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martes, julio 22, 2025

Robertino Tarantini y su noche más alocada: «Entrar a un boliche con Maradona fue algo de otro planeta»

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Robertino Constantini (41) no necesita mucho preámbulo para contar aquella anécdota. «Entrar a un boliche con Maradona fue lo mejor que me pasó en la vida”, dice a Revista GENTE con una sonrisa entre nostálgica y pícara. Lo cuenta como quien revive una escena de película, de ésas que duran poco pero marcan un para siempre. La figura de Diego, el aura de ídolo eterno, la adrenalina de una salida inesperada.

Hijo de Alberto “Conejo” Tarantini, campeón del mundo en 1978, y Pata Villanueva, Robertino creció con el peso, y el privilegio, de llevar un apellido tatuado en la historia del fútbol argentino. Aunque no vio a su padre levantar la Copa del Mundo (nació tres años después), vivió de cerca el eco de la gloria y heredó el respeto del ambiente. «Casi todos me conocen por ser hijo del Conejo», revela.

Años después, el destino le tenía preparada una noche fiesta junto al más grande, Maradona. «Yo ya entraba fácil a los boliches, pero con Maradona…», cuenta.

«No soy maradoniano», arranca Robertino, con cierta contradicción que parece disfrutar. Lo admira, pero también discrepa. «Discrepo con un montón de cosas que hizo, pero yo miro videos todos los días de Maradona, todos, todos, incluso lo hacía desde antes a que muriera”, suma.

La anécdota del boliche surge en medio de la charla como una cosa más en una vida llena de historias hilarantes e increíbles: «Sí, yo fui de boliche con Maradona», repite. Y detalla: «Estábamos en un departamento y salimos de joda. Entrar a una discoteca con Maradona fue como caminar por una alfombra roja. Te sentís Maradona por un rato. Imaginate lo que era eso…».

Robertino y el legado del Conejo Tarantini

Robertini, junto a su padre y su mujer.

Aunque no llegó a ver a su padre campeón en vivo («Papá tenía 22 años y yo no había nacido»), Robertino creció en un entorno repleto de camisetas, goles y medallas. «Papá fue al Mundial del 82, pero no al del 86. Igual siempre habló muy bien de Diego, se respetaban mucho como compañeros. No eran mejores amigos, pero siempre bien», revela.

Su lugar en el mundo del fútbol no está dado por la pelota sino por el linaje. «A mí me conocen por ser hijo del Conejo. Y los amigos que le quedaron a mi papá son casi todos del mundo del fútbol», dice.

La herencia no fue sólo genética: también fue una llave de entrada a una historia compartida. «Espero ir al próximo Mundial con mi papá. Tiene entradas, así que depende de él», cuenta sobre sus proyectos juntos.

Años atrás, Robertino intento dedicarse al fútbol en México. De chico, coqueteaba con la idea de ser arquero, y de grande, quiso ser delantero.

«Lo que pasa es que yo iba a doble escolaridad en el Liceo Francés. El colegio estaba cerca de River y teníamos un equipo de fútbol bastante bueno que jugaba contra clubes. El tema es que era medio turno, entonces no podía entrenar. Mi vieja me dijo: `Terminá el colegio, no jodas, después fíjate´. Y a los 18 ya empecé a jugar; intenté en México. Lo hice un tiempo en una segunda división, en Atlético Mexiquense (Toluca)», relata.

Hijo del Conejo Tarantini y Pata Villanueva, Robertino se siente más cerca del arte que del fútbol: «Salí a mi mamá».

Y agrega: «No era para mí. Solamente me quería sacar las ganas de sentir esa energía que se respira en los vestuarios. Pero no: salí a mamá, salí artista. Tenía el 10 por ciento de mi papá».

Sobre las razones por las que el fútbol no le cerraba, explica: «Sentí que es muy injusto el mundo del fútbol, que necesitás tener mucha personalidad. Es un ambiente de mierda. Debés estar muy bien de la cabeza o contar con muchas condiciones para no pasarla mal, para no sentirte traicionado… Hay un montón de miserias que yo no me fumo».

Además, cuenta cómo es su relación con El Conejo: «Nos llevamos bien. Somos personas muy diferentes, chocamos. Él va y viene, no vive acá».

Con naturalidad, el nepo baby se entrega a la producción de Revista GENTE.

Y agrega: «Pensamos muy diferente y somos los machos que chocan de la familia. En algunas cosas tenemos personalidades parecidas… Estuve peleado un tiempo y después nos amigamos. Nos acercamos los dos y decidimos ser felices. Soy su único hijo varón, por más que no pensemos parecido, hay que disfrutar».

Una familia de película, con pasados entrecruzados

Pata y Robertino.

La vida familiar de Robertino es tan ecléctica como su relato. «Papá no tuvo más hijos. Su pareja actual tiene hijos de mi edad, pero no son hermanos míos», aclara.

La infancia de Robertino sucedió lejos de Buenos Aires: nació en Barcelona, vivió hasta los 9 años en Francia (en Toulouse y Córcega) y también pasó una temporada en Suiza y, de más grande, otra en México. Ahora está viviendo mitad en España mitad en Argentina. Y viene montando con un socio riojano un nuevo negocio: compra fondos de comercio chicos y quiere emprender una cadena de fast food. «Se llama La parroquia y estoy cerca de inaugurar el primer bar. Van a ser varios. El concepto es comida rápida, sándwich, cerveza, cava y buena música», cuenta a Revista GENTE el empresario gastronómico, quien también se presenta como músico.

Su mamá, dice, está «recuperándose» tras caerse años atrás, fracturarse el cráneo y sufrir complicaciones .

Hace cuatro años Robertino vio a su madre en coma, luego de que se fracturara el cráneo en Punta del Este tras sufrir un accidente doméstico. «Estuvo muy grave, no sabíamos si iba a salir», confiesa.

Ya con Pata fuera de peligro, Robertino cuenta que aquellos momentos fueron «críticos» en su vida, que le gustaría ser padre «pero recién en cuatro años» y que está «de novio con una tal Renata, aunque hace un tiempo pero que viven separados»: ella, en Madrid, y él, en Barcelona. «La idea es mantener los dos departamentos. Por ahora viene funcionando muy bien la distancia», amplía.

Pero su cabeza está en acompañar a Pata en su recuperación. Después de haber estado tan cerca de perderla, verla así hoy es un milagro», dice sereno Robertino, el hijo más chico de los herederos de Pata Villanueva, a Revista GENTE.

Y suma: «Está perfecta. Habla, se acuerda de todo, es la de siempre, sólo más tranquila». También asegura que hay que vivir cada día como una celebración porque estuvo «muy pero muy cerca de la muerte».

Además, cierra señalando que uno de los aprendizajes que les trajo esta experiencia fue el tipo de familia que son. «Somos muy unidos y eso es gracias a ella», sostiene.

Redacción

Fuente: Leer artículo original

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