible de un fenómeno mayor. China busca establecer puertos y astilleros en América Latina como base logística para su flota, según advierten expertos como César Lerena, del CESPEL. Estos acuerdos refuerzan su presencia permanente en el Atlántico y el Pacífico sur, consolidando una red operativa difícil de controlar.
Las recientes operaciones en Brasil, donde se incautaron toneladas de pescado sin identificar embarcaciones responsables, reflejan la escala del problema. A pesar de los tratados, el poder económico de China y la falta de control real han permitido que esta actividad crezca sin freno.
Hoy, la pesca INDNR china no solo amenaza la biodiversidad marina. También socava la soberanía, debilita economías costeras y pone en evidencia la urgente necesidad de una respuesta regional coordinada y firme. Porque si no se detiene ahora, el precio para América Latina será incalculable.
