En contraste, Bolivia, que durante la pandemia se mantuvo entre las economías más estables en términos de precios, enfrenta una inflación creciente que llegó al 23,96%, el nivel más alto desde 1985. La situación se ve agravada por un deterioro en las reservas internacionales y el uso intensivo del Banco Central como fuente de financiamiento, destaca la agencia internacional con una visión claramente ortodoxa de la economía.
Venezuela, que volvió a encabezar el ranking regional de inflación. Según estimaciones independientes previas al apagón informativo, el país superaba el 229% en mayo. La falta de transparencia y la persecución de entidades privadas que informaban sobre datos alternativos imposibilitan un seguimiento riguroso.
En las economías más grandes, la situación varía. Brasil cerró junio con una inflación interanual del 5,35%, por encima del rango objetivo de su banco central, a pesar de mantener una de las tasas de interés más elevadas del mundo. México, con un 4,32%, y Colombia, con 4,82%, también superan sus metas de inflación, aunque muestran tendencias más moderadas. Chile, por su parte, continúa en una senda descendente y registró una deflación mensual del -0,4% en junio, con un acumulado interanual del 4,1%. Perú se destaca por su estabilidad, con un 1,69% interanual, reflejo —según el informe— de una gestión monetaria prudente.
Un dato singular lo aportan Panamá (-0,4%), Costa Rica (-0,22%) y El Salvador (-0,17%), que reportaron deflación interanual, una rareza en el actual contexto global.
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La inflación en America Latina tiene comportamientos diversos.
La deuda, un ancla que pesa distinto
El panorama inflacionario se combina con un segundo eje estructural: el alto nivel de endeudamiento público que arrastra buena parte de la región. Las cifras del Instituto de Finanzas Internacionales (IIF) muestran que Brasil (89%), Argentina (85%) y Bolivia (82%) presentan ratios de deuda bruta sobre el PIB por encima del 80%, niveles que plantean interrogantes sobre su sostenibilidad.
No obstante, el IIF señala que el principal problema no es necesariamente el volumen de deuda, sino el costo del financiamiento y la fragilidad de los marcos fiscales. “América Latina no enfrenta una crisis de deuda generalizada, pero sí una heterogeneidad profunda en términos de exposición”, advirtió Jonathan Fortun, economista del organismo en declaraciones a la agencia internacional.
La región está lejos de los niveles de deuda de Estados Unidos, cuya proyección a futuro supera el 170% del PIB, pero los países latinoamericanos deben pagar tasas mucho más altas por montos menores.
La diferencia clave, analiza el informe, reside en la credibilidad institucional y en el acceso al financiamiento en moneda propia. Mientras EE. UU. puede emitir deuda en dólares y colocarla a tasas bajas gracias a su rol como emisor de la moneda de reserva global, América Latina depende en gran parte de deuda en divisas extranjeras, lo que la hace vulnerable a shocks cambiarios.
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Casos emblemáticos: fortalezas y debilidades
El caso brasileño es paradigmático: si bien la deuda se financia mayoritariamente en moneda local, el costo del servicio se ha elevado considerablemente. La carga de intereses se disparó y el debate sobre un nuevo marco fiscal carece de dirección firme.
En Argentina, los problemas son más complejos: la estructura de la deuda es frágil, con un alto peso en moneda extranjera, una porción significativa en manos del Banco Central, y un fuerte componente de deuda cuasi fiscal.
Bolivia, en tanto, enfrenta un déficit estructural alto y una caída alarmante en sus reservas. Su financiamiento depende cada vez más del Banco Central, en condiciones no acordes al mercado. Por su parte, Colombia muestra una deuda del 67% del PIB; si bien mejoró sus ingresos con la reforma tributaria de 2022, aún enfrenta presiones estructurales que podrían requerir un nuevo ajuste fiscal.
México mantiene un ratio más contenido (58%), aunque enfrenta riesgos contingentes asociados a Pemex, cuyas obligaciones representan una carga indirecta para el Estado. En cambio, Chile y Perú se destacan por sus niveles bajos de deuda (por debajo del 40%) y su prudencia fiscal, aunque no están exentos de pasivos contingentes derivados de contratos de infraestructura.
En Centroamérica, las diferencias son marcadas: El Salvador bordea el 79%, mientras Costa Rica y Panamá rondan el 60%. Más abajo en la tabla se encuentran Guatemala, Honduras y Nicaragua, con ratios entre el 28% y el 37%, lo cual refleja tanto la falta de acceso al crédito como la menor profundidad de sus mercados financieros.
Más allá de los números: una región vulnerable
Para los expertos consultados, el verdadero desafío para América Latina no está únicamente en el tamaño de la deuda o en la cifra de inflación, sino en la calidad de los marcos institucionales que rigen la política fiscal y monetaria.
La economista Clara Inés Pardo advierte a Bloomberg que un endeudamiento mal gestionado puede limitar el margen de maniobra, afectar la inversión y generar presión inflacionaria. “Endeudarse no es negativo per se, pero lo es cuando se convierte en estructural y carece de un propósito claro”, sostuvo.
Pardo subraya que desarrollar mercados de deuda en moneda nacional y fortalecer la confianza institucional deben ser prioridades estratégicas. Solo así la región podrá usar la deuda como herramienta de desarrollo y no como un lastre crónico.
El crecimiento económico sostenido, en este sentido, aparece como el principal aliado para estabilizar las cuentas públicas. Pero para ello, América Latina debe enfrentar reformas estructurales pendientes, superar la debilidad de sus instituciones y recuperar el dinamismo productivo, sentencia el informe.