Robert Redford, quien falleció a los 89 años, no era solo un actor. Es más, sus habilidades actorales siempre parecieron camufladas bajo una de esas bellezas de las que se ven una por generación. Utilizó esos atributos hegemónicos no solo para protagonizar algunas películas cruciales de su tiempo, sino para un activismo que repartió entre causas sociales y una promoción de una clase de cine que aún marca las películas que vemos.
Esas condiciones amplificaron el anuncio de su muerte a los 89 años. Uno de los comentarios más repartidos —y el término evidencia la amplitud etaria de su base de seguidores— es que era un “bombón”.
Lo era. Pero como dijo alguien, el precio de la popularidad entre el público suele disminuir la valoración de la crítica. Redford había logrado contrarrestar eso con su imagen pública aunque a los cronistas cinematográfico solía encantarles pegarle.
Redford, que se había retirado en 2019, encarnó algunos de los héroes más distintivos del cine americano. Allí hay que ubicar a ese caballero sin espada que es Bob Woodward en Todos los hombres del presidente, capaz de tirar abajo a, justamente, un presidente de Estados Unidos. El héroe era lo que le iba a Redford, quien escaseó en el rol de villano.

Fue un antihéroe el que lo convirtió en estrella. Tras una breve carrera en teatro y después de algunos bolos en seriales de televisión, Redford encontró en Sundance Kid un papel definitorio. Como el partenaire del Butch Cassidy de Paul Newman —en precisamente Butch Cassidy de George Roy Hill, 1969— su figura funcionaba como una armoniosa oposición a Newman, un actor de método y de una belleza rústica que hacía juego con los ojos celestes de Redford.
Con Newman, y con Roy Hill, repitió el éxito en El golpe, una comedia en tiempo de ragtime sobre un par de estafadores. Le dio su primera nominación al Oscar y la única como actor. Lo ganó como director por Gente como uno, otro hito generacional, y recibió uno honorario en 2002 por ser “inspiración para cineastas independientes e innovadores en todas partes”. También estuvo nominado a director y película por Quiz Show. El dilema.
Su coincidencia con el surgimiento del Nuevo Hollywood y papeles de galán romántico en comedias o dramas lo convirtieron en una figura.
Sus primeras películas eran bastante intrascendentes (Juego de amor, El que mató por placer, Intimidades de un adolescente) pero e hizo notar más al lado de Marlon Brando y Jane Fonda en Jauría humana de Arthur Penn, sobre la fuga de una cárcel.
Al año siguiente, eso es 1967, trasladó al cine un papel que había hecho en el teatro, el de recién casado de Descalzos en el parque, sobre obra de Neil Simon. Con Jane Fonda eran la representación viva de una pareja de muchachos. Volverían a trabajar juntos en El jinete eléctrico (1979) y en la crepuscular Nosotros en la noche (2017, está en Netflix).
Redford fue la cara bonita del Nuevo Hollywood, una promoción masculina en la que lo que se llevaba eran los Robert De Niro, Al Pacino, Dustin Hoffman o Gene Hackman. Él era el único que podía hacer de Jay Gatsby; lo hizo.
Trabajó en buenos proyectos de directores a veces interesantes: Michael Ritchie (El candidato),Sydney Pollack (muchas, entre ellas Los tres días del cóndor), Alan J. Pakula (Todos los hombres del presidente) o Stuart Rosenberg (Brubaker).
Con Pollack consiguió uno de sus grandes éxitos con Africa mía (1985), una película que tuvo 11 nominaciones, ganó siete Oscar y ni siquiera se acordó de Redford. La escena en la que viene a rescatar a Meryl Streep con la avioneta y lo bien que lo pasan después en plena sabana es un clásico del cine.
Repitió el papel en algunos de sus grandes éxitos como Habana, Propuesta indecendente (su película más exitosa y “escandalosa”), Algo muy personal, El señor de los caballos y Juego de espías, en la que compartía elenco con un sucesor evidente, Brad Pitt, a quien había descubierto en Nada es para siempre, uno de sus proyectos como director.
“Redford nunca ha estado tan radiante y glamoroso”, escribió la crítica Pauline Kael en The New Yorker y ayer lo recordó The New York Times, “como cuando lo vimos a través de los ojos enamorados de Barbra Streisand”. Fue en Nuestros años felices, otro de sus clásicos con Pollack.
En años más recientes fue cambiando inevitablemente a papeles de señor más grande. De las últimas veces que se lo vio fue a los 75 años en la exigida Todo está perdido, sobre navegante solitario a merced del mar; un ingreso a las franquicias de los superhéroes (Avengers: Endgame, la mejor de todas) y Un ladrón con estilo, en la que hacía de un veterano y seductor ladrón de bancos; en esa estaba Sissy Spasek, otra gloria de la década de 1970.
Redford siempre fue un actor dispuesto a tomar riesgos, y aunque el rango de sus papeles parece limitado, calibró sus proyectos intentando escapar de la llanura del estereotipo. A veces lo logró.
Hay mucho de su personalidad en las nueve películas que dirigió desde Gente como uno, el dramón matrimonial de 1980 que, se decía antes, le dio el Oscar. Allí Redford ya mostró algunas de sus características como cineasta: películas convencionales, de género, con grandes estrellas y liberales. Ese debut terminó siendo su mejor película.
Dirigió comedias, thrillers políticos, dramas deportivos o de época. En algunas de esas categorías hay que ubicar El secreto de Milagro, Leones por corderos, Leyendas de vida y Causas y consecuencias. Siempre fue un director correcto y políticamente inquieto aunque un tanto convencional.
Su otra gran obra y su más relevante impacto cultural fue su rol como promotor y empresario del cine independiente. Desde 1981 dirigió el Instituto Sundance dedicado a cultivar nuevas voces cinematográficas En 1984 convirtió un festival de cine en Utah en el Festival de Cine de Sundance y lo convirtió en la usina de un cine interesante. Fue allí que se conoció, por ejemplo, Sexo, mentiras y video de Steven Soderberg que fundó una nueva sensibilidad (indie, se le decía) en el cine americano. De allí también salieron Quentin Tarantino, James Wan, Darren Aronofsky, David O. Russell, Ryan Coogler, Robert Rodriguez y Chloé Zhao. Ahí hay un par de ganadores del Oscar y Park City sigue siendo una escala inevitable en la promoción de ciertas películas.
Fue, además un activista en temas medioambientales desde tiempos en que eso no se llevaba entre las estrellas de cine.
Seguramente su apariencia lo ayudó un montón en consolidar su trayectoria y tuvo mucho que ver, para bien o para mal, en la apreciación de su carrera, pero Redford siempre intentó escapar de la “condena» de su fenotipo. Y vaya si lo logró.
