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domingo, junio 1, 2025

¿Quién es hoy la verdadera amenaza para América Latina?

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Durante años hemos escuchado hablar de la “amenaza china”. Esta tesis, acuñada por la escuela realista estadounidense de relaciones internacionales, parte del presupuesto de que la ascendente República Popular China tendría un plan de dominación a nivel global, buscando suplantar a la hegemonía “benigna” de EE.UU. China no sólo buscaría la dominación económica, sino que también estaría dispuesta a usar la fuerza para propagar sus valores autoritarios y su sistema político. Se trata de una narrativa que carece de sustento empírico y no se condice con el comportamiento pacífico de China en más de 4 mil años de historia. No obstante, es un planteo muy difundido, que cuenta con muchos adeptos.

Dejando de lado las elucubraciones teóricas y tomando como ejemplo la realidad concreta de América Latina: la mayor parte de los países de la región ya tienen a China afianzada como su primero o segundo socio en materia económica, en base a una complementariedad extraordinaria e incomparable. Esto no implica negar la importancia que tiene y seguirá teniendo EE.UU. para las economías regionales. El adecuado balance de las relaciones con ambas potencias es perfectamente posible y necesario. Hay casos muy exitosos, como Uruguay y Chile, países con relaciones balanceadas y mutuamente beneficiosas con ambas superpotencias.

Son numerosos los países que gozan de abultados superávits comerciales y fueron receptores de cuantiosas inversiones y flujos financieros desde China. Allí sobresale Brasil, con un superávit bilateral de US$ 63 mil millones con la potencia asiática en 2024. ¿Y acaso Brasil debió sacrificar a cambio de ello sus relaciones políticas y económicas con EE.UU.? En absoluto. Nadie presionó a ningún país de la región para tener los vínculos que tienen con China. Están los que supieron aprovechar la oportunidad que este socio representa y los que no. Por entera responsabilidad nuestra, Argentina no es precisamente un caso de éxito con relación a China. Pero eso sería materia de otro artículo.

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Lo cierto es que la ideologizada narrativa anti-China entra en debate en momentos en que los EE.UU. sí presionan, sí extorsionan y sí amenazan a los países de su descuidado “patio trasero”, como históricamente se nos ha caracterizado peyorativamente desde Washington. Quienes duden de esto, pueden indagar qué piensan todos los países de la región afectados por la imposición intempestiva de tarifas unilaterales por parte de Trump. O bien preguntarle a Panamá, que hoy resiste como puede las ambiciones de Trump sobre su legítima soberanía en el estratégico canal.

O bien podríamos consultarle cómo se siente a Kilmar Abrego García, un hombre inocente, deportado injustamente a El Salvador, a pesar de tener un estatus legal en EE.UU. Abrego García, como tantos otros ciudadanos, no tienen valor en el ajedrez rudimentario e inmoral de Trump. Al fin del día se trata de números insignificantes del negocio de las deportaciones acordado con Nayib Bukele. Para Trump, las reglas del comercio internacional, la soberanía estatal y los derechos civiles son cosas negociables a su justo precio. O bien sujetas a la imposición del más fuerte.

Este comportamiento de EE.UU. se presenta muy distante al de China, con todo lo que con justicia podría criticarse o no gustarnos de ese país. Lo que nadie podría argumentar es que China logró avances mediante la extorsión o la coacción en la región. Las relaciones fueron evolucionando de manera natural, sobre la base de la complementariedad y de la fenomenal demanda china de todo lo que producimos. Para ello, China promovió acuerdos de libre comercio que ya tienen países que supieron aprovechar esa oportunidad, como Chile, Perú, Ecuador y Costa Rica. Cada país es responsable de sus propias decisiones.

Como dijo meses atrás el libertario Javier Milei, desde las antípodas ideológicas del comunismo chino: “China es un socio muy interesante, no te piden nada a cambio, sólo que no los molestes”. Fueron dichos de un presidente tal vez desengañado por el destrato que había recibido por parte de EE.UU., pese a las sobreactuaciones que desplegó para ganarse el favor del poderoso. De a poco, Milei parece ir entendiendo cómo funciona el mundo y quién es quién en la compleja trama geopolítica.

Ante este escenario, cabe preguntarnos: ¿quién es actualmente la verdadera amenaza para los intereses de América Latina? El grueso de la comunidad internacional no dudó en criticar el unilateralismo extorsivo que propone Trump. Por supuesto, cada cual manifiesta ese rechazo en función de sus posibilidades y necesidades; tampoco hay que ser ingenuo. Pero no hay dudas sobre el nuevo consenso que se está conformando en torno a que los EE.UU. se han convertido en el actor más disruptivo y amenazante para la estabilidad del sistema internacional. Este nuevo escenario nos llama a actuar con racionalidad y prudencia, evitando los alineamientos automáticos y el riesgo inminente de ser usados como meros peones en el juego estratégico de las superpotencias.

*Docente universitario y analista internacional. Director del Observatorio Sino-Argentino y de la consultora Diagnóstico Político.

Redacción

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