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lunes, agosto 4, 2025

Potencias mundiales en América Latina, ¿extravagancia de la imaginación?

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Tal cual sucede con el cubo de Rubik, para que un país alcance el status de potencia tiene que seguir determinados pasos. Si no lo hace, el objetivo no se cumplirá. Tal aserto se apoya en la evidencia histórica. Se sabe, de manera bastante taxativa que, por ejemplo, sin la creación de condiciones materiales esenciales para aumentar sus capacidades militares y todo ese vasto despliegue económico-financiero-tecnológico involucrado, tal aspiración es irrealizable. Son quizás los pasos más relevantes.

El agudo politólogo italiano Loris Zanatta, quien ha escrito punzantes obras sobre la política argentina, reflexionó recientemente al respecto. La metáfora del cubo de Rubik calza perfecto.

Lanzó varias preguntas muy sugerentes sobre las características de dichos pasos, teniendo como telón de fondo la viabilidad del país vecino. Su motivación surgió a raíz del reiterado deseo discursivo de la administración Milei en tal sentido.

Sin embargo, sus reflexiones sirven de marco para cualquier otro caso, especialmente en América Latina. No debe olvidarse que Brasil es otro país de la región que ya durante décadas, ha exteriorizado ambiciones parecidas. Una ambición plagada de dificultades y frustraciones. Basta ver la argumentación de Lula frente a la imposición arancelaria de Trump. Imposible no tener en la memoria a Stefan Zweig, quien en 1942 escribió “Brasil, país del futuro”. Una aspiración ad eternum.

¿Significa todo esto una extravagancia de la imaginación o son Argentina y Brasil países que buscan encontrar un sentido existencial?

Situado en un punto de partida distinto a Brasil, la nación vecina ha tenido sus propios sueños. Por décadas, y sin disimulo, ha acariciado el deseo de jugar en las grandes ligas mundiales. Un intento intermitente e impregnado de locuacidad. Se ha puesto de moda nuevamente a propósito de Milei, quien elevó tal deseo a una especie de discurso oficial. Lo ha dicho en Davos y en numerosos otros foros internacionales. Eso motiva necesariamente reflexiones. Como la de Zanatta.

Este plantea que el paso primero para analizar la viabilidad de un proyecto de tal naturaleza es ubicar los deseos en un marco histórico determinado, sugiriendo que el asunto no es tan sencillo. Un gobierno no puede situar su ambición fuera de su propia historia.

Para Zanatta es curiosa la insistencia retórica del Presidente Milei. Y es que, más allá de constatar que el deseo siempre es una condición movilizadora sine qua non, hay cuestiones objetivas a tener en cuenta. Objetivas y terrenales. No basta con un simple rezo matinal para tensionar positivamente a un país entero ni que la divina providencia se apiade.

Es imprescindible, desde luego, que la élite demuestre su deseo de conducir a la nación en esa dirección. D. Murray diría, que invite a construir su propia “catedral de Colonia”. Es decir, que el grueso de los habitantes se sienta convocado. La metáfora se sustenta en esa construcción tan característica de Nordrhein-Westfalen, edificada durante varios siglos de esfuerzo mancomunado.

Según Zanatta, pese a lo loable de la aspiración de Milei, hay algunas falencias importantes, pues su deseo no guarda relación con ningún otro momento previo del país. No hay apego a algún sentido histórico, sociológico, politológico o económico.

Como se sabe, el país alcanzó excepcionales capacidades económico-comerciales a inicios del siglo 20. Zanatta sugiere que la tentación a basarse en eso es en parte errónea y en parte insuficiente.

Constata que la Argentina de aquellas décadas se limitó a privilegiar el aumento de la renta per cápita, por lo que -dicho con algo de sorna- si tal fundamento tuviese validez, hoy las grandes potencias serían Liechtenstein, Luxemburgo e incluso San Marino.

¿Dónde se ubican entonces las limitantes de aquel boom?

La principal en que Argentina no construyó unas fuerzas armadas de alcance internacional. Tampoco impulsó un despliegue industrial asociado a ellas. Incluso descuidó la introducción de innovaciones tecnológicas claves en las áreas donde había alcanzado récords de producción. Ni siquiera consiguió generar un polo gravitacional en materia económico-financiera. Es decir, no visualizó el avance del capitalismo de las décadas que vendrían, como sí lo hicieron Australia y Canadá, países comparables en aquellos años.

Y tiene plena razón. Sin unas fuerzas armadas robustas y en ausencia de una proyección de poder internacional -nítida y reconocida- es sencillamente imposible que un país sea considerado potencia. No se trata, desde luego, de expandir capacidades militares para andar buscando monstruos en el extranjero a los cuales eliminar, como advertía el Presidente John Quincy Adams a inicios del siglo 19. No. Se trata de una robustez tecnológico-militar indicadora de la voluntad de incidir en los asuntos internacionales.; incluso en aquellos donde impera el poder duro.

Luego, cabría añadir la necesidad de contar con un capital humano excepcional; algo en extremo difícil en estos tiempos en que la competencia es global.

Quizás el error histórico fatídico de nuestros vecinos fue haber apostado por un modelo que en lo económico privilegió la demanda interna y que en lo político perdió el norte. La conducción política tomó además un tinte megalómano. Se dirigió a un aislacionismo letal, que terminó golpeando por décadas al país.

El tema de la claridad política es sustancial, pues conecta con la idea del sentido estratégico que tenga la elite gobernante. No basta con indicar a sus gobernados para qué se habita su franja de territorio, sino señalarles cómo y para qué se pretende influir en los acontecimientos internacionales.

En consecuencia, el ímpetu transformador que impregna a la administración Milei probablemente no será suficiente para ver a Argentina dotada del status de potencia. Ello no menoscaba sus propósitos generales, ciertamente. Por el contrario. Gran triunfo será alcanzar la normalidad en el funcionamiento del país, aplicando criterios de mínima racionalidad en la economía. Superar la anomia en que se encontraba el país también será considerado un gran logro.

Cabe recordar que el kirchnerismo llevó a Argentina a niveles humillantes en materia de endeudamiento externo. Ya nadie recuerda que muchos bienes nacionales, edificios de embajadas, aviones de la línea aérea estatal y hasta el buque escuela Libertad sufrieron la vejación de quedar a merced de tribunales internacionales. Y desde luego que la corrupción alcanzó niveles obscenos. Lo mismo la inflación y la hipertrofia del aparato público.

Redacción

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