Dirty Dancing fue un antes y después en la vida de la actriz Jennifer Grey. En esa película paradigmática de los 80, su personaje de Baby Houseman brilla en los bailes, encuentros y escenas románticas con Patrick Swayze.
En el momento del estreno, 1987, Grey tenía 26 años y se llevó todas las miradas. La frescura, el pelo ondulado, los pómulos marcados y una nariz prominente hicieron lo suyo. Pero, además, su talento le valió una nominación a un Globo de Oro como mejor actriz.
Su rumbo ascendente parecía clarísimo. Pero eran épocas en Hollywood de estereotipos de belleza muy exigentes y crueles, y Grey no quedó afuera de esos mandatos.

Pocos años después de Dirty Dancing decidió hacerse una cirugía estética de nariz. La recomendación llegó de parte de su madre, la actriz Jo Wilder, que estaba moldeada por los caprichos del circuito. “Ella pensaba que así me resultaría más fácil obtener papeles”, continuó Grey en Out of the corner.

En ese entonces, le pidió al cirujano que le afinara la nariz sin modificar demasiado su fisonomía, que tenía el tabique prominente como uno de los sellos más característicos.
Afrontar el gran cambio físico
La intervención tuvo el objetivo buscado y su carrera siguió consolidándose. Pero, por una mala praxis debió someterse a una segunda operación. “Cuando me saqué los vendajes, advertí que algo estaba mal. El cambio era muy rotundo. No podía entender lo que estaba viendo”, confesó en una entrevista para BBC.
Sobre ese momento, en su libro autobiográfico Out of the Corner contó, como replicó el sitio Divinity, que ella misma se atrevía a bromear con la idea de haber entrado al quirófano siendo una persona famosa y salió convertida en un personaje anónimo. Fue como estar en un programa de protección de testigos», dijo varias veces.

El punto máximo, tal como ella misma relató, es que sentía que había perdido parte de su identidad y eso fue fatal para su carrera. “Parecía que había cometido un crimen imperdonable: despojarme deliberadamente de lo único que me hacía especial”, escribió.
Una anécdota contundente: en su primera aparición en una alfombra roja, otros actores no lograron darse cuenta de quién era. “Esa fue la primera vez que salía en público. Pasé a ser completamente invisible de un día para otro. A los ojos del mundo ya no era yo”, dijo en una entrevista con la revista People.

“Ese fue el momento más solitario de mi vida, muy devastador. La falta de generosidad y humanidad me hirió tanto”, expresó.
Al mismo tiempo, las ofertas de trabajo disminuyeron drásticamente.
Pero pudo rearmarse. Su currículum muestra una gran cantidad de apariciones. Más cerca en el tiempo, en 2024, presentó en el Festival de Cine de Londres su nueva película, A Real Pain. Además, desde hace unos años sobrevuela la posibilidad de una secuela de Dirty Dancing y ella tendría su lugar.
Sobre su cambio físico, la nota de Divinity dice que ahora, a sus 65 años, revaloriza esa enseñanza de vida. “Soy más feliz que nunca y me siento muy agradecida de haber sobrevivido. Y no pienso en mí o en mi nariz. Pienso en lo que he contribuido en esta vida, como madre o como amiga”, sentenció.
Por otro lado, a principios de este año fue noticia por un triste motivo, ya que perdió su casa en los voraces incendios de Los Ángeles. «Mi única seguridad es la inevitable impermanencia de la vida», posteó días después.