Desde las leyendas sobre fuentes de la juventud hasta modernas investigaciones, el deseo de detener el paso del tiempo siempre ha fascinado al ser humano.
Aunque en la mayoría de los casos esta idea ha sido propia de la mitología y la ciencia ficción, ciertos descubrimientos científicos han comenzado a redefinir nuestra comprensión de lo que significa envejecer.
Pero en el mundo de la naturaleza, existen organismos que desafían las reglas conocidas del envejecimiento. Algunos presentan una longevidad extraordinaria que supera ampliamente la de los seres humanos, lo que ha llevado a los científicos a investigar sus características biológicas y genéticas.
Algunas de estas especies no solo viven durante siglos, sino que también muestran signos sorprendentes de regeneración celular y resistencia al deterioro. Muchos de estos seres longevos se encuentran en ambientes marinos o acuáticos. Las condiciones del agua parecen favorecer la conservación de sus cuerpos, ayudándoles a escapar de depredadores y del desgaste habitual de los tejidos.
Su modo de vida, su metabolismo lento y su capacidad de autorrepararse han despertado un creciente interés en el campo de la biotecnología y la medicina regenerativa.

Según el sitio El Imparcial, existen criaturas que van aún más allá de la longevidad: algunos animales parecen ser biológicamente inmortales.
Un caso célebre es el de la medusa Turritopsis dohrnii, capaz de revertir su ciclo vital y volver a su etapa más joven cuando las condiciones son desfavorables. Este proceso, conocido como transdiferenciación, permite que células adultas se transformen en otras completamente distintas, rejuveneciendo al organismo e incluso generando copias genéticas de sí mismo.
Otro ejemplo que despierta curiosidad en los científicos es el de las planarias, gusanos planos que tienen la capacidad innata de regenerarse por completo a partir de un fragmento mínimo de su cuerpo.
Un estudio realizado en 2012 por la Universidad de Nottingham, de Inglaterra, reveló que algunas planarias asexuales poseen niveles elevados de la enzima telomerasa, que protege los extremos del ADN durante la división celular, ayudando a evitar el envejecimiento genético. Esta capacidad de regeneración casi ilimitada ha hecho que se las considere potencialmente inmortales.
De forma similar, las hidras -pequeños invertebrados de agua dulce- han demostrado no presentar signos de envejecimiento en condiciones de laboratorio. En 2018, tras muchas investigaciones, docentes de la Universidad de California UC Davis hallaron que ciertas criaturas pueden controlar los que denominaron genes transposones o “genes saltarines”. De esta manera, los cuerpos que son compuestos por un número superior de células madre tienen presente en sus orígenes la capacidad de autorrenovarse indefinidamente, lo que explica su persistencia sin precedentes.

También existen especies longevas que, si bien no son inmortales, alcanzan edades sorprendentes. La almeja de Islandia, por ejemplo, ostenta el récord de longevidad registrado desde 2006 por el Libro Guinness, con un ejemplar que vivió más de 500 años. El cetáceo boreal, habitante del Ártico, puede superar los 200 años, al igual que el erizo rojo del Pacífico.
Otros casos notables incluyen el pez roca, que puede vivir dos siglos gracias a su genética especial; la tortuga gigante de las Galápagos, con una esperanza de vida de más de 150 años; y la almeja gigante de Norteamérica, cuya existencia fue ignorada por la ciencia hasta hace solo unas décadas.
La asombrosa resistencia de estas especies al envejecimiento invita a repensar los límites de la vida, no solo para comprender mejor algunos procesos de la biología, sino también como una vía científica para prolongar la esperanza de vida humana.