“Muchas gracias por estar acá. Me alegro mucho de que podamos encontrarnos para hablar sobre Borges en la Televisión Pública”. De esta manera, Ricardo Piglia abría el ciclo Borges por Piglia emitido en septiembre de 2013 que hoy, de la mano de Eterna Cadencia, se convirtió al formato libro.

Editado por Daniela Portas, cierra un círculo que la editorial comenzó con Escenas de la novela argentina (2022), libro que recopila la segunda serie de clases que dio el autor de Respiración Artificial (1980) intentando emular el aula de la facultad en un formato audiovisual dinámico y no por ello menos profundo.
Al igual que aquella primera entrega, reúne las conversaciones que el escritor entabló con célebres invitados (Luis Sagasti, Horacio González, María Pía López, entre otros), las preguntas del público y otros agregados: guiones, fotografías, programas de seminarios dictados en la Universidad de Princeton y una entrevista inédita al autor de “El Aleph” realizada en conjunto con Mario Szichman.
El arte de la microscopía
“Edité estas clases intentando recuperar lo más fielmente posible todo lo que aprendí durante el tiempo que trabajamos juntos”, afirma Daniela Portas en la nota a esta edición. “Era importante para él mantener el tono de las clases, no disimular o disminuir las marcas de ese contexto original de enunciación y, a la vez, por supuesto, lograr que el resultado fuese un texto que diera gusto leer”, agrega.
En diálogo con Clarín, recuerda cómo fue su trabajo con Piglia: “Comenzó en marzo del 2015 y continuó hasta su muerte. Lo conocí cuando la enfermedad había avanzado mucho y ya no podía trabajar sin ayuda. Éramos varias asistentes que nos turnábamos durante la semana, porque él trabajaba todos los días y lo hizo hasta el final. Fue una experiencia inolvidable”, recuerda.
Agrega algunos detalles más de cómo era su día a día: “Con el tiempo, me animé a hacerle sugerencias para intentar facilitarle el esfuerzo que significaba para él darme indicaciones. A veces las aceptaba, otras no. En ese ida y vuelta fui aprendiendo algunas cosas acerca del modo que él tenía de editar, que es algo que tuve presente mientras trabajaba en este libro”.
Respecto a las ideas vertidas en estas clases, opina que “podría pensarse que son una introducción a Borges, pero para mí son mucho más. Me parece fundamental que encare las clases desarmando la imagen del viejo sabio. Es muy lindo lo que cuenta sobre los trabajos que tuvo Borges, sobre cómo vivía y cómo era encontrarse con él. Me fascinó lo que tiene que ver con el Borges lector. Piglia desmenuza el modo de leer que tenía Borges, un modo microscópico, fragmentario, marginal, seriado”.

Acerca de las clases televisivas devenidas en libro, Portas opina: “Cuando lo leés, lo que aparece en primer plano es la estructura de su argumento, descubrís cosas que quizás viendo las clases pasan desapercibidas. Y leerlo te compromete de otro modo”.
Una pregunta disparadora
Piglia comienza sus clases con una pregunta disparadora: ¿Por qué Borges es un buen escritor? ¿Qué significa serlo? Desmenuza el adn borgeano: la realidad transformada en texto. Borges solía crear textos ficcionales que parecían reales –tal vez el ejemplo más célebre sea “Pierre Menard, autor del Quijote”– provocando la duda hasta en el lector más erudito que intentaba buscar citas que habían surgido de su imaginación.
Señala otra clave: la tensión entre lo popular y la biblioteca que “nunca resuelve, por eso también, es un gran escritor”. Destaca su particular estilo de narrar entre el balbuceo y la ironía. Analiza su reivindicación del plagio. Borges sostenía que, a veces, la copia era mejor que el original.
Aparece la memoria como condena: “Es el caos. Es algo que el sujeto no puede manejar. El olvido, en esa situación, es el alivio”. Es interesante y hasta cómico cuando recuerda su primer encuentro con Borges. Piglia tenía 18 años, lo invita a una conferencia y se atreve a criticarle un cuento.
El escritor Germán Maggiori, sobrino de Piglia y heredero de su biblioteca, fue uno de los invitados de la clase dos. Recuerda, a pedido de Clarín, el backstage de su intervención: “El maquillaje que me aplicaron se sentía tirante en la piel, como una máscara, era una sensación incómoda. En esas condiciones, un poco penosas, escuché toda la primera parte de la clase. Luego hubo un receso. Fuimos a ver a Ricardo al camarín y de alguna manera nos supo transmitir su calma porque después las cosas en el set anduvieron bien”.
Acerca de las clases, sostiene que “fue una verdadera proeza haber sostenido durante cuatro emisiones un nivel altísimo y al mismo tiempo haber suscitado el interés y atención que recibió el programa, y todo eso hablando de Borges”.

Además, recuerda una anécdota que lo marcó para siempre en una de las tantas visitas familiares que hizo Piglia a su casa en Adrogué al ser primo de su padre: “Tendría diez años. Recuerdo algo que contó vinculado a su experiencia en Estados Unidos. Le había llamado la atención la enorme cantidad de runners, a toda hora, por las calles, algo que en Argentina por aquellos años era raro. Esta escena y su manera de explicarla invitaba a sospechar la existencia de un sentido oculto detrás de ese comportamiento. Desde ese momento, asocié el ser escritor al encontrar esa mirada lúcida, excéntrica, que revela el doblez de las cosas”.
Dos computadoras
En el epílogo, el director de cine, guionista y doctor en Literatura Latinoamericana Edgardo Dieleke cuenta su experiencia como asistente de Piglia en Princeton primero y, luego, como investigador en su archivo, que incluye sus diarios, papeles personales, resumen y hasta dos computadoras personales. Actualmente se encuentra investigando para un futuro documental que contará el viaje de Piglia a China en 1973 cuando militaba en Vanguardia Comunista.
Rememora sus gestos dando clase, describe sus “rulos rebeldes” y la coreografía de sus manos. “Algo de esa chispa, esa espontaneidad, quedó registrada en estas clases grabadas. Sus clases, a través de esta combinación de cercanía, intimidad, espontaneidad, humor y erudición, adquieren la naturaleza del arte conceptual”, escribe.
En diálogo con Clarín, amplía su mirada sobre estas lecciones borgeanas: “Su lectura fue muy particular, modificó las lecturas que había hasta el momento. La generación anterior a él, el grupo Contorno, y algunos de sus contemporáneos estaban bastante en contra de Borges en relación a ciertas posiciones políticas. Hizo un trabajo atento a los procedimientos de la escritura. También es interesante cómo piensa el después de Borges”, agrega.
Sobre el final, la entrevista inédita a Borges rescatada del archivo Pigliano reúne sentencias sobre otros autores (“Lugones tenía un modo de escribir vanidoso”; “Martínez Estrada era un hombre analítico”) y algunas máximas que oscilan entre la falsa modestia y la genialidad: “Vivo con el terror continuo de que se descubra que mi obra no vale nada”.

Estas clases, con sus agregados, no sólo funcionan como un compendio de claves para reinterpretar a Borges, del cual tanto se ha escrito y nunca es suficiente. Son, también, lecciones magistrales de lectura provenientes de uno de los críticos más interesantes de estas pampas.
“Los grandes escritores y los grandes textos crean lectores y crean modos de leer”, enfatiza el autor de Plata Quemada. Este libro es, también, un sacudón del profesor Piglia desde el más allá para que el lector más adormilado se comprometa, apague sus pantallas y se siente a leer.
Borges por Piglia (Eterna Cadencia)