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martes, octubre 28, 2025

Ricardo, el Chino Darin y los 60 años de Revista GENTE: “Nuestras tapas juntos”

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Las separaron tres décadas, ó 30,58 años, ó 11.163 días ó 1.594,71 semanas ó 366,96 meses. Como gustemos enumerar. Pero fue la distancia entre una y otra tapa de Ricardo Darin padre y Ricardo Darin hijo. O entre Ricardo Darin hijo y Ricardo Darin padre… También como gustemos ubicarlas. Al fin, como dice Mafalda, «los dos se recibieron el mismo día».

Lo cierto fue que cuando se publicó la primera portada de de GENTE con ambos, el padre tenía 32 años y el hijo cuatro días, y cuando concedieron la primera juntos a nuestro medio, el hijo sumaba 30 años y el padre 62.

Para los lectores que aún no se marearon con esos números y datos (y los que sí, por qué no también), nada mejor entonces que volver el tiempo atrás, ingresar al Archivo de Atlántida y revivir ambas historias, tan lejanas en el tiempo como similares en imágenes, conceptos y sentimientos.

UNA RECORRIDA TEXTUAL POR AQUELLA COBERTURA QUE LOS REUNIÓ POR PRIMERA VEZ EN GENTE (EDICIÓN 1226 DEL 19 DE ENERO DE 1989)

El título de tapa fue «Darin papá», y la bajada, «Nació Ricardito Mario. Ricardo Darin y Florencia Bas junto a su hijo en San Nicolás». Presentación que se repetía adentro de la edición, acompañado por el siguiente copete: «Una charla íntima con Ricardo Darín en Carlos Paz después del nacimiento de Ricardito Mario. De su hijo, que llegó a sólo nueve semanas de la muerte de su padre. Del momento que vive con Florencia Bas. De lo que pensó cuando le dieron la noticia. Del ansioso viaje en avioneta para llegar a tiempo, de lo que sintió en el momento del parto«.

¿La nota? Aquí la compartimos…

Ricardo padre e hijo junto a Florencia Bas a horas de ser padre.

Era cierto… Era cierto, nomás… -arrancaba aquella entrevista del maravilloso Luis Pazos, acompañada por fotos del no menos talentoso Fabián Mauri.

-Y sí, la panza de Florencia decía todo el tiempo que era cierto. Ahí estaba Ricardo Mario -aceptaba Ricardo -flamante- padre.

-Lo que pasa es que los papás no le creen ni a la ecografía .

-De pronto, no sé cómo, todos lloraban y se abrazaban y yo tenía al bebé en brazos. Sentí que me moría de miedo. ¡A ver si se rompía! Pero no. Se calmó y dejó de llorar. Eran las siete menos cuarto y pesaba 3 kilos.

-Tranquilo, Ricky, ya pasó.

-¿Te parece?

No, no me parece, pero no tengo mas remedio que decírtelo. ¿A que hora te enteraste?

-El sábado a las ocho de la mañana sonó el teléfono. Era el papá de Florencia que me decía que no me alarmara, que no pasaba nada, pero que el trabajo de parto había comenzado a las seis de la mañana. Corté, salí al patio y empecé a caminar como un loco alrededor de la pileta. Miro, y lo vi a Eduardo Celasco, novio de Mercedes, que está viviendo conmigo. Nos miramos y nos dijimos. “¿Pero entonces era cierto lo de dar vueltas como un loco?”

Domingo 15 de enero del ’89. Ricardo Mario -pesó 3 kilos- descansa plácidamente. Lo recibió toda la familia: mamá Florencia, papá Ricardo, que presenció el parto; el abuelo Mario Bas, las abuelas Marta Gamulin de Bas y René Roxana de Darin, y el tío Mario Bas (h).

-Es una de las tantas cosas que se descubren…

-De ahí en más, qué sé yo. A mí no me salía nada. Así que Eduardo se encargó de todo. A las diez estábamos en la avioneta que habíamos contratado. Al mediodía llegamos a San Nicolás. Florencia estaba sufriendo. No tenía dilatación. Le di un beso y se relajó tanto que se durmió.

-Había llegado el papá…

-Y… sí. Había llegado el papá.

-¿Entraste a la sala de parto?

-Yo fui el que empujó la camilla para entrar junto a ella. Éramos una banda ahí adentro. El papá de Flo, que es su ginecólogo. Su mejor amigo, que es como un tío para ella y médico partero; el anestesista, el hermano que acaba de recibirse de médico… Lo extraordinario es que, excepto el hermano y yo, todos los que estaban en la sala habían participado en su nacimiento. Hace veinte años la habían traído a ella al mundo y ahora traían a su hijo.

-No quiero pensar lo que pasó cuando el bebé dio el primer grito…

-Todos lloramos y nos abrazamos. Yo era el más idiota de todos. No podía dejar de llorar y llorar. Lo increíble es que Flo, que al principio lloraba, de golpe se estaba riendo. Nunca, pero nunca desde que nos conocimos, la vi tan feliz. Y en ese momento supe que estaba en una fiesta. Porque eso es el nacimiento de un chico.

-Ni lo dudes… ¿Y de ahi en más?

-Acompañé al pediatra desde que lo bañó hasta que lo vistió Lo agarré entre los brazos, aunque me moría de miedo y de pronto…

-No me digas que te dijo papá porque para eso faltan seis meses largos.

-Sucedió alga.. no sé… abrió los ojos y vi que eran los de mi viejo. En ese momento supe que no era cierto que no había llegado a conocer a su nieto. ¿Cómo no lo iba a conocer si era él? Bueno, no, no quise decir eso.

-No sabemos nada de la vida y de la muerte, Ricardo. Excepto que las dos duelen. Por distintos motivos, claro. Pero las dos duelen.

-¿Vos conociste a mi viejo?

-No.

-Era un crack. No digo que después de él se rompió el molde pero… Era un tipo que cuando se le ponía una idea, chau. Nada lo pudo doblar en la vida, ni siquiera el año y medio que vivió sabiendo que iba a morir. Yo sé que por dentro estaba destrozado. Siempre se valió por sí mismo en todo y al final era casi inválido. Pero tuvo un momento, al final, que lo disfrutamos. Y mucho.

La apertura de aquella nota anunciando «¡Darin papá!». Ricardo, Florencia y toda la ternura para Ricardo Mario. Son la imagen de la felicidad en la habitación 208 de la Clínica San Nicolás.

-¿A pesar de que la muerte ya había decidido todo por ustedes?

-Sí, a pesar de eso. Era cuando lo afeitaba. A pesar de que yo tenía miedo de cortarlo y que él, como era muy duro, decía que no quería, su cara de placer no la voy a olvidar jamás. Y hoy, bueno, hoy que no está… ¿no está nunca más no?

-Nunca más en ninguna parte.

-Bueno… hoy hablo con él más de lo que hablé en los últimos años. El día que murió le escribí  una carta que mis dos hermanas leyeron y aprobaron y se la puse en el cajón. Para el camino, por las dudas.

-Si es cierto que el amor vence a la muerte, creo que esté donde esté la va a leer. Si no es cierto, si es nada más que la creencia desesperada de los que sobrevivimos, no importa. El amor ganó en tu corazón, que es, en definitiva el lugar donde él va a sobrevivir.

-Pero pará, pará. Estábamos hablando de mi hilo.

-Claro, de tu hijo, del nieto de Ricardo Darin. ¿Cómo no íbamos a hablar del abuelo? A propósito, ¿le dijiste a los demás en la sala de parto que era igual a tu padre?

-¿Cómo no lo iba a decir?

-¿Qué te contestaron?

-Que era cierto. Aunque mi hermana Aleandra llama todos los días para decirme que cada hora que pasa se parece más a mí. Estuve pensando que yo ahora soy el padre de todos. Porque si mis hermanitas necesitan al viejo ¿a quién van a llamar? A mí, claro. El día que mi hijo me necesite, ¿a quién va a llamar?

-A vos, claro.

-(Agarrándose la cabeza). ¡Huy! Pobre familia -se ríe por primera vez en la charla.

“No lo puedo creer… nació mi hijo», repetía el actor en la habitación.

-Al contrario. Uno nunca sabe lo que es capaz de hacer hasta el momento de probarlo. Estoy seguro de que el hijo de Ricardo Darin va a pasar la prueba. ¿Alguna vez hablaste con tu padre del nieto que llegaba?

-Lo intenté. Pero él nunca aceptó la conversación. Porque lo conozco y sé que era el tema que más le importaba. Pero sabía que nunca lo iba a tener en sus brazos. Así que nunca quiso aceptar la ilusión de que sí lo iba a tener. El decía que uno no decide nada en la vida. Que todo está escrito de antemano. Y lo único que hace el hombre es sacar el polvo que cubre lo que ya está escrito.

-¿Supo al menos que se iba a llamar Ricardo como él?

-El día que le dije que se iba a llamar Ricardo Mario como sus dos abuelos, me miró fijo y me dijo: «Siempre me gustó Mario». ¡No era increíble el viejo! Tan increible que después de aguantar nadie sabe como, tres meses, se murió justo a tempo para que yo hiciera mi duelo y pudiera distrutar del nacimiento de mi hijo.

-¿Qué dice Florencia de ese otro hombrecito increíble que es Ricardo Mario?

-¿Puede ser que a las veinticuatro horas ya era una madre experta? Lo agarraba como si lo hubiera tenido toda la vida en brazos. Qué envidiable es ser mujer.

-Digamos que dar vida es un milagro y los milagros son incomprensibles para los simples mortales. Es decir, nosotros los hombres.

-Pensar que el sueño de toda mi vida fue tener un hijo a los veinte años. Florencia, que tiene veinte años, lo hizo por mí. ¡Qué bárbaro es tener veinte años! Cuando la llevaron a su habitación, al rato se levantó para ir al baño. Salió y se puso a dar vueltas a la manija que sube la cama. La mire y le dije: “Flo, qué querés demostrar» Me miro sorprendida por mi pregunta y me dijo: «Nada, es que me siento bien». Ahí recordé que la madre de mi hijo tiene nada más que veinte años.

-¿Cuándo llega con el bebé a Carlos Paz?

-Dentro de cuatro días. Falta una eternidad.

-¿En qué te cambió el bebé?

-Me dio unas ganas de hacer cosas, que no se aguantan. A la noche, en vez de dormir, estoy planeando mi próximo trabajo. Me habían ofrecido hacer una nueva comedia musical que prácticamente había aceptado. Y ahora pienso que no, tengo ganas de hacer otra cosa. Tengo ganas de hacer más. Tengo ganas de hacer de todo.

Decía Ricardo aún movilizado: «Yo mismo empujé la camilla para entrar a la sala de parto”.

-¿Y de tu relación con Florencia también cambio algo?

-(Riéndose). Al empezar, cambiaron nuestras conversaciones. Apenas me despierto a la mañana la llamo, le digo como siempre que la quiero, y de pronto nos encontramos hablando de la pelusa que tiene detrás de la oreja. ¡Ésa sí que no me la imaginabal

-Supongo, además, que ya habrán hecho algunos planes…

-No, no. Me conozco y sé que no tengo término medio. Así que con el bebé decidí quedarme tranquilo. Nada de comprarle hoy a la tarde la camiseta de River. Mi único plan es que elija su propia vida.

-¿Va a tener hermanos?

-A Florencia la veo muy, pero muy madraza. Por lo menos va a tener un hermano. Es muy pesado eso de ser hijo único. Este…, ¿cuándo es que dicen papá?

-Por lo general después de los meses. A los ocho, casi seguro.

-¿Y no dice primero mamá?

-No, porque papá tiene que ver con papa. La primera necesidad.

-Pa-Pá. Fuerte, ¿no?

-Terrible. El 5 de enero murió tu padre, al 14 nació tu hijo, el 6 cumpliste 32 años. ¿Qué pensaste en el momento de festejarlos?

-Dos días antes de que el viejo muriera lo llamé por teléfono al hospital. Le pregunté cómo estaba y me dijo, como quien te da la hora: “Perfectamente”. Si mi hijo es capaz de ser ese tipo de hombre, voy a dormir tranquilo para el resto de mi vida. ¡Ah!, el bebé me hizo descubrir otra cosa también.

-¿Cuál?

-Ya no necesito preguntarme. ¿Para qué?

Uno de los momentos de intimidad registrados por nuestra revista hace treinta y seis años y medio.

LA ENTREVISTA QUE ADELANTABA SU PRIMER TRABAJO EN CONJUNTO COMO ACTORES Y PRODUCTORES (GENTE Nº 2821 DEL 13 DE AGOSTO DE 2019)

El título de tapa fue «Ricardo & Chino Darin: «Es más difícil ser padre e hijo que trabajar juntos». Y lo acompañaba la siguiente bajada: «Con La odisea de los giles debutan codo a codo como protagonistas y productores: «Un sueño que nos llevó tres años concretar», celebran. También repasan su vida compartida y hablan de la fama, la Argentina cíclica y el empoderamiento de las mujeres de la familia. Sobre Úrsula Corberó -Tokio, la novia española del Chino, Ricardo afirma: «Ella es un crack… Me encanta que me llame Ricardito». El hijo, entretanto, confiesa: «Siempre quise ser papá».

Si bien dentro de la edición, la venta era otra («Intenté enseñarle a mi hijo con las palabras…» -decía Ricardo-, «… pero papá terminó educándome con el ejemplo” -completaba el Chino-), el copete seguía la línea de la portada: «Desandan su vida en un emocionante camino que recorre la niñez y juventud de cada uno y el aprendizaje mutuo de cara a la fama. También debaten sobre las elecciones nacionales y hablan de las ganas del Chino (30) de convertirse en padre (“Desde chiquito quiero serlo”) y del abuelazgo de Ricardo (62): “¡¿Cómo no voy a querer un nieto?!”, sintetizamos aquel recorrido que trazaría la nota.

¿La nota? Como en el primer caso, ahora la replicamos…

Treinta años después, padre e hijo, hijo y padre actuando por primera vez juntos y compartiéndolo con GENTE.

Se sientan uno al lado del otro -empezaba el texto de aquella nota que todos querían y la encargada de prensa Raquel Flotta supo conseguir para GENTE. Y avanzaba de la siguiente manera…-. Codo a codo. Co­mo si se encontraran en la barra de un bar de Alsina, Baradero, Villa Ruiz o Luján, los lugares bonaerenses donde rodaron juntos hace unos meses. Y con la misma soltura que si estuvieran allí, arrancan un ida y vuelta que se repetirá a lo largo de 58 minutos. “Dos aclaraciones antes de que nos grabes con tu ce­lular (lanza el muchacho de 30 años con soltura). Soy Ricardo por mi abuelo, no por mi papá, y, aunque pocos lo recuerden, éste no es nuestro debut juntos en cine”. El de 62 dobla la apuesta: “Una aclaración extra: Darin no lleva tilde. ¿Por qué en las notas siempre escriben con acento nuestro apellido?”, guiña el ojo a su compañero, y no porque le haya tocado el as de bastos, sino porque entre estos tipos hay algo personal: son hijo y padre/padre e hijo.

Cómplices y todo. Los Darin en aquella producción para GENTE: su segunda tapa juntos.

Despedazaron, de entrada nomás, el tentador juego periodístico de presentar su participación en La odisea de los giles como el gran debut actoral juntos. ¿Cuándo ocurrió. entonces?

Chino: Pocos lo saben pero compartimos una escena en mi primera película, Fuera de juego. Buscala, no te miento. Aunque es cierto que hace unos años nos empezaron a proponer cosas pa­ra que se repitiera, por cuestiones de tiempos, o que a uno le gustaba más y al otro menos, nunca se dio. Y como no era la premisa labu­rar juntos, sino sólo una posibilidad…

Ricardo: Tampoco andábamos ansiosos por que sucediera. Jamás presionamos para lo­grarlo. Ni su camino se ha entrecruzado con el mío, ni el mío con el suyo. Él transitó to­dos los castings, todas las pruebas que de­bía, con sus propias herramientas. Entonces no hubo un encuentro conmigo. Hasta aho­ra, que llegó la primera oportunidad concre­ta, seria y sólida con La odisea…

Chino: Leímos la novela casi al mismo tiempo. Nos enamoramos tanto de ella, de sus perso­najes y del clima que desprendía, que prio­rizamos hacer la peli. Los roles surgieron en una segunda instancia. Hasta que empezamos a meternos, yo no estuve seguro de que fuéramos a hacer de padre e hijo.

Ricardo: Yo sí (sonríe). Hay cosas que se dan naturalmente. Aunque de entrada él pataleó: “¡Pero mi personaje es demasiado bue­no…!”. Le gustaba el de Marco Antonio Caponi, que revelaba un conflicto con la madre y demás… Lógico, es un momento de su camino (no me gusta el término “carrera”: pareciera que hablamos de velocidad) donde le gusta probarse en roles más complicados. Ni hablar cuando te toca un villano.

Chino: Al principio sentí que debíamos recurrir a nuestra rela­ción para componer los roles, pero no fue así: era esencial que nadie mirara a Ricardo Darin como el padre del Chino, ni al Chino Darin como el hijo de Ricardo, sino a Fermín Perlassi como el padre de Rodrigo y a Rodrigo como el hijo de Fermín.

-Logro que consumaron de entrada, admitámoslo…

Ricardo: No es fácil hacer de hijo y padre en la actuación ni en la vida real… En ésta, incluso, es mucho más difícil. Todas las relaciones humanas son complejas, y las familiares, doblemente. Ahí no existe el “¡Vamos de nuevo, repetimos!”… Todo queda impreso, es complicado.

“Intenté enseñarle a mi hijo con las palabras…» (decía Ricardo), «… pero papá terminó educándome con el ejemplo” (completaba el Chino en el título de la nota)

El Ricardo mayor enciende un rubio que extrae de su cajita box, y memora: “Sentí por primera vez que el Chino era actor cuando lo vimos con mi mujer desde una buta­ca del Teatro del Globo en la obra Los Kaplan. Parado so­bre el escenario, jugando el juego con una enorme solven­cia, ese día de 2012 comprendí que el tipo había hecho una buena elección”. Entonces el Ricardo menor, quien acaba de armar un cigarrillo con penetrante tabaco dulce, acelera sus palabras: “Y yo me di cuenta de la clase de intérprete que era mi viejo cuando lo vi en Art y en El hijo de la novia en el ‘01… Ahí me volví loco”, ablanda corazones cercanos.

-¿Y cómo lo vivió antes de descubrir su capacidad?

Chino: Desde mi inconciencia, sin la noción de quién era mi papá y cuáles sus personajes. Sí, recuerdo que en el set de Mi cuñado, de 1993 al ’96 con el Beto Brandoni, empecé a entender de qué y cómo laburaba: los climas, los técnicos, los fierros, los estu­dios… Algo me atraía de eso.

Ricardo: Vos no te acordás, pero de pibe venías un montón al teatro. Yo hacía la comedia Necesito un tenor, en la que nos disfra­zábamos, nos pintábamos, nos poníamos cosas extrañas. Con tu primo Martín chusmeaban las funciones tras bambalinas, metiendo, sin darse cuenta, los coditos en el escenario. Una vez, disfrazado de Otelo, comencé a hacerles gestos para ahuyentarlos, que ustedes tomaron como broma. Criarse ahí (me pasó con mis viejos), en la cocina, no en el mostrador, pega en forma intensa, le quita respe­to, pudor y distancia al oficio. El proceso mental del Chino de elegir qué lo haría feliz o no en la vida debe estar relacionado a aquello.

Chino: Soy muy noctámbulo y lo aprendí ahí, en la marcha, porque los ritmos de mi familia dependían de mi viejo. Me encantaba la cocina de la que habla, y también morfar tarde con sus compañeros de teatro, que se encontraban con los que ve­nían de otras obras. Me invade la sensación del barullo de cu­biertos, charla y la sensación de dejarme vencer por el sueño.

Ricardo: Son niños que se criaron entre adultos. Hasta los cuatro años no lo dejábamos con nadie. Eran las tres y media AM y nos seguía el ritmo. No me olvido de la madrugada en que volvíamos con su mamá por la calle y él se quedó dormido a caballito, arriba de mi cabeza. Maravilloso.

-Muchos actores jóvenes nom­bran a Ricardo como ídolo de la profesión. ¿Lo fue suyo?

Chino: Si debo ser sincero, intenté buscar otros modelos: él era un referen­te importante en el resto de mi vida, ya que siempre lo he admirado como per­sona. A la hora de enunciar ídolos, me esforzaba por buscar a distinta gente que me apasionara, como Daniel Day-Lewis, ponele. Aunque la realidad es que siem­pre me ha maravillado como actor… ¿Te lo mencioné alguna vez?

Ricardo: No sé si es bueno escucharlo. ¡Por­que vos apostabas a ser Batman!… Un día me lanzó: “Yo quiero ser actor de Batman”. No quería arrancar con bolu­deces, sino de superhéroe.

“Nos consideramos capricornianos típicos en lo cerebrales y analíticos, pero cuando se menciona que los de nuestro signo somos un tanto depresivos, no coincidimos ni medio”, afirmaban Ricardo Alberto (del 16 de enero de 1957, nacido en Corrientes y Esmeralda, Capital Federal) y Ricardo Mario (del 14/1/89, bonaerense de San Nicolás de los Arroyos), que se llevan treinta y un años y dos días.

Beben un par de sorbos de café -el del Chino cortado, los dos apenas endulzados- y a pedido del periodista ponen atención en el tentador pastel cargado de cacao amargo y dulce de leche que la producción de La odisea de los giles envió como atención al equipo de GENTE y acabamos de cortar para compartir. Disfrutadas un par de porciones, comienza a leerse en el fondo de la ban­deja la siguiente frase: “Una cooperativa es como si yo tengo una torta… una torta de chocolate…”. Se trata del inicio de la aventura que relata el filme que comparten y -algo inédito para el cine nacional- dos semanas antes del estreno inició su venta anticipada de entradas.

-¿Cuál es su primer recuerdo de aquella crisis insti­tucional en la Argentina, del cacerolazo, del “¡Que se vayan todos!”?

Ricardo: La desazón e incertidumbre que generó en la so­ciedad. Te cuesta el avasallamiento, cuando se violan los derechos civiles más básicos. En lo personal, me invade una mezcla de sensaciones, porque paradóji­camente era una época en la que yo venía laburan­do bárbaro con la obra Art, girando por aquí y allá incluso, y al mismo tiempo hacía poco me había separado de manera circunstancial y temporal con Flor. Pero mi vieja, parientes, amigos, sufrieron tanto por quedar atrapados en el corralito…

Chino: En mi caso se sumó que, con 13 años, cambié de la primaria a una secundaria en el Centro, el ILSE (Instituto Libre de Segunda Enseñanza). Por primera vez me rela­cioné con gente de afuera de la ciudad y por primera vez tenía que conseguir algo por mí: prepararme para un curso de ingreso. Todo en un contexto de hastío. Iba en bondi, pateaba, veía a familias enteras en Plaza Lavalle, frente a Tribunales. Impactaba.

Ricardo: Te tocó perder la inocencia, salir a la cancha con una calle convulsionada. Esa clase de turbulencia que mencionás, a mí también me tocó transitarla de pendejito: en 1972/73, antes de la vuelta de Perón al país. Un par de años bravos previos a la Dictadura que pocos mencionan, quizá por esa vieja costumbre argentina de tachar lo negativo. Aquel clima enrarecido me marcó igual. No lo había comparado hasta que escuché al Chino.

“Ambos nos llamamos Ricardo por mi viejo”, contaba el mayor de la familia, a quien le añadieron Alberto por su padrino. “Mi ‘Mario’ proviene del abuelo materno: el obstetra que me trajo al mundo”, sorprende el mayor de los hermanos Darin (Clara en la actualidad suma 32 años).

-Una Argentina cíclica… La película de Sebastián Borensztein, que lleva al espectador de la emoción a la carcajada, muestra un país donde cobran protagonismo bancos, dólares, bóvedas y corrupción. ¿Por qué dos décadas después seguimos hablando de lo mismo?

Ricardo: Es bien extraño. Hay síntomas parecidos que te hacen creer que todos somos como hámsters que vamos dándole a una gran rueda que repite y repite un mismo recorrido.

-¿Está bien consultarles por quién votaron en las PASO y cómo van a votar el 27 de octubre?

Chino: Es como que incomodás a la otra persona…

Ricardo: Sí, empieza a tener otra connotación. Ahora, cuando preguntás eso pareciera que preguntás de qué lado estás, como si hubiese sólo dos lados.

Chino: Cada uno debería votar lo que le parece, y punto. ¿O acaso nos vamos a dejar influir por lo que vota el otro?

-¿No lo revelan porque el voto es secreto o… por las dudas?

Chino: Porque es secreto, y porque la visibilidad de una opinión puede ser mucho mayor que la de aquellos a quienes no les preguntan y quizá vayan a votar por otra opción. Revelarlo públicamente es para mí un dato que ensucia la cancha.

Ricardo: Por este mismo axioma, una cosa es lo que uno diga que va a votar y otra, a quién vota… ¡Qué sé yo…! Me acuerdo de cuando nadie preguntaba.

Chino: ¿Por qué preguntar? No es necesario.

Ricardo: Nos falta ejercicio democrático. Debemos entender bien en qué consiste la responsabilidad ciudadana, cómo se sostiene y defiende, hasta qué punto estás dispuesto a tolerar que otro piense distinto ¡y no por eso considerarlo un enemigo!

Chino: ¿Qué sentido puede tener vivir reunido con gente que piensa igual que uno?

Ricardo: En el equipo del rodaje que venimos presentando éramos como cien con cien opiniones diversas.

“Verlos trabajar juntos me recordó a cuando yo laburaba con Tato Bores, mi papá”, le admitía a GENTE Sebastián Borensztein, el director de La odisea de los giles, filme que se estrenó el jueves 15 de agosto de 2019 y tuvo como una de las compañías productoras a Kenya Films S.R.L., cuyos socios principales son los Darin y Federico Posternak.

Al Chino, que llegó al lugar con una pequeña mochila y en ningún momento usó su celular, se lo ve sereno, relajado, como entregado a las tres horas dispuestas para la nota. Ricardo, por su parte, recién se desconecta de su teléfono durante la entrevista. “No es ninguna odisea ser su padre. Al contrario: se trata de un enorme placer”, recalca. “Para hablar de mi viejo, prefiero tomar la palabra ‘odisea’ de la película desde el lado positivo. Papá me ha permitido vivir una vida llena de aventuras”, considera su heredero. Y juntos aportan el disparador ideal para acercar referentes y situaciones…


-¿Quién ha sido el gil, la persona honesta (mal entendida como ‘boludo’) de la que más aprendieron?

Chino: No sé si pondría un nombre. La utilización de la palabra “gil” en la peli es la que usamos normalmente para aquellos que cumplen lo que se supone debemos hacer, confiando en que el sistema y el contexto acompañarán, cosa que no siempre se da.

Ricardo: Yo mencionaría a mi viejo. Sin tutearme, me sugería: “Las leyes y las normas fueron dictadas hace bastante tiempo por unos tipos que no sabemos muy bien cómo eran. Así que antes de acatarlas, considere si van de acuerdo con lo que usted considera correcto”.

Chino: Era revolucionario.

Ricardo: Un poeta medio anarco que fomentaba la libertad de criterio. Además, un tipo que murió sin tener nada, tal vez demasiado nada. Y alguien que también me enseñó a creer. “Siempre tiene que creer, aunque se equivoque. Porque si no, se termina todo”, me repetía.

“¿Cómo le pusimos al chat interno de los Darin? -lanzaban misteriosos- ‘Famiglia’, por supuesto”.

-¿Qué le enseñó el Chino como hijo?

Ricardo: De todo. Como su abuelo paterno, desde chiquito es un librepensador. La primera confrontación grosa que entablé con él fue a sus 12. Por un tema menor, me mandó: “Ya me di cuenta de que vos decís cómo hacer las cosas, pero no las hacés así”. Quedó grabado en mí. Porque yo intenté enseñarle con las palabras…

Chino: … y terminó educándome con el ejemplo. Me educó sobre la cultura del trabajo, la dignidad, ser honrado, actuar con buena leche, considerar al prójimo un par, cómo caminar por la vida: lo vi relacionarse con colegas, en la calle, sin irritarse jamás ante la demanda de la gente. Además, siempre hemos hablado de todo, todo, todo sin tapujos.
-¿La fama es un tema?

Chino: Sí, y papá se hace cargo de la suya. A mí me cuesta mucho más. Él está vacunado. Yo de chico la padecí bastante. Me resultaba invasivo que la gente se le acercara.

Ricardo: Siempre preguntaba: “¿Quién es ese hombre?”, “¿Y esa señora?”. Frente a mi reiterado “No sé”, se enojaba: “¡Pero vos saludás a todas las perso­nas que no conocés…!”. Los chicos quedan erosionados cuando tienen padres famosos, térmi­no que detesto.

Chino: ¿Y al nacer Clarita?

Ricardo: Ufff, fue un momento traumático. Para evi­tarle complejos, le recalcamos al Chino que era “su” hermanita. Se lo tomó tan a pecho, eh. Iba por la calle con el cochecito, alguien pretendía saludarla y se ponía loco. Igual que Florencia… Si habrá retorcido dedos a la voz de: “¡Señora, saque la mano de ahí!”.

Mientras que Ricardo padre en 1988 se casó con Florencia Bas (hoy, de 57 años), Ricardo junior desde 2016 está en pareja con la española Úrsula Corberó (36, Tokio en La casa de papel).

La tarde invernal cae en Galería de la Defensa (“Un lugar de San Telmo cuyos patios se parecen al de nuestra casa. Por eso queríamos hacer acá la producción. No nos representa la onda cool”, comparten). Ya han posado para GENTE, ya han firmado uno y otro autógrafos a circunstanciales visitantes, ya se han sacado innumerables sel­fies. Hora de compartir un whisky, para cerrar hablando de una familia que se extiende más allá del padre y el hijo, como puede notarse en los créditos de La odisea de los giles, donde figuran Florencia Bas, Clara Darin y hasta Úrsula Corberó.

-¿Cuánto hace que ustedes no viven juntos?

Chino: Seis años. A los 24 me fui de la casa de Pa­lermo a un departamento cercano. A menos que me toque viajar a España…

Ricardo: Por suerte, él y Clara tuvieron la maravillosa ocurrencia de desprenderse en forma episódica del seno familiar, al punto que cuando parten los hinchamos “¿A cuál casa van?”.

Chino: Es que yo desde adolescente vivía en el fon­do, y contaba con cierta independencia. No sentía la necesidad de irme.

Ricardo: Lo manteníamos encadenado en la torre para que no mordiera a nadie (risas). Ellos son unos sátrapas amables: vuelven a la guarida.

Chino: Vamos a comer, ver películas, seguimos ha­ciendo las reuniones de amigos, nos desafiamos a juegos de mesa ¡de los que, obvio, mamá y papá forman parte!

-Recién el Chino mencionó sus escapadas a Europa… ¿Qué onda Úrsula Corberó, su nuera, Ricardo?

Ricardo: Úrsula es un crack. Viene comiéndose un cimbronazo de popularidad internacional al que sólo alguien en eje y bien parado como ella puede sobreponerse. Es un fenómeno, divina. Tiene un gran sentido del humor. Me encanta su relación con el Chino… y que me llame Ricardito.

«Siempre me gustó la idea de ser padre», admitía el Chino. «¿Cómo no voy a querer un nieto? Son todos beneficios y ninguna responsabilidad», apuntalaba Ricardo padre. Seis años después ambos esperan para el semestre que viene que se consuma el mutuo sueño.

-Su padre lleva treinta y un años de matrimonio con Florencia, desde que se casaron aquel 18 de abril de 1988. Casi su edad, Chino… ¿Anda pensando en repetir la estadística nupcial?

Chino Estoy por ahí… Mi madre sumaba 21. Y cierto, yo rondo la edad que tenía mi viejo.

Ricardo: Le falta. No lo vuelvas loco, dale una chance.

-Pero dijo “estoy por ahí”.

Chino: De edad. Nunca pensé en casarme.

Ricardo: Los millennials no piensan en eso.

-¿Y en ser padres?

Chino: Siempre me gustó la idea. De chiquito quería ser padre súper joven, porque adoraba mi relación de edad con mamá. Calculá que a mis diez años ella sumaba mi edad actual: re péndex. Una vez que pasé los veinte, veintiuno, veintidós, relajé.

Ricardo: Lo ideal consiste en tener un hijo a los veinte para contar con un amigo a los cuarenta. Era mi an­helo, pero una bruja me tiró las cartas, anticipó que saldría discutidor como el Chino (¡no sabés lo que te la pelea!), y decidí esperar hasta los treinta, jé.

-¿Anda con ganas de ser abuelo?

Ricardo: ¿Cómo no voy a querer un nieto? Son todos beneficios y ninguna responsabilidad… Además, las mujeres Darin se pondrían tan felices…

-¿Qué lugar ocupan ellas en la familia?

Ricardo: Históricamente, son inteligentes, activas, de pe­so propio. En orden cronológico: las abuelas Teresa y Juana, mi vieja Renée, una guerrera; mi suegra Marta, genia total (la mandamos a ver espectácu­los y los califica con cero a cinco Martitas). Siguen Flor, mis hermanas Alejandra y Daniela, de ovarios grandes como una casa; Clara, mi sobrina Antonia… Mujeres fuertes y valientes.

-No contestaron la pregunta…

Chino: Son las que nos ponen los puntos.

Ricardo: Nos consideramos una especie de esclavos a gusto: hacemos lo que ellas dicen.

Un brindis por los años que pasaron, transitaban y vendrían.

Fotos y filmaciones: Archivo Atlántida
Escaneo y arte: Gustavo Ramírez
Portada: Silvana Solano

Edición de videos: Cristian Calvani

Redacción

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