12.6 C
Buenos Aires
viernes, septiembre 5, 2025

Por qué el odio en los estadios de América Latina no puede resolverse desde las gradas

Más Noticias

Los cantos racistas y homofóbicos no nacen en los estadios: se ensayan en la vida cotidiana. Hasta que las instituciones del fútbol latinoamericano miren más allá de la cancha y enfrenten las fuerzas sociales más profundas detrás del comportamiento del público, las multas y prohibiciones seguirán fallando en dar con el verdadero objetivo.

Los límites de una sociología centrada solo en el fútbol

Cuarenta mil voces al unísono pueden hacer que un estadio se sienta como una nación propia. Pero cuando esas voces se tornan feas—en burlas racistas o cantos homofóbicos—la solución suele quedarse en lo estrecho: multas, cierres parciales, restricciones de aforo. La lógica: es un problema del fútbol, así que se resuelve en términos futbolísticos.

Sin embargo, ese enfoque es demasiado limitado.

Los cimientos de la sociología del fútbol—desde los procesos civilizatorios de Norbert Elias hasta los campos de poder simbólico de Pierre Bourdieu—ayudaron a los académicos a leer los estadios como rituales de identidad, masculinidad y sentido. En América Latina, autores como Eduardo Archetti y Pablo Alabarces mostraron cómo el fútbol se fusiona con la construcción nacional, la masculinidad y el mito.

Pero hay un punto ciego: la idea de que el estadio es el centro de gravedad. Esa suposición ya no se sostiene. En ciudades de toda la región, los cantos que se oyen en los partidos no se forman en las gradas: son ecos de cadenas de WhatsApp, chistes escolares, mítines políticos y la rabia alimentada por algoritmos.

Las barras bravas, esos grupos de hinchas organizados, no viven aparte de las estructuras de poder. Como lo ha demostrado José Garriga Zucal, suelen estar incrustadas en maquinarias políticas, redes clientelares y hasta en el propio aparato policial. Tratar los cantos de odio como un problema de conducta de hinchas es apuntar al síntoma, no a la causa.

Los cantos en los estadios son síntomas, no causas

Las sanciones de la FIFA son reales, pero están dirigidas a la capa equivocada. La teoría de la identidad social nos dice que los cantos no solo reflejan prejuicios: producen cohesión al vigilar quién pertenece al grupo en momentos de alta emoción. Y en América Latina, esas fronteras—en torno a raza, género, sexualidad—se moldean mucho antes del torniquete.

El famoso “grito” mexicano, lanzado contra los porteros rivales, ha resistido campañas y multas por dos décadas. ¿Por qué? Porque, como muestran investigadoras como Brenda Elsey y Joshua Nadel, la masculinidad latinoamericana se guioniza a través de la humillación, la insinuación y la “picardía”: la sonrisa detrás del golpe. Ese canto es parte de una gramática cultural, no solo una provocación.

Y ahora, la transgresión viaja. A través de TikTok, Telegram y páginas de memes, la desviación colectiva se convierte en capital social. Las plataformas la recompensan. El canto ya no es un momento: es contenido.

Mientras tanto, el público ya no son solo los hinchas en el estadio. Es un bucle de actuaciones analógicas y digitales, donde gritar un insulto puede dejarte vetado del estadio—pero hacerse viral en línea. En esa economía, las multas se vuelven ruido de fondo. Y el odio sigue cantando.

Lo que revela una mirada más amplia

Cuando uno sale del estadio, ve los mecanismos.

Primero, la complicidad institucional. En países como Argentina y Colombia, estudios han mostrado cómo los grupos de hinchas reciben beneficios—entradas, viajes, empleos—a cambio de lealtad política, movilización o disciplina en las tribunas. Un canto de odio, en ese contexto, no es solo una reacción de la multitud; es una señal.

Segundo, el estadio sigue siendo uno de los pocos lugares de visibilidad para la juventud trabajadora. En ciudades fracturadas por la desigualdad y el exceso de control policial, cantar desde las gradas es una forma de presencia. El Estado puede marginarte en la calle—pero no en la curva. Esa visibilidad trae orgullo—y riesgo.

Tercero, esos cantos suelen ser actuaciones racializadas del nacionalismo. En Argentina, la blancura sigue dominando el ideal nacional. En Brasil, el mito de la democracia racial enmascara patrones más profundos de exclusión antinegra. Así, cuando un jugador afrodescendiente es insultado, el odio no es aleatorio: es parte de una narrativa nacional sobre quién pertenece.

Y, sin embargo, el estadio también es un sitio de resistencia y reinvención.

El surgimiento de barras LGBTQ+, colectivos de mujeres y grupos de hinchas antirracistas demuestra que el fútbol no es estático. Estos grupos desafían las normas, reescriben los cantos y reinventan el ritual—cuando se les da espacio y seguridad para hacerlo.

Una sociología estrecha centrada solo en los hooligans se pierde de todo esto.

EFE@Osvaldo Villarroel

Corregir incentivos, no solo cantos

Entonces, ¿qué funciona realmente?

Comencemos con los incentivos. Vincular una parte de los ingresos de los clubes o los premios de los torneos a progresos medibles, como auditorías independientes de incidentes discriminatorios, capacitación de personal de seguridad, alianzas locales y métricas de inclusión. Hacer que pertenecer valga dinero—y excluir sea un riesgo financiero.

Después, romper las redes clientelares. Eso significa un sistema de entradas transparente, prohibir la injerencia política en la logística de hinchas y reemplazar las redes en la sombra con sistemas visibles y responsables. La criminología sugiere que la disuasión focalizada funciona mejor: apuntar a cabecillas, no a multitudes; ofrecer salidas hacia el trabajo formal a quienes quieran dejar la violencia atrás.

Luego, domar el eco digital. Exigir fricciones en las plataformas durante los días de partido—retrasos en las subidas, detección automática de insultos en dialectos locales, moderación con IA entrenada en claves regionales. Frenar la curva de viralidad puede desinflar el odio performativo.

Y, finalmente, invertir en investigación a largo plazo liderada por América Latina. Demasiada sociología del fútbol aplicada aquí viene de Europa. Financiar estudios que sigan el canto desde el barrio hasta el hashtag, desde el patio escolar hasta el cancionero. Combinar etnografía con análisis de redes, y escuchar a más voces que las de las barras bravas.

Dar plataforma a las contraculturas que ya están reescribiendo el guion. Los colectivos inclusivos, los grupos de madres, las secciones de hinchas queer. Incorporarlos a la gobernanza. Darles derecho a veto sobre campañas hechas en su nombre. Ponerlos en las transmisiones. Financiar sus banderas, no como relaciones públicas, sino como política.

Lea Tambien: Guadalajara, México, enfrenta desapariciones a la sombra antes del foco mundial de la Copa del Mundo

El fútbol no está separado de la sociedad. Y la sociedad no cambiará reduciendo a la mitad el aforo del estadio por un partido.

El canto termina cuando cambia el guion.
Y ese guion se escribe mucho antes del silbatazo inicial.

Redacción

Fuente: Leer artículo original

Desde Vive multimedio digital de comunicación y webs de ciudades claves de Argentina y el mundo; difundimos y potenciamos autores y otros medios indistintos de comunicación. Asimismo generamos nuestras propias creaciones e investigaciones periodísticas para el servicio de los lectores.

Sugerimos leer la fuente y ampliar con el link de arriba para acceder al origen de la nota.

 

- Advertisement -spot_img

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

- Advertisement -spot_img

Te Puede Interesar...

Estuvo preso cuatro años por el abuso sexual de sus hijas: era una falsa denuncia

Cuatro años, tres meses y tres semanas estuvo preso Ezequiel Ríos (45) en una celda penitenciaria como acusado del...
- Advertisement -spot_img

Más artículos como éste...

- Advertisement -spot_img