En el 48h Open House Barcelona se genera un compadreo similar al de los viajes organizados. La cola, compartir ascensor, aguantar una puerta, ceder el paso en los pasillos, esperar a los mayores… En la edición número 16 de esta iniciativa se ha unido a la larga lista de propuestas el edificio Estel, en la avenida Roma. Es una pieza única (el domingo no abre, se siente…), y a esa sensación de paseo en familia se le ha unido este sábado el emotivo reencuentro de extrabajadores de Telefónica que durante décadas ocuparon una mesa en este inmueble de arquitectura racionalista. “¿Tú eres telefónico, no?”, le pregunta Antoni a un rostro familiar. El hombre niega con la cabeza algo contrariado, aunque a Joaquim, otro exempleado de visita, también le suena la cara. A los cinco minutos, un grito desde el grupo que va detrás: “¡Quim!”. Otro colega de los años 90 con el que compartieron planta y vetusta tecnología. “Esto se merece un selfie”. Abrazo y fotografía para el recuerdo.
El impresionante vestíbulo del edificio Estel, durante las visitas guiadas de este sábado
Mané Espinosa
También Maribel trabajó durante años en el edificio Estel. “No teníamos cantina, como mucho una sala de descanso con una cafetera”. El patio interior no existía porque los edificios –uno de siete plantas y otro de 14– que conforman el conjunto estaban unidos. El departamento de información (el teléfono 003), el de conmutación, el de planificación, transmisiones, demanda, el de comunicaciones nacionales e internacionales. “Éramos casi 2.000 personas, y material por todas partes”, evoca Joaquim desde la azotea que nunca había visitado.
“Aquí trabajábamos 2.00 personas junto a un montón de material”, recuerda un antiguo empleado del inmueble
Llama la atención el fuerte contraste entre la finca y la calle. Por un lado, un edificio majestuoso que ha sabido convertir un esqueleto en descomposición en un imponente y moderno contenedor de oficinas, con auditorio, gimnasio, salas de reuniones, comedor, un vestíbulo de película. Da gusto verlo, y da gusto comprobar que la rehabilitación es a veces mucho mejor que la tabula rasa. Por el otro lado, una arteria magna, de las pocas que comparten la anchura de las más grandes (Diagonal, Meridiana y Gran Via), pero que ha quedado congelada en el tiempo, con parterres inertes, bancos destruidos, asfalto por doquier y coches aparcados en semibatería, como si aquí, entre Viladomat y Tarragona, siempre fuera el día de Sant Esteve. Es, además, una de las pocas calles –junto con Pere IV, Paral·lel, ronda de Sant Antoni, Pi i Margall o la avenida de Mistral- que rompen con la malla del Eixample. En este caso, al bueno de Ildefons Cerdà, a quien Barcelona sigue rindiendo homenaje con una roñosa rotonda en la frontera con L’Hospitalet, no le quedó otra que respetar las vías del tren, que en la avenida Roma no quedaron completamente cubiertas hasta 1976. Por eso hasta el franquismo, la calle llevaba el descriptivo nombre de Diagonal del Ferrocarril.
La escalera central del edificio Estel
Mané Espinosa
En el 2004 y en el 2010 se llevaron a cabo sendas reurbanizaciones; primero hasta Urgell y luego hasta Viladomat. Se dice que todos los caminos llegan a Roma, pero en cuanto a las obras de mejora, al proyecto pendiente hasta la terminal de trenes le han pasado por delante las reformas de Glòries, Via Laietana, Meridiana o la Rambla. Incluso se coló Pi i Margall, otro fósil urbanístico que pedía a gritos una actualización.
Coches aparcados en semibatería, ante la fachada del edificio Estel
Mané Espinosa
“El edificio no tiene nada que ver con lo que teníamos nosotros –asevera Miguel, otro veterano de Telefónica de visita en el Estel–, pero la avenida Roma está igual”. Justo delante de la entrada principal hay dos bancos de madera rotos, restos del botellón del viernes y un parterre que no seduce ni a los perros. Apenas hay tráfico porque las transformaciones previas ya restringieron el paso de vehículos, y la vida comercial es más bien escasa. “Tampoco había gran cosa entonces –añade–, pero sí recuerdo un restaurante en Provença con Calàbria al que solía ir a comer; ahora iré a ver si sigue abierto”. Lo más probable, no nos engañemos, es que ya no exista.





