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sábado, mayo 3, 2025

Reflexiones sobre poesía y memoria en la obra más personal de Miguel Gaya

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Dedicado “a la memoria de Irene Gruss (1950-2018) y de nuestra generación”, la de los años 70, Cartas a una vieja poeta adopta la forma epistolar para contar una historia donde ficción y no ficción se entrelazan sobre el trasfondo del pasado reciente en la Argentina. “Los hechos que aquí se narran se mueven entre uno y otro punto, no necesariamente en una sola dirección”, advierte Miguel Gaya en una nota que acompaña al libro.

Gaya (Buenos Aires, 1953) toma el modelo de la célebre Cartas a un joven poeta de Rainer Maria Rilke pero invierte el género de los corresponsales y la dirección de la escritura: ahora es una joven mujer, cuya identidad no se devela, quien se dirige a otra mayor, una escritora consagrada.

Notable vuelta de tuerca

Y la adaptación tiene otra notable vuelta de tuerca, ya que el epistolario es llevado al plano de la novela y transcurre según sus reglas: la sucesión de las cartas compone así una intriga respecto a quién escribe y a qué relación tiene con la destinataria.

La correspondencia es el género de la intimidad compartida, entre la memoria y el diario personal, y no es ajena a la ficción: una carta es producto de una ausencia y su escritura intenta salvar la distancia en tiempo y espacio entre remitente y destinatario.

“Ahora te pienso en Madrid”, dice la primera frase de Cartas a una vieja poeta, pero esa marcación de tiempo extraña el presente y se inscribe fuera de cualquier cronología, con un alcance que solo puede comprenderse cuando sobreviene el inesperado desenlace de la historia.

Miguel Gaya. Foto: Guillermo Rodriguez Adami.
Miguel Gaya. Foto: Guillermo Rodriguez Adami.

A partir del viaje a Madrid las cartas se remontan al pasado y despliegan la vida de Claudia, una poeta consagrada que se formó en un hogar de militantes comunistas. Pero el libro no trama la biografía de una mujer “sino, en su conjunto, la metáfora de una época”, afirma María Teresa Andruetto en el prólogo.

“Desde una memoria que anhela que todo hubiera sido diferente”, la narración se configura a la vez como “la búsqueda de una belleza que consuele” ante la fragilidad de la existencia y la precariedad del mundo.

Poeta y narrador, Premio Clarín de Novela en 2022 con El desierto invisible, Gaya interviene esta correspondencia imaginaria con la inclusión de una docena de poemas sin aclarar a quién pertenecen. Los poemas no refieren directamente al contenido de las cartas ni a la historia de las protagonistas, pero profundizan en cuestiones centrales: la escritura de poesía (uno de los textos es un Ars poética) y la condición de las mujeres.

Claudia atravesó una adolescencia desgraciada, un matrimonio poco feliz y un clima “enrarecido, aunque cordial” dentro de la cultura de izquierda de fines de los años 60 y principios de los 70. Recién en su madurez, cuando se separa, alcanza a liberarse de lo que fue una vida alienada en viejos mandatos de género.

La bisagra en la historia de la protagonista es su paso por el taller literario que tomó el nombre de Aníbal Ponce, el pensador comunista, y luego el del escritor Mario de Lellis, el mítico espacio que en sus principios funcionaba en las oficinas del teatro IFT durante las noches de sábado y por donde pasaron Marcelo Cohen, Jorge Asís, Jorge Aulicino e Irene Gruss, entre otros poetas y narradores notables.

Claudia se vincula con Irene, y Gaya no necesita explicitar el apellido Gruss para identificar al referente: “su obcecación, su hálito peleador –escribe–, lograba hacer escuchar una poesía de una extraña delicadeza, íntima pero distante de toda sensiblería”

Miguel Gaya. Foto: Guillermo Rodriguez Adami.Miguel Gaya. Foto: Guillermo Rodriguez Adami.

En el reverso de la trama surgen reflexiones sobre la poesía y la lectura. Claudia construyó su identidad sobre el oficio de poeta; no le importa demasiado qué pasa con los libros después de publicados y en particular no da importancia a las reseñas; para ella el lector termina el sentido inaugurado por el poeta y a la vez es escéptica respecto de qué se entiende de un poema cuando se lo lee en público; se incomoda ante la pregunta sobre por qué y cuándo comenzó a escribir y piensa que “la única respuesta honesta sería contar tu historia”.

A través de las cartas, afirma María Teresa Andruetto, “se develan dos vidas, la de quien escribe y la de la destinataria”. En ambas resulta decisiva la intervención de Irene, primero porque lleva a Claudia a publicar su primer libro y después porque la vincula con la narradora.

Miguel Gaya. Foto: Guillermo Rodriguez Adami.Miguel Gaya. Foto: Guillermo Rodriguez Adami.

El homenaje de la ficción de Gaya inscribe ideas y gestos que pueden remitirse a la gran poeta: su valoración de la lectura de poesía, la impaciencia que la distinguía ante las imposturas y su reivindicación del lector auténtico como intérprete que recrea y elabora una versión personal de los textos.

Una carta espera una respuesta y propone un diálogo, y esas posibilidades se multiplican a través de la novela en Cartas a una vieja poeta, libro que aparece con el sello Hugo Benjamín. “Toda ficción nace de lo real y finaliza en lo real”, dice Miguel Gaya, y abre una puerta por la que una etapa de la poesía y la historia argentina vuelven al presente.

Cartas a una vieja poeta, de Miguel Gaya (Hugo Benjamín).

Redacción

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