En la Ciudad de México, un perro abandonado vagaba con el estómago vacío tras días sin probar bocado. El aroma de una taquería lo atrajo con la esperanza de encontrar comida, pero su necesidad fue recibida con crueldad.
Los dueños lo atacaron con machetazos en la cara y luego lo arrojaron a una cisterna, con la clara intención de que no sobreviviera.
Su nombre es Pistache, un husky siberiano que carga con 15 años de vida, una historia marcada por la violencia y una ceguera producto de aquellos machetazos. Sin dientes, sin vista y viejo, no representaba ningún peligro. Y aun así, fue víctima de una de las formas más crueles de maltrato animal.
Un voluntario de Milagros Caninos, el primer santuario de perros en América Latina, fue quien lo encontró en la cisterna tras pasar un día entero atrapado. Desde entonces, Pistache encontró refugio en ese espacio donde convive junto a otros 423 perros y 129 gatos rescatados de situaciones extremas.
Machetazos y marcado por signos de abandono
Cuando llegó al santuario, Pistache tenía tres heridas abiertas en medio de la cabeza, una de ellas tan profunda que dejaba el hueso al descubierto, y otra más en el hocico, que hacía doloroso incluso respirar.
Además de las cortes, su cuerpo mostraba las huellas de un abandono prolongado. Estaba famélico, sucio, los huesos se le marcaban bajo la piel, y con el pelaje enmarañado. “El abandono era total, vivía en la calle”, afirmó Paty Ruiz, fundadora de Milagros Caninos, en diálogo con Clarín.

Además, lo acompañaba un miedo hacia las personas: «Cada vez que alguien intentaba acercarse, retrocedía temblando, incapaz de comprender que esta vez no le harían daño», recordó Ruiz.
Para curarse, el husky siberiano necesitó someterse a múltiples cirugías para reconstruir las zonas dañadas y aplicar curaciones diarias. La evolución sorprendió a todos. En apenas seis días logró recuperarse por completo.
«Fue posible por su fuerza de voluntad». A pesar de ser viejito, «se notaba cómo cada día sacaba fuerzas como podía para poder evolucionar”, detalló la fundadora.
Su nueva vida en un santuario canino
“Milagros Caninos es la última oportunidad, o la última vida de que sepan qué es el amor”, asegura Ruiz. Explica que, como Pistache, cada perro cuenta con una casa propia identificada con un número y comparten un amplio patio donde juegan todo el día.
En este lugar, ningún perro está atado ni enjaulado; viven ahí con libertad hasta el final de sus días. No se entregan en adopción, pero sí reciben visitas de quienes desean conocer el santuario y compartir un momento con ellos.
Los primeros días no fueron fáciles ya que le costaba comer y adaptarse a su nueva casa. Hoy, seis meses después, Pistache es muy cariñoso y se convirtió en un miembro respetado entre los demás caninos.
Además, a presar de su ceguera, es quien recibe a las visitas. “La gente lo ama, lo acaricia. Es como la estrella del lugar”. Para Paty Ruiz y los voluntarios, Pistache representa «el poder de curación, de perdón, y enseña todos los días a dejar atrás todo lo horrible que nos haya pasado y a disfrutar, a ser felices en el momento presente”.

Y tiene una promesa cumplida: “Los años que le queden de vida, sentirá todo el amor que no le dieron, tendrá todos los cuidados y cariño que no recibió y, sobre todo, garantizaremos a toda costa que sea un perrito feliz, rodeado de dulzura y amor”, concluyó Ruiz.