EL PAÍS ofrece en abierto la sección América Futura por su aporte informativo diario y global sobre desarrollo sostenible. Si quieres apoyar nuestro periodismo, suscríbete aquí.
Inundaciones en el sur de Brasil que dejaron más de 100 fallecidos; incendios en Chile con una cifra similar de muertos y más de 12.000 casas convertidas en cenizas; huracanes como Milton y Helene, que hasta quiebran la voz de meteorólogos al ver las imágenes de lo que sucede en vivo. América Latina y el Caribe cada vez está más expuesta a los desastres, muchos de estos potenciados por el cambio climático. Sin embargo, y a pesar de ser la segunda región del mundo más propensa a ellos y perder, en promedio, 58.000 millones de dólares anuales solo en infraestructura, sus países invierten muy poco en las capacidades para reducirlos, enfrentarlos y evitarlos. Lo poco que destinan, además, se va a reparar los daños que ya causaron las tragedias, y no a prevenirlas.
Este es el inquietante panorama que describe el último informe realizado por la Oficina de Naciones Unidas para la Reducción de Riegos de Desastres (UNDRR) sobre la región, en el que se advierte que mientras los desastres crecen, tanto en impacto como en ocurrencia, los recursos para manejarlos no van en la misma vía. “Entre los años 2000 y 2022, aproximadamente 190 millones de personas fueron afectadas por 1.534 desastres”, dice el documento. “Y según datos de cinco países estudiados [Brasil, Guatemala, Jamaica, México y Perú], solo entre el 0,1% y el 2,5% de su PIB se destina a este fin”, señala Nahuel Arenas, jefe de la Oficina Regional para las Américas y el Caribe de UNDRR.
Mientras en Guatemala el gasto destinado a riesgos fue 2,32% del PIB entre 2014 y 2023, en Perú apenas alcanzó el 1,28%, seguido de Jamaica (0,7%), México (0,29%) y Brasil (0,06%). “Elegimos estos países porque, por lo menos, hay que destacar que hicieron la tarea de etiquetar qué en sus presupuestos se va a la reducción de riesgos, así que no hay que señalar si algunos son peores que otros”, agrega Arenas.
Pero no solo es que el presupuesto sea escaso, sino que, el que hay, se destina en su mayoría a acciones reactivas, no preventivas. En el mundo del manejo de desastres, las acciones y políticas se categorizan en tres grupos. Las prospectivas, que buscan reducir el riesgo que puede darse a futuro; las correctivas, que minimizan el riesgo existente; y las compensatorias, que es cómo se reacciona una vez ya sucedió el fenómeno. En la región, pese a las múltiples alertas, “el 78% de la inversión se va a responder tras el desastre”, dice el experto, cuando “se estima que es entre cuatro y siete veces más caro reaccionar que prevenir”.
Los números tampoco cuadran para lo recibido a través de la cooperación para el desarrollo: en el periodo entre 2005 y 2021, menos del 1% de estos recursos se destinaron a acciones que evitan o reducen el riesgo. “Es un dato importante a tener en cuenta ahora que la inversión y la cooperación para el desarrollo están siendo reevaluadas”, explica Arenas. Y agrega, además, que hoy más que nunca “se precisa más y no menos acción climática”, ya que “el 75% de los desastres tienen un origen climático”.
En pocas palabras, la región no está invirtiendo para lo que tendrá que enfrentar. Ni siquiera para lo que ya enfrenta. El costo para recuperarse del golpe que dejó el huracán María en la isla Dominica, por ejemplo, fue mayor que su propio PIB, y a lo largo del Caribe se repiten las historias de países que, aún endeudados y poniendo las primeras piedras para recuperarse, vuelven a vivir un huracán, una inundación, un desastre.
Las inversiones, entonces, deben ser más inteligentes. Claro, tanto los países como la cooperación deben asignar más plata para el manejo de desastres, sobre todo en acciones preventivas. Pero como dice Arenas, cada una de las inversiones públicas que se hagan a partir de hoy en América Latina y el Caribe, una región en la primera línea de la crisis climática, deben estar informadas frente al riesgo. Un hospital que se construya sin pensar en esto, será un hospital que se tendrá que reconstruir una y mil veces: aumentando los costos y perjudicando a las personas.
También, recomienda el informe, se deben potenciar dos cosas. Primero, los sistemas de alerta temprana multiamenazas que “pueden reducir el impacto económico en un 30% y disminuir por ocho la mortalidad”. Y, segundo, fortalecer la resiliencia de las finanzas públicas con herramientas como los seguros. Mientras los países a los que se les llama en desarrollo solo tienen seguros sobre el 5% de las pérdidas por desastre, en los países desarrollados la cifra llega a 40%.
Y es que no importa quién sea el presidente de un país o el líder de una región. “Así digas que el cambio climático es antropogénico o no, el desastre, cuando llega, llega”, recuerda Arenas. Para ese momento, precisamente, es que no parece estar preparada la región.