Si pasear por una marina al atardecer para contemplar soberbias embarcaciones fuera del alcance del común de los mortales es una bella distracción, imagine la sensación de cruzar las aguas a bordo de una de ellas sin otra preocupación que la temperatura del champán. En los últimos veranos se está produciendo un curioso fenómeno en el área de los yates de lujo: reconocemos por las revistas o la televisión el rostro de quienes pueden pagar unas vacaciones de tal calibre pero son menos conocidos ciertos magnates que han puesto en el mercado el suyo para clientes, a veces, tan ricos como ellos mismos.
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