Una constante en las doscientas entrevistas que hizo la periodista Solange Levinton (Buenos Aires, 1981) para contar la historia de Pumper Nic, la primera cadena de comida rápida argentina, es la nostalgia. Gente que festejó su cumpleaños infantil en alguno de los 60 locales repartidos por el país, gente que conoció al amor de su vida, gente que pasaba horas estudiando en la juventud o que se rateaba del colegio en la adolescencia. Una sensación de felicidad compartida enhebra esos testimonios y muchos otros que le llegan ahora a la autora de Un sueño made in Argentina. Auge y caída de Pumper Nic (Libros del Asteroide), recién salido del horno.
El parteaguas de la pandemia también sirve en esta historia porque durante esos meses de encierro fue que Levinton hizo buena parte del relevamiento para contar la historia de la familia Lowenstein, desde que el patriarca llegó a la Argentina a la usanza de los inicios del siglo XX (o sea, con una mano atrás y la otra adelante) y se volvió rico por pura «prepotencia de trabajo» (Roberto Arlt dixit), hasta que sus hijos fueron fundando empresas emblemáticas como Paty, Las Leñas, Paseo de la Infanta, Paseo Alcorta y algunas otras. Pumper Nic fue una de ellas.
Levinton se irá en un rato a su clase de gimnasia, pero ahora, sonriente, luminosa, rápida, bebe su café en un bar y reconstruye con Clarín la investigación que le valió el III Premio de No Ficción Libros del Asteroide, muchas alegrías, algunos momentos de zozobra, que comenzó con una búsqueda en Google y que cabe en una caja de cartón.
–Hay generaciones enteras que comieron en Pumper Nic, pero resultó que la suya era una historia desconocida. ¿Dónde buscaste información?
–No había nada. Cuando me hice las primeras preguntas sobre esa empresa tan querida para mí y me puse a googlear, lo único que encontré fueron dos o tres datos: que había abierto en los años 70, quién era el dueño y poco más. Había varias notas, pero todas volvían a contar lo mismo, que era muy poco.

–Hasta que diste con un grupo de Facebook un poco singular.
–Fue en un grupo de exempleados de distintos locales que realmente encontré la primera punta de la que tirar para conocer la historia. Ahí había trabajadores, pero también familiares de los dueños de la empresa, y aunque todavía no tenía en claro qué iba a hacer, empecé a segmentar a la gente por las décadas en las que habían trabajado (no eran lo mismo los años 70, que los 80 o los 90) y me dediqué a buscar a aquellos que habían estado ahí el primer día, cuando Pumper abrió las puertas en el primer local de la calle Suipacha 435, a una cuadra del Obelisco. Muy rápido entendí cómo funcionan los recuerdos, que cada quien retiene apenas una parte del todo. Por eso, hice casi 200 entrevistas con empleados y, en ocasiones, hablaba una hora para quedarme con un par de datos. Con esos primeros materiales fui armando una línea de tiempo, marqué los hitos de a poco y con cada nuevo dato me preguntaba cómo nadie había contado antes esta historia. Eso me obsesionó: pensar que, como era una memoria analógica, cuando se murieran las personas involucradas, también Pumper iba a desaparecer.
–Algo que aparece en esos grupos, en el inicio, es el cariño por Pumper. ¿Por qué?
–Esa gente comparte sus fotos, sus recuerdos, pregunta por algún compañero de tal o cual local y, entre quienes trabajaron en una misma sucursal, además se encuentran en grupos de WhatsApp o tienen banderas que los identifican. Hay un nivel muy alto de eso que se llama “ponerse la camiseta de la empresa” y esto también me generó preguntas, porque yo no veo a la gente de McDonald’s muy entusiasmada por trabajar en McDonald’s. A ese hallazgo se sumó la historia de la familia Lowenstein, los fundadores de Pumper, pero también del complejo Las Leñas, de la empresa Paty, del Paseo de la Infanta o de Paseo Alcorta, por mencionar algunos. Me pregunté cómo logró Alfredo Lowenstein crear este fenómeno de la nada, inventando no solo una marca sino una nueva manera de comer. Así que me hice una lista de protagonistas que tenía que contactar y el resultado fue un excel larguísimo. Y justo me agarró la pandemia, que me ayudó a encontrar a un montón de gente en la casa, con tiempo para buscar en los cajones o hacer un zoom.

–Pumper fue una copia de Burguer King desde el inicio. Alfredo Lowenstein pudo haber comprado una franquicia pero eligió imitar todo: desde la comida hasta los muebles. Vos titulás tu libro Un sueño made in Argentina: ¿por qué elegiste esa idea de lo propio para una historia que comienza con una imitación?
–En esa épica, los Lowenstein eran de los pocos argentinos que podían viajar al primer mundo, mirar el futuro, venir y traerlo. Y esa es una marca bastante presente en la familia, la de copiar el sistema y armar una versión propia, una versión “a la Argentina”. Si al inicio, Pumper Nic era lo moderno, con el correr del tiempo se fue notando cada vez más que era una versión “a la Argentina” con las desprolijidades y las maneras en las que se hacían las cosas. En ese sentido, me fue pareciendo que lo que era atractivo para el consumidor y especialmente los jóvenes de esa época era que parecía norteamericano, era la posibilidad de acceder a eso que solo unos muy pocos accedían y hacerlo desde un local que estaba a una cuadra del Obelisco.
–Pumper proponía una cultura gastronómica totalmente nueva, una estética totalmente distinta, productos que nadie conocía, un circuito de circulación por el local nuevo. Todo era ajeno pero al mismo tiempo Pumper parece un espejo de lo argentino. ¿Dónde ves vos lo autóctono de este desarrollo?
–En un montón de cosas. Primero, hay algo de la “avivada” aunque para ser justos hay que decir que Burger King también es una copia de McDonald’s y así. Pero es cierto que Alfredo Lowenstein podría haberse pagado un diseñador, pero le pareció más práctico robarse el logo de Burger King. También ahí se ve esta idea de “atarlo con alambre”: que Pumper fuera tan novedoso y único (y tan monopólico además) permitió que funcionara de esa manera despreocupada, que se va a hacer evidente con los años. Lo que importaba todo el tiempo, en el fondo, era hacer guita durante la mayor cantidad de tiempo que pudieran. La propia responsable de Recursos Humanos explicaba que avanzaban, sin pensar demasiado, sin planificar. Y como no tenían competencia y el negocio era tan bueno, no aparecían los problemas. Por último, otra cosa muy argentina es hacer una cosa genial y chocarla. Eso fue lo que pasó.
–Un aspecto más, en ese listado, es la capacidad de entender este país porque Pumper Nic sobrevivió sin contratiempos al Rodrigazo con una inflación del 335% en un año; el terrorismo de Estado, la guerra de Malvinas, la hiperinflación anual del 3.079% en 1989 y una década de gobierno de Carlos Menem. ¿Cómo lo hizo?
–Cuando cumplió 25 años en la Argentina, McDonald’s publicó un libro sobre ese tiempo y dice, sobre la hiperinflación, que la Argentina era un barco a la deriva y que evaluaban retirarse del país. En ese mismo momento, en Pumper tenían una política de remarcación de precios, de stockeo de productos y de inventos como vender vales por comida que se podía consumir más adelante. Los locales de Pumper estaban llenos de gente y la empresa no dejaba de ganar plata. Esa es la cultura Argentina, que puede ser un poco genético y un poco un deporte olímpico para sobrevivir. En los 25 años que funcionó Pumper Nic, años convulsionados política, económica y socialmente, la empresa fue una burbuja.

–De hecho, la mayor parte de la gente asocia a Pumper con los años 80 pero abrió sus puertas en 1974 y fue contemporánea a la dictadura. ¿Cómo fue eso?
–Yo también pensaba que era una empresa de los años 80, pero no era así. Me pregunté muchas veces cómo algo tan colorido y festivo pudo ser contemporáneo de un momento de tanta violencia. Cuando terminó la pandemia y empecé a recorrer archivos, encontré en los diarios de la época esa violencia expresada en sangre, enfrentamientos, ataques, asesinatos. Pensé que al hablar con los entrevistados, ese contexto iba a salir en la charla, pero no fue así.
–De hecho, Pumper tiene un empleado desaparecido pero nadie lo recuerda.
–Exacto. Se llamaba Carlos Alberto Carabajal Gómez y tenía veintisiete años. Absolutamente nadie lo recuerda aunque su caso figura en el Archivo Nacional de la Memoria y el Registro Unificado de Víctimas del Terrorismo de Estado. Esto también es una pintura de la burbuja en la que vivían tantas personas. A algunos entrevistados, que estaban en el local el 24 de marzo de 1976, si no recordaban los tanques en la calle. Y sí, lo recordaban pero agregan que ellos estaban tan compenetrados en la tarea de hacer funcionar esa idea nueva que era Pumper, que llevaban esa causa con tanto compromiso y orgullo y emoción, que eso los tenía como en otra galaxia.
–La juventud se apropió muy rápido de los locales de Pumper y la marca empezó a ser escenario de series, del lanzamiento del primer disco de Soda Stereo, de la cultura gay de los 80, tuvo un logo diseñado por Nik… ¿Cómo se transformó en ese escenario cultural?
–Ese aspecto cultural de Pumper fue apareciendo en el relato de los empleados, que recordaban esos episodios, desde la celebración de sus 20 años con una fiesta para mil cuatrocientos empleados en Caix, una discoteca de moda en los noventa, hasta los baños en los que las personas homosexuales mantenían encuentros fuera de la vista de la policía. Yo creo que cualquier empresa es hija de su tiempo. Acá, lo que pasa es que esta es una historia desconocida que se mostraba singularmente fuera de contexto, como una burbuja de felicidad en tiempos violentos.

–Ese desencuentro entre un país siempre en crisis y una empresa que no dejaba de ganar mucha, mucha plata, se termina a fines de los años 90, cuando Pumper es vendida por sus dueños y al poco tiempo cierra. ¿Qué pasó?
–Para mí, se fue construyendo una tormenta perfecta. Por un lado, por supuesto que estaba un contexto muy difícil. Habían desembarcado en el país muchas marcas extranjeras y entre ellas, Pumper Nic ya no parecía tan bueno. Por otra parte, la familia Lowenstein decide venderla y trae a continuación la franquicia de la hamburguesería estadounidense Wendy’s. Y finalmente, el propio desgobierno sobre Pumper, que había multiplicado los locales sin criterio y que no cuidaba la uniformidad de la marca (había locales que vendían empanadas y otros yogurt) termina por hacer que todo colapse. El cierre no se debió solo a la llegada de Burger King. De hecho, Burger King les hizo un juicio por plagiar el logo, lo pierden y siguen sin afectarse.
–¿Es cierto que un sobrino de los Lowenstein conserva una caja con decenas de materiales de Pumper Nic, que son como un viaje en el tiempo?
–Si, un sobrino, que era un adolescente en ese momento y que soñaba con trabajar toda la vida en Pumper hasta volverse el director, va a la empresa el último día y junta todo lo que encuentra, stickers, sobres, carteles, fotos, cajas… mete todo eso en una caja y lo conserva durante décadas. Él mismo reconoce que el amor y los negocios no deben ir juntos y dice que él hubiera vendido su casa para sostener a la empresa que su tío había vendido sin problema.
Solange Levinton básico
- Nació en Buenos Aires, 1981, y es una periodista. Trabajó hasta 2024 en distintas secciones de la Agencia de Noticias Télam de Argentina.
- Es coautora del libro Voltios: la crisis energética y la deuda eléctrica publicado en 2017 y editado por Leila Guerriero.
- Ha colaborado en medios nacionales como La Nación, Clarín, Infobae, Editorial Perfil y con revistas internacionales como Gatopardo y Dossier de la Universidad Diego Portales de Chile.
Un sueño made in Argentina. Auge y caída de Pumper Nic, por Solange Levinton (Libros del Asteroide).