A la hora de la comunicación, hay tantas formas como humanos en el planeta. Hay quienes mantienen los buenos modales en las situaciones más complejos y están aquellos que, aunque hablen con el ser más querido, llaman la atención por las reiteradas groserías y malas palabras que utilizan.
A simple vista, estos modales pueden tildarse de mala educación y generar rechazo. Sin embargo, según la psicología, esto tiene un significado detrás.
La licenciada en psicología Isabel R., que actualmente forma parte del equipo de la plataforma de salud mental y bienestar Somos Estupendas, explicó a Cuidate Plus algunas de las razones por las que se puede llegar a decir demasiadas groserías.
- Se suelen usar en situaciones de estrés, dolor, sorpresa o frustración, ya que una grosería puede ayudar a liberar parte de la tensión acumulada. Decir palabrotas cuando una persona se da un golpe no elimina el dolor, pero sí permite desahogarse.
- También se utilizan para destacar emociones, ya que las palabras convencionales pueden no parecer suficientes para expresar lo que uno siente en determinadas situaciones. Se suele pensar que una grosería añade fuerza a lo que se dice, subrayando el enojo, la indignación o la sorpresa.
- En otras ocasiones, decir palabrotas puede convertirse en un hábito aprendido del entorno, ya sea por influencia familiar o social. A menudo, estas palabras se integran en el lenguaje diario sin que la persona se dé cuenta.
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De esta manera, la psicóloga coinciden en que «no son solo palabras, sino que, en ocasiones, son un lenguaje que se usa para conectar con nuestras emociones y liberarlas«.
Sin embargo, usar estas palabrotas debe tener un limite, ya que sostienen que “la clave de su utilización adecuada radica en el equilibrio, el autocontrol y la adecuación de su uso en cada contexto”. Si esto no se puede controlar puede ser porque para algunos es una forma de hacerse notar, de “construir un personaje” que represente una autoridad y seguridad impostada.
Ana Isabel Sanz, psiquiatra especializada en trastornos afectivos, ansiedad, infancia y adolescencia, afirma en Cuidate Plus que “el uso compulsivo y descontrolado de palabrotas puede obedecer a diversos trastornos neurológicos, por ejemplo, el síndrome de Tourette o los tics múltiples, que afectan desde la niñez hasta la vida adulta y suelen requerir tratamiento especializado”.
Además, en niños menores, este comportamiento suele vincularse a aquellos que quieren aparentar ser malos, mientras que en adultos puede ser un signo de deseo de parecer diferente, original y liberado de prejuicios.
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Por otro lado, la especialista afirma que “frecuentemente conlleva una inseguridad subyacente que se trata de compensar con palabras que parecen revelar que no se tiene miedo a la opinión de los demás”.
Todo esto, claro está, depende cada persona, ya que decir groserías viene asociado de algo que se siente. Para no generar rechazo en la sociedad, los psicólogos afirman que es importante pensar de dónde provienen estas palabras para intentar no abusar de ellas.
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