The Cure es una república del bis. Hay conciertos de la banda de Robert Smith que duran menos que sus regresos a los escenarios. Entre 2004 y 2005, indudablemente necesitado de un abrazo, el cantante registró un sinfín de gracias totales. Volvía y no hacía uno sino tres y hasta cinco canciones fuera de programa.
Sandro fue otro mimoso empedernido. En un recital por sus pagos de Lomas de Zamora, en los ’90, amagó irse haciendo que hablaba por un teléfono de línea del decorado:“Gorda, poné los fideos que ya voy”. Ante la sutil amenaza de punto final, las chicas aullaron como mandriles y el Gitano decidió estirar la despedida.
Ese largo adiós nunca conmovió a Elvis Presley. El edípico camionero de Tupelo, Misisipi, era más severo que el Pentágono. Hay que decirlo: Elvis tuvo (también) una historia de mezquindades con su público. Nunca un bis y mejor ni hablar de esos álbumes “nuevos” invadidos de material previamente editado.
«Elvis dejó el edificio»
Imposible cantarle «una más y no jodemos más». Ni Keith Jarret se comportaba así. Su postura indeclinable, sin embargo, reforzaba el aura de superestrella, dando a entender la existencia de una cuarta pared tamaño Muro de Berlín. Elvis dejaba en claro un capricho atendible para quien proclamaban Rey del Rock and Roll.
Durante los ’70 se estudió en detalle la relación del cantante con los bises y -atenti- en ninguno de los 1.145 shows de esa década interrumpida por su muerte en 1977 se dignó a estirar el show. Ni un poquito. Fue un sello que, de entrada, lo distinguió de otros músicos de la época tales como Chuck Berry o Jerry Lee Lewis.
Aquello tuvo su origen el 15 de diciembre de 1956 en el Auditorio Municipal de Shreveport, Luisiana. A un año y pico de la publicación de su primer hit, se oyó que alguien decía: “Elvis has left the building”. Elvis abandonó el edificio. Refunfuñando, la gente no tuvo más remedio que volver a sus aposentos. Fue la primera vez. Y se hizo costumbre: el «hasta luego» con música no estaba en los planes de la superestrella.
Sonó a súplica. Un tal Horace Lee Logan le pidió calma a la incipiente Elvismanía, pero la gente no estaba dispuesta a dejar el recinto. Logan entonces imploró: “Por favor, ladies and gentleman, Elvis Presley ha dejado el edifico y se fue en su coche…”
Demasiada satisfaction para el fan, pensaba el cantante. «Cuando el espectáculo termina, termina», declaró en una entrevista a TV Guide de 1972. Odiaba los bises a su manera (raro en un tipo que se llamaba «El bis», ¿no?). Debía sentir que dilataban su fuga psicofísica o que le robaban parte del descanso. En buena medida podía permitírselo porque fue el primer dios humano.
Elvis Presley lo dejaba todo en el escenario. Pero terminaba de cantar lo previsto y se iba para la casa. Foto: APEn su entrañable vínculo con la fama, Elvis rezongaba: los actores simplemente hacen una reverencia, no tienen que volver y repetir un cacho de obra. Por eso él no aportó ni un solo vibrato a la actual convención. Nada tuvo que ver con los bises que, lejos de la espontaneidad y la emoción, se volvieron programáticos. Como un bonus formador del precio de las entradas.
Demagogia cero
La consigna del «edificio» acompañó una trayectoria y, palabras más o menos, se repitió en cada presentación. Fue latiguillo y sobrevive como meme. El locutor permanente pasó a ser Al Dvorin, todoterreno de la troupe de Elvis que usaba el micrófono a lo Les Luthiers y remataba la omisión con un «gracias y buenas noches».
Dvorin merece un párrafo. Fue una especie de Mal Evans en Los Beatles: jefe de seguridad, presentador oficial y, ya que estás, haceme un emparedado de pastrami. Su chiste estuvo presente hasta el final. “Con Elvis hice todos los trabajos excepto teñirlo”, dijo recordando el enunciado antibises que luego se utilizaría en series y en películas.
Detrás de toda esta resistencia absurda por supuesto estaba el ominoso Coronel Tom Parker. Hábil manager paternalista de Elvis, conocedor de la primera juventud masiva, el hombre supo delinear una estrategia que, en términos de construcción política y pública de una figura central, consistía en dejarlos “hambrientos”.
Elvis Presley murió el 16 de agosto de 1977. Durante los años ’70 dio 1.145 shows y ni un sólo bis.A pesar de que Los Beatles renunciaron a tocar en vivo en 1966, hicieron bises. No siempre porque sus shows acostumbraban ser rápidos y furiosos. El célebre concierto del Shea Stadium duró 35 minutos y 12 temas delante de 55 mil personas. Paul McCartney le echa la culpa de los recitales largos a Bruce Springsteen. Según parece, el Boss puede pasarse largas temporadas arriba del escenario. En 2012 -está documentado- tocó y cantó cuatro horas y media en Helsinki, Finlandia.
El récord total y absoluto de permanencia delante del público es nuestro, made in Argentina. Lo tiene Luis Alberto Spinetta con Las Bandas Eternas, en 2009. Tocó en la cancha de Vélez durante cinco horas y media. Unas 37 mil personas se juntaron para ver Almendra, Pescado Rabioso, Invisible, Jade y Los Socios del Desierto. Además, Charly García, Fito Páez, Gustavo Cerati, Ricardo Mollo, Juanse. No podía durar menos. Encima hubo bises.
