Es mayo de 1910. Buenos Aires celebra el Centenario del Primer Gobierno Patrio con desfiles, banderas y promesas de modernidad. En Palermo, sin embargo, se montan jaulas. El empresario alemán Carl Hagenbeck exhibe orangutanes, gorilas… y personas. Indígenas traídos desde África y Asia son mostrados como parte de un espectáculo de “pueblos salvajes”. La sociedad paga para verlos.
Hagenbeck, además de domador de animales, era uno de los impulsores de los zoológicos humanos en Europa: transportaba personas a las grandes ciudades y las mostraba en ferias coloniales, como si fueran parte de un paisaje exótico. Y estaba, a su vez, en el negocio de los fósiles. A ese mismo hombre, Florentino Ameghino -figura clave de la ciencia nacional- le compró, en pleno apogeo del Centenario, una colección de esqueletos de simios por 4.500 pesos de la época.
Esto no es el inicio de una crónica de ficción. Es parte de la historia real de Argentina. Más de un siglo después, un grupo de investigadores del CONICET -Sergio Bogan, Sergio Lucero, Federico Agnolín y Agustín Martinelli- volvió sobre aquel episodio con ojos atentos y críticos. El estudio, publicado en la Revista Argentina de Antropología Biológica, reconstruye la historia de esa adquisición científica y cultural que, como afirma Agnolín, “es mucho más que una colección de huesos: es un espejo de época, de cómo la ciencia se cruzó con el Colonialismo y la idea de superioridad racial”.
La colección incluía esqueletos y taxidermias de gorilas, chimpancés, gibones y orangutanes, preparados en el reconocido taller Umlauff de Hamburgo, Alemania. Aunque pensada como material para el estudio de la evolución humana, su origen estaba atravesado por espectáculos etnográficos en los que se exhibía a seres humanos no europeos como parte de un show. “Fue una forma de espectáculo legitimada por la clase gobernante y un sector importante de la comunidad científica de la época”, reflexiona Bogan en diálogo con la Agencia CTyS-UNLaM.

Fósiles, ciencia y poder: el otro lado del patrimonio
Hagenbeck no era un improvisado. Era una figura célebre en Europa, pionero en la creación de zoológicos sin barrotes y también en el montaje de ferias coloniales con seres humanos. Su presencia en la Exposición del Centenario se tradujo en un espacio que funcionó como zoológico, circo y feria racial. “Esos montajes fueron fundamentales para la construcción de la alteridad: reproducían un orden jerárquico entre lo europeo civilizado y lo exótico salvaje”, subraya el equipo en su investigación.
La ciencia de principios del siglo XX, atravesada por el Positivismo, encontró allí una veta fértil. Así, se sumaban las colecciones de simios, las medidas craneométricas y los estudios de anatomía comparada, que eran parte de un mismo afán por clasificar, ordenar y jerarquizar.

Ameghino, director del Museo Argentino de Ciencias Naturales (MACN) en aquellos años, compró la colección de fósiles con fines explícitamente científicos. Sus investigaciones sobre el origen del hombre en América buscaban en estos simios pistas sobre la evolución. Su hermano Carlos continuó la tarea tras su fallecimiento, facilitando el acceso al investigador José Imbelloni, figura central de la Antropología local, que usó parte del material pero nunca publicó un estudio exhaustivo.
La colección Hagenbeck quedó entonces guardada en el museo, activa en su función educativa, pero muda en cuanto a su origen. “Durante años, esta historia permaneció invisible. Era necesario volver sobre ella, ponerla en contexto”, afirma Lucero en entrevista con la Agencia CTyS-UNLaM.
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