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- Autor, Gerardo LissardyGerardo Lissardy
- Título del autor, BBC News Mundo
 
Donald Trump ha mostrado de varias formas que pasó a darle una atención especial a Sudamérica en su segundo mandato como presidente de Estados Unidos.
Lo hizo, por ejemplo, al ordenar un insólito despliegue militar en el sur del Caribe y una serie de bombardeos frente a las costas de Venezuela y Colombia contra barcos que asegura que cargan drogas, sin presentar pruebas.
Trump también abrió un pulso político-comercial con Brasil, al imponerle aranceles del 50% para intentar evitar que su aliado, el expresidente Jair Bolsonaro, fuera juzgado por intento de golpe de Estado.
Y luego dejó claro su interés en Argentina, al conceder un inusual auxilio de US$20.000 millones al gobierno de Javier Milei antes de las elecciones legislativas del domingo pasado.
«Nos estamos centrando mucho en Sudamérica y estamos consiguiendo un fuerte control en Sudamérica en muchos sentidos», declaró Trump el lunes, al felicitar en público a su aliado Milei por su triunfo electoral.
Todo esto contrasta con el relativo desinterés por la región que tuvieron los anteriores gobiernos de EE.UU. este siglo, incluida buena parte del primer mandato de Trump entre 2017 y 2021, señalan analistas.
Ya sea por la «guerra contra el terrorismo» del presidente George W. Bush entre 2001 y 2009, por el «giro hacia Asia» de su sucesor Barack Obama o por las guerras en Ucrania y Gaza que ocuparon a Joe Biden antes de pasarle el mando a Trump, Sudamérica estaba lejos de las prioridades de Washington.
Sin embargo, las cosas parecen haber cambiado en los nueve meses transcurridos desde el retorno del republicano a la Casa Blanca.
«Sudamérica volvió a ser una región importante para EE.UU., como no lo era desde hace muchos años», le dice Monica de Bolle, investigadora principal del Instituto Peterson de Economía Internacional, con sede en Washington, a BBC Mundo.
Pero ¿a qué se debe esto?
«Muy difícil»
Trump ha dejado entrever que busca alinear a países sudamericanos con su gobierno, en base a una política de castigos o ayudas.
Al recibir al ultraliberal Milei en la Casa Blanca este mes, antes de las elecciones legislativas en Argentina, Trump sostuvo que la ayuda a este país «no va a ser una gran diferencia» para EE.UU.
«Pero sí lo será para Sudamérica. Si a Argentina le va bien, otros le seguirán», agregó. «Hay muchos otros países que están siguiendo nuestros pasos».

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Como ejemplo mencionó a Bolivia, donde el centrista Rodrigo Paz fue electo presidente este mes y prevé reabrir las relaciones de su país con EE.UU., suspendidas desde 2008 bajo los gobiernos del Movimiento al Socialismo.
Algunos expertos sostienen que Washington busca ampliar su acceso a distintos recursos en Sudamérica, desde minerales críticos a tierras raras, y establecer en la región cadenas de suministro claves para su propia seguridad económica.
Pero también observan que, con sus demostraciones de fuerza e influencia en Sudamérica, Trump busca alejar a China de la región.
Al recibir a Milei en la Casa Blanca, Trump trazó una especie de línea roja cuando un periodista le preguntó si Argentina debía cerrar una línea de intercambio de moneda que tiene con China y una base espacial del país asiático en la Patagonia.
«Pueden hacer algo de comercio, pero no se debe ir más allá. Ciertamente no se debe hacer nada que tenga que ver con lo militar con China. Y si eso es lo que está ocurriendo, me molestaría mucho», indicó.
En este siglo, China amplió su vínculo con Sudamérica hasta volverse el mayor socio comercial de la región, tras superar a EE.UU., y tejer lazos estratégicos con una decena de países.
«Sudamérica de un modo general se volvió en los últimos años una zona de influencia de China y creo que (Trump) está intentando revertir ese cuadro para que Sudamérica vuelva a ser una zona de influencia de EE.UU.», señala de Bolle.
Sin embargo, advierte que «es muy difícil revertir esa situación».

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Una señal de tal complejidad surgió tras el auxilio monetario de Trump a Milei: hubo quejas del sector agricultor de EE.UU. por entender que eso contribuía a que Argentina exportase a China la soja que el país asiático dejó de comprar a los estadounidenses, por la guerra comercial mutua.
Margaret Myers, directora del programa Asia y América Latina de Diálogo Interamericano, un centro de análisis en Washington, afirma que «el modus operandi (de EE.UU. en la región) es claramente transaccional y geográficamente limitado, y carece de una política o estrategia hemisférica integrada».
A su juicio, el pulso con China influye en la mirada de EE.UU. hacia el sur del hemisferio, «sobre todo desde el prisma de la competencia por recursos y las preocupaciones por la seguridad marítima».
«Este enfoque ha logrado algunos beneficios a corto plazo, ya que aumentó la inquietud en la región sobre los acuerdos con China», le dice Myers a BBC Mundo.
Pero agrega que Pekín «sigue comprometido con la región, (donde) la importancia de las relaciones comerciales con China pesa mucho en quienes toman las decisiones».
El factor ideológico
El gobierno de Trump también ha dado señales de ver a Sudamérica desde una óptica ideológica.
El mandatario dijo por ejemplo que prestó atención en Milei desde antes que fuera electo presidente, cuando «se mostró muy conservador».
«Es un seguidor incondicional de MAGA», sostuvo, usando las siglas de su movimiento político Make America Great Again (Volvamos Estados Unidos Grande de Nuevo) para luego cambiar América por Argentina.
Por otro lado, EE.UU. sostiene que el envío de buques de guerra, aviones de combate, bombarderos, marines y su mayor portaaviones al Caribe obedece a una ofensiva contra el narcotráfico.

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Al menos 57 personas han muerto desde inicios de septiembre en ataques de EE.UU. contra embarcaciones que acusa de cargar drogas en aguas del Caribe y Pacífico, cuya legalidad es cuestionada por expertos.
Muchos creen que un objetivo de Trump con ese despliegue militar es intimidar y derrocar al presidente izquierdista de Venezuela, Nicolás Maduro, a quien acusa de liderar un cartel de drogas, algo que él niega.
Marco Rubio, secretario de Estado y consejero de seguridad nacional de Trump, es considerado un arquitecto de la estrategia hacia Venezuela, que contempla operaciones encubiertas de la agencia estadounidense de inteligencia CIA.
Nacido en Miami de padres inmigrantes cubanos, Rubio reclamaba desde sus tiempos de senador un endurecimiento de la política de EE.UU. para Venezuela, Cuba y Nicaragua, y alertaba contra la presencia de China en América Latina.
La región podría pasar a ocupar un lugar destacado en las estrategias seguridad nacional y defensa que el gobierno de Trump prevé divulgar pronto, según reportes.

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EE.UU. también sancionó recientemente al presidente izquierdista de Colombia, Gustavo Petro, que ha calificado de asesinatos los ataques militares a barcos civiles y a quien Trump acusa de incentivar la producción de drogas.
Esto ha aumentado la tensión de Washington con Bogotá, uno de sus mayores aliados históricos en Latinoamérica. Algunos advierten que la situación podría complicar la vieja cooperación antinarcóticos entre ambos.
El mes pasado, Rubio fue interrogado sobre la posibilidad de que las fuerzas de EE.UU. «ejecuten unilateralmente a traficantes» de países aliados como Ecuador o México, y pareció descartarlo.
«En muchos casos no es necesario hacerlo con gobiernos amigos, porque los gobiernos amigos nos van a ayudar», dijo Rubio durante una visita a Ecuador. «Pueden hacerlo ellos mismos, y nosotros les ayudaremos».
Si bien Trump mantiene los aranceles a Brasil que lo enfrentaron al presidente izquierdista Luiz Inácio Lula da Silva, esta semana ambos se reunieron al margen de una cumbre en Malasia y la relación pareció distenderse.

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Algunos ven en todas estas acciones de Trump en Sudamérica un intento de reinterpretar la doctrina Monroe, presentada por un presidente de EE.UU. en 1823 contra el colonialismo europeo en el continente, bajo la frase «América para los americanos».
Alan McPherson, un experto en las relaciones del país norteamericano con América Latina que dirige el Centro para el Estudio de la Fuerza y la Diplomacia en la Universidad de Temple (Filadelfia, EE.UU.), nota una «tendencia general del presidente Trump a expandir la presencia de EE.UU. y actuar como un matón».
Pero niega ver la doctrina Monroe detrás de las motivaciones de Trump en Sudamérica.
«Lo que conecta todas esas motivaciones», concluye, «es que América Latina, a diferencia de China o Rusia, no tiene la misma capacidad de contraatacar el poder de EE.UU., por lo que es un objetivo más fácil».

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