¿Es posible hacer política sin política?
De otra manera, ¿es posible hacer política solo montado sobre la economía?
Aceptemos que estamos en un mundo donde los discursos políticos parecen perder terreno frente a promesas de eficiencia económica y resultados tangibles.
El discurso cala cada vez menos. Si no, veamos el rating de la cadena nacional del sábado con el presidente Javier Milei ante la Asamblea Legislativa.
Dicho de otro modo, ¿puede un líder o un gobierno basar su gestión únicamente en la economía, relegando ideologías, negociaciones y dinámicas sociales a un segundo plano?
Esta cuestión, que resuena en debates contemporáneos, plantea los límites entre la gestión tecnocrática y la esencia misma de la política.
La idea de hacer política «sin política» suelen abanderarla figuras que rechazan las etiquetas ideológicas tradicionales y apuestan por un enfoque pragmático.
Por ejemplo, el presidente Milei, que construyó su imagen sobre esta premisa desde su llegada al poder en diciembre de 2023.
Con un discurso centrado en reducir el tamaño del Estado, eliminar regulaciones y liberar el mercado, tal como lo reiteró el sábado, Milei intenta desmarcarse de las coaliciones y los pactos típicos de la política argentina
Él y los suyos aman presentarse como outsiders que gobiernan con las leyes del mercado como brújula.
Para ellos, escándalos como el criptogate son chismes de peluquería.
Este enfoque sugiere que la economía puede ser un sustituto de la política: si las cuentas cierran, el empleo crece y los precios se estabilizan, ¿qué necesidad hay de ideologías grandilocuentes o debates filosóficos?
La gestión se reduciría a indicadores medibles —PBI, inflación, balanza comercial— y la legitimidad del líder dependería de su capacidad para «hacer funcionar el sistema».
Sin embargo, la realidad demuestra que la economía no opera en el vacío.
¿Qué pasa cuando los indicadores no devuelven los resultados esperados?
Hacer política exclusivamente desde la economía ignora que las decisiones económicas son, en sí mismas, actos políticos con profundas implicaciones sociales.
Reducir el gasto público, como propone Milei, puede mejorar las finanzas estatales, pero también genera desempleo entre trabajadores públicos y tensiones con sindicatos, lo que requiere negociación. Es decir, política.
La política, entendida como el arte de mediar entre intereses diversos, articular consensos y gestionar el poder, no desaparece al priorizar la economía; simplemente se desplaza hacia otros terrenos.
Otro obstáculo para una política puramente económica es el factor humano. Las personas no viven solo de PBI o tasas de interés; sus demandas incluyen identidad, justicia, seguridad y pertenencia, aspectos que la economía no puede satisfacer por sí sola.
En Argentina, las protestas contra el ajuste económico de 2024 en las universidades muestran que la población no acepta pasivamente las «leyes del mercado» si perciben que atentan contra su dignidad o su subsistencia.
Históricamente, los intentos de que la política subordine a la economía o, al revés, de reducir la política a la economía, derivaron muchas veces en fracasos.
Entonces, ¿es posible hacer política sin política?
Cada quien sacará sus conclusiones. La economía puede ser el motor de una gestión, pero no sustituye la necesidad de articular intereses, resolver conflictos y construir legitimidad.
De eso se trata la política. Y como tal, es necesaria, es imprescindible.
