Había una vez una niña que odiaba la sopa y amaba la paz. Y que, con lucidez inapelable, desarmaba el mundo con preguntas. Seis décadas después, Mafalda, esa criatura lúcida y profundamente argentina, sigue despabilando acá y en China. Literalmente.
Clarín Cultura publicó hace unos días una nota sobre la muestra Bienvenidos al mundo de Mafalda, sobre los 60 años de la creación del gran Quino, que se expone en el Instituto Cervantes de Shangai.
Mafalda no es una desconocida en China. Llegó en cuadernillos a mitad de los años 70. Desde el Cervantes de allá cuentan que entró con envión: la tradujo Sanmao, una de las escritoras más leídas hasta las dos décadas siguientes.
El encuentro entre ellas da para un cuento. Sanmao, cronista de viajes -un puente pionero entre España, América latina y China-, descubrió a Mafalda durante una recorrida por el Sahara Occidental bajo dominio español durante la dictadura de Franco.
En realidad, el marido de Sanmao se topó con un ejemplar con una franja que decía “Para adultos” en la única librería del desierto. Ella devoró la obra esa noche.
Franco y Mao
En las traducciones de Mafalda al mandarín apareció la soja en vez de la mayonesa. Y mientras los censores de Franco la consideraban para grandes, los de China, en principio, la aniñaron.
Lucía Carzoglio, licenciada en Letras de la UBA que se doctoró y trabaja en Shangai, cita en el ensayo Sanmao, traductora de Mafalda: entre la autorrepresentación y la adaptación cultural investigaciones que indican que las menciones a Mao, las intervenciones militares soviéticas en países “satélites” o el hambre en África que aparecían en las tiras fueron reemplazadas por expresiones vagas, como “vergüenza”. Hoy, según indicaron, no pasa.
Como sea, contra todo, Mafalda se convirtió en símbolo global de una época de rebeldía, crítica y utopías, cargada incluso de violencia extrema, además de ser para los argentinos el emblema de la clase media en agónico y cada vez más acentuado proceso de extinción.

De la protesta a la espera
Quino publicó Mafalda entre 1964 y 1973, se exilió durante la última dictadura y en 2020 murió en su Mendoza natal. Pero su obra aún vibra con el mismo timbre agudo que usa Mafalda para increpar a sus padres y mirar al mundo como si fuera una casa desordenada a la que nadie se atrevió a acomodar con consideración real por los demás.

Mafalda todavía juega con Susanita y discute con Felipe. Pero ahora vive como escultura en una esquina de San Telmo que es de culto para turistas y en memes y en post en las redes sociales que muchas veces la sacan de contexto y la arrojan a la suerte que dictan algoritmos.
Hoy imagino a Mafalda sola frente a un televisor apagado. No hay texto. Simplemente una expresión: más que de protesta, de espera.
Tal vez ése sea un buen final para esta historia: Mafalda no cambió el mundo y trataron de cambiarla seguido. Pero sí nos cambió a muchos. Y eso, aunque no sea suficiente, es para hacerle homenajes acá y en China.