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lunes, agosto 11, 2025

Razzmatazz, bendita nostalgia y bendita carrera

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Déjenme que empiece esta serie veraniega que escribiré los próximos días sobre distintas discotecas y fiestas nocturnas con lo que significó para mí regresar a un local al que asistí con frecuencia en la que fue la mejor etapa de mi vida.

Hacía más de cinco años que no volvía a Razzmatazz. Durante mi época universitaria, ir ahí los miércoles se convirtió casi en una tradición y que solo la pandemia pudo finalizar. Así que cuando los compañeros de Vivir me encargaron estos artículos, tuve claro con qué local quería empezar.

Las grandes letras de la fachada de Razzmatazz, iluminadas en día de 'El Dirty'

Las grandes letras de la fachada de Razzmatazz, iluminadas en día de ‘El Dirty’

Miquel Muñoz / Shooting

Música de ayer, hoy y siempre en la sala grande y reguetón en la secundaria, su fórmula infalible

Los miércoles universitarios en El Dirty –así se conoce la fiesta, aunque también resume a la perfección como queda el suelo de las cinco salas abiertas de la que fuera la Zeleste–, eran mucho más que una celebración. Era intentar conseguir las poquísimas entradas que se ponían a la venta por 1€ y que en cuatro años creo que solo conseguí una vez. Era cenar todos juntos en casa de mi amiga Marta. Era correr para que no perdiéramos el bus. Era hacer botellón por la zona hasta que un día dos hombres con camisetas de Iron Maiden se identificaron como policía secreta, nos multaron y aprendimos la lección. Era darlo todo durante las ¿tres? ¿cuatro? horas que deambulábamos por la discoteca. Era hacer tiempo para coger el primer metro que nos llevaría de vuelta a casa. En definitiva, era compartir vida con unas personas que, afortunadamente, siguen formando parte de la mía.

Por ello, cuando este verano volví a Razzmatazz, el simple hecho de ver su fachada con sus enormes letras iluminadas y su cartel anunciando que era día de El Dirty me hicieron viajar un lustro atrás. El local estaba lleno de jóvenes, muchos extranjeros y que seguramente antes se habían dejado caer por la Ovella Negra con unas jarras que ya son legendarias. En la sala principal, seguían sonando los éxitos de ayer, hoy y siempre. En la segunda, después de subir sus reconocibles escaleras iluminadas de rojo, el reguetón era el protagonista. Y en la terraza, un potente foco seguía iluminando el edificio de enfrente con el logo de la fiesta. Nada parecía haber cambiado.

Centenares de jóvenes, algunos extranjeros, bailan al ritmo de los éxitos de siempre en la sala principal

Centenares de jóvenes, algunos extranjeros, bailan al ritmo de los éxitos de siempre en la sala principal

Miquel Muñoz / Shooting

Cuando me dispuse a abandonar el edificio lo hice pensando que, seguramente, estaba cerrando una etapa. Porque el tiempo pasa. Pero si hay algún estudiante que sigue consumiendo diarios (estoy seguro que muchos más de los que podamos pensar) y ha llegado al final de este artículo, le animo a que disfrute de cada instante de la carrera, fiestas incluidas. Porque si así lo hace, al cabo de unos años echará la vista atrás y sonreirá con el camino recorrido. Lo mismo que me pasó cuando regresé a Razzmatazz. Bendita nostalgia y bendita carrera.

Redacción

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