Aunque parezca contradictorio, muchas de las conductas que consideramos «pecaminosas» o indebidas no son perjudiciales por sí mismas, sino por ejecutarlas en exceso. Así lo expone Jack Lewis, doctor en Neurociencias por el University College de Londres y autor del libro ‘La ciencia del pecado (Pinolia)’.
Desde su perspectiva, hay una diferencia clave entre el uso moderado y el abuso: “Es importante que comamos algo al día para mantenernos vivos, pero mucha comida al día nos hará engordar. Un vaso de vino tinto al día es bueno para nuestra salud, una botella acabará perjudicándola”. El reto, entonces, no está en eliminar los placeres, sino en saber dosificarlos.
Lewis explica que aquello que más nos cuesta controlar suele estar vinculado al placer, ya que activa lo que se conoce como la vía de recompensa del cerebro: “La vía de la recompensa es famosa por orientar nuestras decisiones hacia la gratificación inmediata; a menudo se eligen recompensas disponibles al instante, en lugar de resultados mejores que podemos conseguir a largo plazo si somos pacientes y ejercemos cierta moderación”.

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El autocontrol sí puede entrenarse
Frente a este panorama, el especialista señala un aspecto esperanzador: el cerebro conserva su capacidad de transformación a lo largo de toda la vida. “La neuroplasticidad, o capacidad del cerebro para reforzar y debilitar determinadas conexiones entre distintas áreas cerebrales, dura toda la vida, hasta la edad adulta, y no sólo en la infancia”.
Gracias a ello, desarrollar el autocontrol es una posibilidad real si se practica de manera constante. Según Lewis, “podemos desarrollar nuestra capacidad de autocontrol mediante la práctica diaria persistente, que refuerza la influencia de las áreas cerebrales implicadas en ayudarnos a resistir el impulso de gratificación instantánea”.
La clave, dice, está en establecer metas posibles y ser pacientes: “El truco está en fijarnos objetivos alcanzables, y en esperar que los cambios se produzcan a lo largo de los meses, y no que sea una cuestión de días”.
Hombres y mujeres, una diferencia hormonal
Otra de las observaciones del neurobiólogo está relacionada con el género. Indica que los hombres tienden más a conductas de riesgo que las mujeres, en gran parte por la influencia de la testosterona.
“Esto influye en la forma en la que la vía de recompensa del cerebro procesa el riesgo. El efecto neto es que la perspectiva de comportamientos de riesgo parece más excitante que desagradablemente estresante. De ahí que los hombres tiendan a adoptar comportamientos de riesgo extremo más que las mujeres”, dijo.

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A pesar de esta tendencia, aclara que no es una diferencia biológica entre cerebros masculinos y femeninos, sino una cuestión de niveles hormonales.
“No tiene nada que ver con cómo sea el cerebro de los hombres con respecto al de las mujeres”, advierte Lewis. Y añade: “Los estudios neurocientíficos que buscan específicamente diferencias estructurales consistentes entre los cerebros masculino y femenino descubrieron que hay muchas más similitudes que diferencias. Una analogía que puede ser útil en este caso es que el hardware es el mismo, pero los cerebros masculino y femenino ejecutan un software ligeramente diferente”.
En ese sentido, concluye que las conductas están más relacionadas con la experiencia que con la biología: “En general, las diferencias en el software parecen deberse más a la educación que a la naturaleza. En otras palabras, las diferencias de comportamiento entre hombres y mujeres tienen mucho más que ver con las experiencias típicas de la vida que con las diferencias en el ADN”.
Camila Sánchez, El Tiempo/GDA