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sábado, agosto 9, 2025

¿Qué pasa en el aula cuando hablamos de Palestina con nuestros adolescentes?

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Una de las temáticas que teníamos que abordar en los talleres interareales es la de la importancia de una alimentación saludable. Ni bien entramos al aula comenzamos a intercambiar sobre las consecuencias que tiene no recibir los nutrientes necesarios. Sobre todo durante la niñez, porque sus consecuencias duran para toda la vida.

Una vez que estuvimos todos convencidos de lo importante de una buena alimentación, pido silencio y les digo: ¿y ustedes qué dirían si les digo que hay un grupo de gente que planifica a propósito que miles de niños mueran de hambre?

Abrieron muy grande los ojos. Algunos me dijeron “No profe, eso no puede estar pasando”. Una de las cosas que más me gusta de trabajar con niños o adolescentes, es la bondad que proviene de su inocencia. No han salido todavía al mundo y por eso su cabeza no puede siquiera imaginar las aberraciones que cometen algunos estados y sus tiranos.

Una alumna dice: “Sí, yo lo veo con los chicos en la calle que no tienen para comer”. Y ahí estuvimos charlando sobre que si bien siempre que un niño no come es un acto de crueldad, no es lo mismo dejarlos morir que hacerlos morir planificadamente.

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Ahí prendimos la pantalla del aula – en las que funcionan, en otras nos tuvimos que cambiar a un aula con pantalla que funcione – y empezamos a mostrar las imágenes de los niños amontonados con sus ollas en mano, desesperados por un poco de comida.

Otra profe aportó el relato de un soldado norteamericano que renunció al ejército luego de estar en Gaza. Allí contaba que un niño llamado Amir había caminado 12 km para conseguir algo de comida. Que le dieron unas galletas que les habían sobrado y el niño le acarició las mejillas, le agradeció y luego se alejó. Y ahí lo vio morir bajo las balas de Israel: “camino 12 km, nos agradeció las migajas y murió. Tratamos peor a los civiles de Gaza que a los combatientes de Isis”, dice al finalizar el relato.

Cuando miro con mis ojos vidriosos a los estudiantes, veo varios de sus ojos que también brillaban al borde de la lágrima. Y les pregunto: “¿Cuántos son ustedes en el curso?”. “25”, dice uno. “28” dice otro. Y les digo: “bueno, esa es la cantidad de niños como Amir que el Estado de Israel mata cada día. Un aula llena como esta, desaparece cada día”.

Y ahí pasamos al concepto de genocidio, que tampoco conocía la mayoría. Y explico: “un homicidio es cuando matas a una persona. Un genocidio es cuando querés aniquilar a todo un pueblo por su forma de pensar, por su nacionalidad, religión, costumbres, color de piel…” “¿Y por qué harían eso, profe? que los dejen en paz, si hay lugar para todos” Nuevamente ese baño de inocencia, que a su vez me llena de esperanza.

Y les digo: “todos los asesinos tienen un relato que los justifique. Nadie se asume como malvado o cruel ¿se acuerdan cuando estudiamos que la Iglesia católica decía que los negros no tenían alma y estaban negros por sus pecados sólo para poder esclavizarlos? bueno, vean lo que dice este rabino del Estado de Israel.”

Y mostramos el video del rabino Ronen Shaulov, que dice que ojalá todos los niños de Gaza se mueran de hambre, porque los terroristas alguna vez fueron niños. y por eso no había que tener piedad con los “futuros terroristas”. Los chicos no podían creer lo que estaban viendo.

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“¿Qué opinan?”, les digo. “Nada que ver lo que dice el viejo ese”, “los niños no tienen la culpa de nada, son niños”, “¡cómo va a decir eso! ¿no tiene hijos él?”. Ahí les aclaré que si bien el que dijo esas barbaridades era judío, lo que está pasando en Gaza no es culpa de los judíos. Que hay muchísimos judíos en todo el mundo en contra de lo que hace el Estado de Israel y dicen “no en nuestro nombre”.

También les recordé cuando Pichetto había propuesto “dinamitar la villa 1-11-14 porque ahí son todos delincuentes”. La bronca que generó en la escuela, y que no tardamos en responderle. Que los discursos de odio florecen por todos lados, y es necesario responder juntos.

Otra alumna me pregunta: “profe ¿Por qué le dicen terroristas?¿Qué es un terrorista?”. Y respondo que terrorista se le llama comúnmente a los que hacen atentados, y me interrumpen “¿y los palestinos son terroristas, profe?”. “Déjenme que les muestre algo”, les digo.

Y entonces ponemos en la pantalla la imagen del mapa de Palestina 1947 y en los sucesivos años, cómo lo fueron ocupando los colonos sionistas. Y les cuento cómo se fue desarrollando la ocupación, para después preguntarles si conocen algún otro caso de un país que se haya quedado con un territorio ajeno. “Sí, los ingleses con las Malvinas”. Y les preguntó “entonces si un argentino quiere recuperar las Malvinas que se robaron los ingleses ¿sería un terrorista?”. “No” me responden al unísono.

Y sigo: “cuando los ejércitos de gauchos e indios de San Martín echaron a los españoles ¿eran terroristas?”, “no profe”. Y continúo: “más allá de no estar de acuerdo en prácticamente nada con Hamás, lo que hacen los palestinos es defenderse de años de opresión y sometimiento. Y en ese sentido no es lo mismo la violencia del que ataca, que la violencia del que se defiende”.

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Por último le muestro la bandera de Palestina y les cuento que, en su sed de exterminio, el Estado de Israel prohibió hasta la bandera de Palestina. Y no solo en Palestina: “la prohibieron acá en la cancha de San Lorenzo (la cancha quedá a tres cuadras de la escuela). Cuando unos hinchas sacaron una bandera Palestina en solidaridad, la policía se la sacó. Y amenazaron con suspenderle la cancha al club. Si sacaban la bandera de cualquier otro país no pasaba nada”.

Y les ponemos una imagen de la bandera Palestina y un trozo de sandía al lado. Y les pregunto “¿saben que hicieron los palestinos cuando le prohibieron la bandera? empezaron a usar una sandía. ¿Saben por qué?”. “Porque tiene los mismos colores, profe!”. “Claro, entonces la sandía es ahora un símbolo de resistencia. Los palestinos reclaman su derecho a existir. Si les prohíben su bandera, usan una sandía. Si le prohibieran la sandía, usarán otra cosa. Pero nunca renunciarán a su derecho a la existencia”.

Luego de eso les propuse hacer sandías con cartulina y acompañarla de los carteles que quieran escribir, para pegarlos en el aula. Les recordé que en varias movilizaciones y en las redes había carteles que preguntaban “¿Qué hiciste vos cuando viste el genocidio?” y respondí: “nosotros vamos a poder decir que silencio no hicimos”.

Y enseguida agarraron las tijeras, la voligoma y los marcadores. Y empezaron a armar las sandías grandes, chiquitas. Más o menos parejas. Y los carteles que decían “los niños palestinos también tienen derechos”, “justicia para Gaza”, “fuerza Palestina”, “dejen de matar niños”. Los armamos. Algunos los colgamos del techo, otros los pegamos en las paredes. Para que todos los días nos acordemos de Palestina.

A otro grupo le propuse como actividad que escriban un mensaje para un niño de la Franja de Gaza. Los leí en casa para escribir esta nota. Porque no quería llorar delante de ellos. Los mensajes decían: “intenta defenderte lo que más puedas, intentá por favor”, “Nunca te rindas y sé fuerte. Luchá. Te doy todo mi apoyo porque sé que vos podés”, “tenés que ser valiente y quédate tranquilo que los que están haciendo estas cosas ya la van a pagar”, “Hola pequeño, un gusto. Te vengo a decir que todo va a estar bien, vas a volver a tu lugar como antes. Te lo prometo”.

Luego de hacer estos trabajos, en la sala de profes un compañero viene y me cuenta que en lengua tenían que trabajar el tema “noticias”. Y preguntó por las noticias de la semana, y varias pibas le dijeron “lo que nos contó muralla que está pasando en Gaza”. Esas pibas son las que todo el año me cuesta que hagan sus tareas, que se queden quietas. Yo ya estaba contento con haber logrado que me escucharan. Pero lo que me contó el profe me convenció de que no solo me escucharon: se conmovieron, se interesaron y quieren saber más.

Cuando en la reunión de profesores conté lo que estábamos haciendo todos asintieron. Y prometieron trabajarlo también en sus espacios. Pensé que quizá alguno iba a estar en contra por comerse el relato oficial tamizado por la DAIA. Pero no. El “hay que hablar de Palestina” fue unánime.

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Este sábado 9 saldré a las calles por Palestina. Saldré con el pecho más ancho. Porque esta semana sembramos muchas semillas rebeldes. Semillas de sandía, qué crecerán en jóvenes que no se callan ante las injusticias.

Espero que esto que cuento sirva para que vos también lo lleves a tu aula, a tus compañeros. Y que salgamos juntos a las calles, hasta que Palestina sea libre de la opresión sionista.
—-
*Esta crónica es una reconstrucción de lo trabajado en cinco cursos distintos, con distintos estudiantes y grupos de profes. Los hechos relatados ocurrieron. Pero son contados juntos y mezclados, para un relato más llevadero.

Redacción

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