Una tendencia histórica.
Una tendencia histórica.
La tendencia a la integración es una constante histórica vinculada a la proximidad geográfica, características raciales, idiomáticas, culturales y necesidades comerciales de los pueblos.
A mediados de los ’50 del siglo pasado ocurrió uno de los mayores ciclos expansivos de la economía mundial, incentivando la integración económica basada en las ventajas de la escala económica en función de la eficiencia relativa y eficacia selectiva de cada economía nacional. De hecho, en tales procesos sacaban provecho los países que cruzaron «el umbral del desarrollo», esto es, un sólido anclaje industrial. El Plan Marshall tuvo mucho que ver con eso.
Y así surgió un regionalismo modelado en tratados interestatales, cuyo derrotero empezó con aquel ya lejano Mercado Común Europeo y tantos más de naturaleza económica. Primaba el principio de cooperación internacional para, en dicho plano, fomentar la circulación de personas, bienes, servicios y capitales en áreas geográficas concretas. En suma, era un modo de equilibrar el poder a fin de asegurar la paz y seguridad internacionales.
Pero la integración también recurría a otros moldes, por caso la integración subregional entre grupos de Estados (el Mercosur); de unidades subnacionales subregionales (Zicosur); regionalización interprovincial (NOA, Norte Grande, etc.); intermunicipal (Mercociudades), y la regionalización provincial o incluso municipal.
Regionalización en Argentina
La regionalización en nuestro país se estimuló con la redacción del nuevo art. 124 (ex 107) de la reforma constitucional 1994, que facultó a las provincias a «[…] crear regiones para el desarrollo económico y social y establecer órganos con facultades para el cumplimiento de sus fines […]», justificándose por la añeja aspiración provincial de consolidar la integridad territorial nacional, sostener un federalismo de concertación, reafirmar peculiaridades culturales e incentivar el desarrollo económico-social de los respectivos pueblos; con proyección suramericana, aspiremos.
Además de la norma citada, la Constitución facultó al Congreso Nacional a proveer el crecimiento armónico y poblamiento de la Nación, como así promover «políticas diferenciadas» para equilibrar el desigual desarrollo relativo de provincias y regiones (art. 75 inc. 19). Ambos principios constitucionales tiran en yunta, potenciándose recíprocamente tras objetivos estratégicos inderogables pendientes de selección en cada región.
Hasta hoy, y por orden de aparición, existen cuatro tratados parciales de integración interprovincial celebrados en ese formato: 1- Tratado de la Región Patagónica (Santa Rosa, 26/06/1996);
2- Tratado de Integración Económica de la Región de Nuevo Cuyo (San Juan, 22/01/1998);
3- Tratado de la Región Centro (suscripto en El Fortín -Córdoba-, 09/05/1998);
4- Tratado de la Región del Norte Grande Argentino (Salta, 09/04/1999).
Todos ellos cuentan con cierta estructura institucional: asamblea de gobernadores, junta de gobernadores, parlamentos regionales, que en la práctica funcionan a media máquina.
Desequilibrio salteño
Argentina está peligrosamente desequilibrada desde que el etnocentrismo portuario se impuso aviesamente con los primeros pujos independentistas, ocasionando el desguace del Virreinato y la desarticulación de las economías regionales, encuadrándonos como país exportador de materias primas de escaso valor agregado, modelo productivo cuya modificación hoy resulta un imperativo geopolítico.
Tal situación también es ostensible en Salta, donde la mayor población (casi 55% del total), infraestructura, producción y servicios se concentra en los siete departamentos del Valle de Lerma (14% de la superficie provincial), que incluye el Área Metropolitana Salta, generando las mismas asimetrías y rechazos que reprochamos a nivel nacional.
Y aunque solemos regodearnos de una posición geográfica privilegiada, con seis vecindades nacionales y tres internacionales, sexta nacional en tamaño y séptima en población, no logramos consolidar una provincia líder proyectada en el tiempo y espacio, partícipe de un proyecto nacional igualmente en esbozo.
Pero no vamos mal: contamos con el Plan de Desarrollo Estratégico 2010-2030, piedra angular de una edificación provincial generada desde la sociedad civil, cuya actualización y ampliación -como se sabe- está asignada por ley al Consejo Económico Social.
Precisamente, el solvente equipo que presentó la ampliación del Plan 2030 a fin de agosto del año pasado, tuvo atinadamente en cuenta el mapa por regiones establecido en la actualización año 2018, a saber:
Puna, Valles Calchaquíes, Valle de Lerma (incluida el AMS), Valles Centrales, Pre-Puna, Yungas y Chaco salteño.
El marco está, pues, restaría abordar una regionalización integral que vaya más allá del análisis sectorial productivo, que articule el todo, apuntando al rediseño del Plan 2030 con visión geoestratégica. Y, desde luego, el Consejo Económico Social parece el ámbito natural donde eso pueda empezar.
Tal parece llegada una plenitud de tiempos en esta etapa de la realidad internacional, en que la globalización se regionaliza. Por eso, consideremos desafíos y oportunidades de la regionalización provincial, en tanto trayecto de aquella tendencia mundial.
Para qué regionalizar
Siendo un fenómeno multidimensional abordable desde distintos puntos de vista (geográfico, geológico, demográfico, económico-social, político-institucional, sociológico), requiere de hecho un análisis profundo con enfoque multidisciplinar y amplio debate. Demarcadas ya las regiones salteñas, hemos avanzado con propuestas regionalizadas por sectores consideradas las variables mencionadas y datos disponibles.
Pero el equilibrio regional de Salta debe, además, apuntar a la estabilidad institucional como nueva distribución del poder provincial, respetando la multiplicidad de intereses entrecruzados de nuestra variada sociedad. Todo equilibrio económico-social -tarea permanente- debe asentarse en la solidez institucional de sistemas compuestos por fuerzas heterogéneas con niveles apropiados de autonomía.
Para concluir, y de paso calibrar la inmensa tarea, Salta debiera abordar su regionalización en tres dimensiones abordables en paralelo:
1- provincial, como acá instamos;
2- regional-nacional (NOA-RNGA) y
3- regional-internacional (centro oeste suramericano, Suramérica toda). Hay que avanzar en esta dirección, pues -como se dijo- la geografía inclina, pero no impone un curso a la historia; éste se construye.
Sin embargo, para el esquema ideológico del gobierno nacional, nada que huela a planificación y presencia estatal entra en su radar. El tren de la historia está pasando; tenemos geografía y recursos suficientes para contribuir a recuperar el equilibrio perdido hace dos siglos. Mientras, el destino «nacional» se empantana en la lógica del AMBA y las monsergas políticas no pasan de batiburrillo sobreideologizado.
Lo peor que nos pasa.