Podría ser un dramaturgo relevante, pero es, en realidad, un prócer del teatro argentino. Ricardo Halac tiene 90 años, tiene más de 20 obras escritas, da clases, dirige y es una figura imprescindible del teatro argentino. Fue director del Teatro Cervantes y del Centro Cultural Chagall, que funcionó en la AMIA hasta el atentado en 1994. Creó Teatro Abierto tras volver del exilio, fue además peridista, escritor y formó a varias generaciones de dramaturgos. Ganó los premios Crítica, María Guerrero y Argentores. Y esto es solo el principio. Ricardo Halac recibió esta noche el Premio Ñ a la Trayectoria.
«Halac pensó la escena dramática como un territorio de verdad, de encuentro y de transformación. Él es sin duda, una figura esencial para comprender el teatro contemporáneo en la Argentina. Su nombre atraviesa más de seis décadas de escritura, dirección, docencia, reflexión y compromiso con la cultura», expresó el editor general de Revista Ñ, Héctor Pavón, al presentar al dramaturgo.
Halac es hijo de inmigrantes de origen sirios y parecía interesado en los números. Hizo el secundario en el Colegio Carlos Pelegrini dependiente de la Universidad de Buenos Aires y, por aquello de tener una profesión “seria”, segura, contentó a su padre estudiando durante tres años la carrera de Ciencias Económicas en esa misma casa de estudios. Pero a los 21 años ganó una beca para estudiar teatro en la Fundación Goethe, en Berlín. Y nunca se bajó del escenario.
Teatro Abierto, 1981.
Contradicciones de la vida
Pavón señaló además: «Su teatro se detiene en los vínculos, en los conflictos morales, en la dignidad del trabajo, en las contradicciones de la vida cotidiana. Es un estilo que no se aleja del espectador, sino que lo interpela y lo conmueve».
Su experiencia en Alemania y en otras capitales de Europa, moldearon su mirada artística. Tenía 26 años cuando regresó a la Argentina y le alcanzaron para estreno su primera obra, Soledad para cuatro en el teatro La Máscara. Con esa pieza, no sólo irrumpió en la escena, sino que dio inicio a la llamada “Generación del 60”, un grupo de autores que reflejaban y cuestionaban la vida política y social de ese momento.
«Soledad para cuatro» se estrenó en 1961. Fotos de archivo: gentileza Ricardo HalacDespués vino todo lo demás: 22 obras estrenadas, tres inéditas, una única novela (El soltero, adaptada al cine con Claudio García Satur), cinco hijos de tres parejas –Eva, Martín, Luciano, Marina y Juan–, el exilio en México por amenazas de la Triple A, la dirección del Teatro Cervantes, la del Centro Cultural Chagall en la AMIA, la vicepresidencia de Argentores (entidad donde aún hoy dicta un seminario de dramaturgia), los premios (Martín Fierro, María Guerrero, Konex) y una vida entera dedicada a tres oficios que se retroalimentan: la dramaturgia, el periodismo y la docencia.
Mientras todo eso pasaba, Halac también se dedicó a los medios de comunicación, en los que trabajó como periodista. Pasó por las redacciones de La Razón, El Mundo y La Opinión. Allí, de hecho, fue parte del grupo que hacía “La Opinión Cultural”, bajo la dirección del poeta Juan Gelman.
«En tiempos difíciles –continuó el editor general de Revista Ñ–, Halac eligió seguir escribiendo, diciendo y creyendo en el poder de la palabra. Supo que el teatro también es una forma de resistencia, un espacio de libertad donde se puede imaginar otro país, otra sociedad, otra humanidad. Y concluyó: «Gracias por las palabras, las escenas, las ideas, los gestos. Por recordarnos, cada vez que se levanta el telón, que el teatro es ese juego continuo, de permanencia excepcional y dinámica que caracteriza su modo de ver y de vivir».
Halac saluda al final de una función de «El destete».
La palabra del teatro
«Estoy muy contento y orgulloso de recibir este premio. Soy un autor de teatro que ha recorrido una trayectoria muy grande», dijo Halac tras recibir el premio.
Recordó que, cuando era joven, «todavía el autor de teatro era parte de la intelectualidad que, en Argentina como en todo el mundo, tenía un lugar dentro de la política y de la historia, que caminaba y se movía en el mundo». Se remontó a Émile Zola y su «J’accuse» («Yo acuso»). Y siguió rememorando: «En mis años de juventud y me hacían notas, hablábamos de política y de la realidad; y eso se fue extinguiendo».
Contrapuso su trabajo a las formas culturales de lo que llamó «amusement». Explicó que «la diversión que mueve millones y millones de la moneda que ustedes quieran, y que difunden por todas partes algunas obras que son buenas, pero que busca que el pueblo descanse y se olvide de la realidad, y que pase un grato momento antes de dormir».
Ricardo Halac, con el editor general de Revista Ñ, Héctor Pavón. Foto Marcelo Carroll «Eso fue lo opuesto a lo que quisimos hacer, y este es un momento bisagra. Ha terminado un momento en el que creíamos que había una salida, en el que la humanidad había encontrado un camino, aunque no sucedió así. Volvió a caer esa fantasía. Pero el hombre siempre está buscando crear un mundo mejor, y yo quiero, humildemente, con mi obra participar en eso, en el lugar que pueda», concluyó su discurso.
Ricardo Halac se suma esta noche a un destacado grupo de intelectuales, artistas y autores cuyas trayectorias fueron celebradas por Revista Ñ. En esa lista figuran Roberto Fontanarrosa, autor de cuentos y de historietas imprescindibles como Boogie, el aceitoso e Inodoro Pereira, y el filósofo del arte Emilio Burucúa; la fotógrafa Sara Facio, los artistas Marta Minujín, Luis Felipe Noé y Nicolás García Uriburu, y el coleccionista Jacobo Fiterman; y los escritores Ricardo Piglia, Juan José Saer, Tomás Eloy Martínez, Aberlardo Castillo, Beatriz Sarlo y María Moreno, entre muchas otras personalidades que, con sus miradas, hacen que miles también puedan ver.
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