El término «efecto tequila» ha resurgido en el léxico financiero con un significado renovado y positivo, en contraste con la crisis mexicana de los años noventa a la que históricamente se le asocia. Originalmente, el nombre se refería a la propagación de una crisis económica desde México hacia otras economías emergentes de América Latina. Hoy, sin embargo, el concepto ha mutado para describir un fenómeno totalmente opuesto y auspicioso: el flujo de capitales que ingresa a la región, impulsado por factores externos, y que tiene el potencial de dinamizar las economías latinoamericanas. Este giro semántico se relaciona directamente con la política monetaria de la principal economía del mundo.
La política de la Reserva Federal (Fed) de Estados Unidos tiene un impacto desproporcionado en la economía global, y los mercados emergentes de América Latina no son una excepción. Durante periodos de alta inflación, la Fed suele aumentar las tasas de interés para enfriar la economía. Estas tasas elevadas en Estados Unidos hacen que la inversión en activos como bonos del Tesoro sea más atractiva, ya que ofrecen rendimientos más altos con un riesgo percibido bajo. Esto provoca una salida de capital de los mercados emergentes, ya que los inversores prefieren la seguridad y el retorno de las inversiones en dólares. Este fenómeno es conocido como la «búsqueda de refugio».
El escenario actual, sin embargo, es el reverso de la moneda. La especulación en torno a una inminente reducción de las tasas de interés por parte de la Fed ha cambiado la dinámica. A medida que las tasas en Estados Unidos bajan, el atractivo de sus activos disminuye. En este contexto, los inversores institucionales y particulares, en su afán por obtener mayores rendimientos, vuelven su mirada hacia los mercados emergentes. Es aquí donde entra en juego el nuevo “efecto tequila”: un flujo de capital que busca oportunidades en economías con tasas de interés aún elevadas y con potencial de crecimiento.
Cuando este capital extranjero fluye hacia América Latina, se produce una cadena de eventos con efectos multiplicadores. El primer y más evidente es el fortalecimiento de las monedas locales. Para invertir en un país, los capitales extranjeros deben convertir sus dólares a la moneda local, lo que aumenta la demanda de esa divisa. Una mayor demanda, sin una oferta equivalente, presiona el valor de la moneda al alza. Esto puede tener múltiples beneficios, como la reducción del costo de las importaciones y un menor impacto de la deuda externa denominada en dólares.
Además del efecto cambiario, la llegada de capital extranjero tiene un impacto directo en la inversión productiva. Las empresas latinoamericanas pueden acceder a capital más fácilmente, lo que les permite financiar proyectos de expansión, adquirir tecnología, generar empleo y, en última instancia, impulsar la economía. Este dinero no solo se destina a la compra de activos financieros como bonos o acciones, sino que también puede inyectarse en sectores clave como la tecnología, la infraestructura o la energía renovable, contribuyendo a un desarrollo más sostenible y a largo plazo.
Podemos observar este fenómeno en diversos países de la región. Monedas como el peso mexicano, el real brasileño y otras divisas latinoamericanas han mostrado una fortaleza relativa frente al dólar en periodos recientes, en parte impulsada por esta dinámica de flujo de capitales. La entrada de dinero a los mercados de capitales locales ha inyectado liquidez y ha mejorado las condiciones financieras, lo que a su vez puede incentivar el consumo y la inversión interna. Es una espiral virtuosa donde la confianza de los inversores externos se retroalimenta con la fortaleza económica local.
Sin embargo, es importante no caer en el optimismo desmedido. El «efecto tequila» positivo, aunque beneficioso, es una espada de doble filo. La dependencia de los flujos de capital externo expone a las economías latinoamericanas a los caprichos de la política monetaria de Estados Unidos y a la percepción de riesgo de los inversores globales.
El argumento que a menudo se omite en la narrativa del «efecto tequila» positivo es que la misma volatilidad que lo impulsa puede, en cualquier momento, revertir su dirección. Los capitales que hoy entran con avidez, atraídos por la promesa de mayores rendimientos, pueden salir con la misma rapidez ante la más mínima señal de alarma. Una inflación inesperadamente persistente en Estados Unidos, una declaración de la Fed que sugiera un cambio de planes o una crisis política en la propia región podría provocar un éxodo de capitales. Este escenario de retirada abrupta podría desestabilizar las monedas locales, provocar una fuerte caída en los mercados bursátiles y desatar una crisis económica.
Por lo tanto, el verdadero reto para las economías latinoamericanas no es solo aprovechar la bonanza del momento, sino también construir bases sólidas y resilientes que les permitan mitigar los riesgos inherentes a estos flujos de capital tan volátiles. La estabilidad a largo plazo depende de la capacidad de la región para gestionar la volatilidad inherente a estos fenómenos globales.
Para mitigar el riesgo de una reversión abrupta de los flujos de capital, los países latinoamericanos deben implementar políticas macroeconómicas prudentes y fortalecer sus instituciones. Esto implica mantener un control estricto sobre la inflación, diversificar sus exportaciones para reducir la dependencia de materias primas y promover la inversión interna. La creación de un entorno empresarial estable y transparente es fundamental para atraer inversiones a largo plazo, en lugar de capital especulativo que busca ganancias rápidas.
Un enfoque en el desarrollo de mercados de capitales locales más profundos y líquidos también es crucial. Esto permitiría a las empresas y gobiernos latinoamericanos financiarse a través de fuentes domésticas, reduciendo su vulnerabilidad a los cambios en el sentimiento de los inversores extranjeros. En resumen, si bien el actual “efecto tequila” puede ser una bendición, el verdadero éxito de la región no radica en la afluencia de capital externo, sino en su capacidad para aprovechar este impulso para construir una economía más robusta y autosuficiente. La lección del pasado sugiere que la prosperidad duradera se construye desde adentro hacia afuera, no al revés.
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