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miércoles, octubre 29, 2025

Pobres contra pobres

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Desde Renca, Chile.

En las ciudades de América Latina se ven largas filas en las oficinas públicas. Gente de todas las edades espera atención, ayuda, durante horas, para que los empleados entrenados en la burocracia les digan que no, o que serán inscritos en la lista de espera. Así, por fuerza más que por urgencia, se decide quién tendrá esa mano, quién podrá acceder al beneficio. Pero en la jungla urbana todos compiten entre sí por esa ayuda escasa y condicionada a las leyes del burócrata de cara rosada. En este escenario, la pobreza se convierte en una carrera: si tú ganas, te ayudamos; si lo logras, si te esfuerzas, podrás superar al flojo, porque al parecer el sistema premia al caníbal, al que no tiene códigos.

Esta costumbre se replica en cada barrio, en cada suburbio, donde la falta de acceso, la desigualdad y la injusticia han creado un clima caníbal, donde los ciudadanos más vulnerables se ven obligados a enfrentarse entre sí buscando sobrevivir en un sistema que los margina. En las calles polvorientas del sur deambulan fantasmas, desahuciados, deprimidos, habitantes de los ghettos, siempre al filo de la desgracia, donde mujeres y hombres, jóvenes latinoamericanos, viven el yugo de las sustancias: la pasta base, el paco, las anfetaminas, la ketamina, el tusi, pastillas para levantar el ánimo, alcohol y otras “medicinas legales”. Cuando la pobreza es filosa, estas sustancias se convierten en una vía de escape, una forma de evadir una realidad que duele. En esos momentos, lo ilegal parece legal y lo inmoral se vuelve necesario.

Mientras tanto, los Estados, en lugar de atender las causas profundas de esta crisis, continúan enriqueciendo a las élites políticas y económicas. Los suelos de América son saqueados por sus rubios y carismáticos millonarios, mientras los gobiernos repiten el lema “Divide y vencerás”. Sin discursos ni agentes infiltrados, hoy cuentan con un arma nueva: la hiperconexión, que le da dirección a la opinión del pueblo.

La estrategia del enfrentamiento y la lección de Malcolm X

Negro contra indígena, peruano contra chileno, argentino contra brasileño, venezolano contra colombiano. ¿Por qué enfrentarnos entre nosotros? Porque así lo dicta el sistema. Si la ciudadanía está ocupada en sobrevivir, en conseguir comida, en sacar a sus hijos de la miseria, no tendrá tiempo para organizarse, para formar sindicatos ni grupos colectivos para luchar por sus derechos. Si estamos todos preocupados por proteger nuestros escasos bienes, no veremos cómo se roba en los parlamentos, cómo se venden nuestros recursos al mejor postor, cómo se perpetúa la desigualdad desde las cúpulas del poder, aunque en las campañas políticas sigan celebrando la bendita democracia en la que vivimos y que solo los bendice a ellos desde tiempos de la independencia.

Este conflicto entre pobres recuerda la poderosa analogía de Malcolm X en los años sesenta. Él hablaba del “negro de la casa” y del “negro del campo”. El primero, vestido con las sobras del amo, comía lo que le dejaban y se identificaba con su opresor: “Si el amo está enfermo, estamos enfermos”, decía. En cambio, el negro del campo, sometido al trabajo duro y al maltrato, deseaba la muerte del amo y veía en el incendio de la casa una oportunidad para escapar hacia la libertad.

Esa metáfora sigue vigente en América Latina. Muchos aún defienden a quienes los oprimen, mientras otros comienzan a despertar y a buscar una salida en nuevas formas de organización y de resistencia. Romper esa dinámica es urgente: no podemos seguir peleando por migajas, por concursos municipales que prometen un techo, por cupos en colegios públicos. Nuestros hijos merecen estudiar, nuestros abuelos merecen cuidados y nuestras comunidades merecen vivir con dignidad.

Romper el ciclo y despertar

Las barras bravas, por ejemplo, podrían canalizar su energía no solo en el fútbol, sino también en el bienestar de sus barrios. Como ocurrió recientemente en Buenos Aires, donde algunos grupos se movilizaron para ayudar a sus mayores. Incluso quienes han caído en la delincuencia deben comprender que no pueden seguir viviendo de su propia gente. El odio debe dirigirse hacia quienes realmente los oprimen, no hacia sus vecinos ni sus familias.

Lo que aquí se plantea puede parecer atrevido, pero es necesario. Nuestra América está anestesiada, sumida en una dosis ideológica de fentanilo que la mantiene deambulando entre el fascismo y la ilusión de parecerse al primer mundo. Y aunque la justicia y la equidad parezcan metas lejanas, primero debemos despertar. Debemos dejar de pelearnos entre nosotros, debemos dejar de canibalizar al prójimo, sobre todo si ese prójimo comparte la miseria y la sobrevivencia de nuestra realidad.

*Líder del grupo Panteras Negras y pionero del rap político en Chile.

Redacción

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