
Rodrigo Moya, fotoperiodista que retrató a campesinos, guerrilleros y personajes famosos en México y en toda América Latina, y cuyos temas incluían al revolucionario argentino Che Guevara fumándose un puro y al novelista Gabriel García Márquez con un ojo morado, murió el 30 de julio en su casa de Cuernavaca, México. Tenía 91 años.
Su hijo Pablo dijo que la causa fue un derrame cerebral.
Moya fue cronista de un periodo tempestuoso de la historia latinoamericana. En las décadas de 1950 y 1960, una época de rápida modernización y gobierno de partido único, documentó la pobreza y la inquietud social de México. Luego amplió su enfoque para fotografiar los conflictos armados de toda la región y a personalidades como la cantante cubana Celia Cruz, el novelista Carlos Fuentes y el pintor Diego Rivera.
Aunque sus fotografías están consideradas entre las más reveladoras de su época –junto con el trabajo de contemporáneos como Héctor García Cobo y Nacho López–, Moya siguió siendo una figura marginal durante la mayor parte de su carrera.
Armado con dos cámaras –una para tareas informativas y otra para uso personal– viajó por Ciudad de México, documentando huelgas, protestas estudiantiles y privaciones generalizadas.
En esa época, sus fotografías de comerciantes, escolares y trabajadores rurales se consideraban demasiado controvertidas para publicarlas porque contradecían la imagen de un país moderno promovida por el Partido Revolucionario Institucional, que había dominado el gobierno en México desde 1929. Escondió muchos de ellos durante décadas.
«Más que los cinturones de circunvalación o los rascacielos cubiertos de cristal que proliferaban a lo largo de las avenidas principales», escribió Moya en un ensayo fotográfico de 2008, «la ciudad que me asombró fue la de las texturas, la del barro y el polvo y la de las casas improbables y precarias», poblada por «los millones que construyen el centro urbano, que lo pavimentan y lo barren» y «mantienen los movimientos del mecanismo de relojería urbano».
Marxista comprometido, documentó la proliferación de ejércitos guerrilleros en toda la región en la década de 1960, tras el éxito militar de la Revolución cubana. Se incrustó con grupos rebeldes en Guatemala y Venezuela, capturando a los combatientes mientras navegaban por la selva envueltos en un manto de niebla; se infiltró en una finca de la United Fruit Company (ahora Chiquita Brands International) en Panamá para observar sus condiciones laborales miserables, y fotografió al ejército estadounidense invadiendo la República Dominicana en 1965.
También fotografió a un desamparado Guevara empuñando un puro en 1964.
Esa imagen surgió por casualidad. A Moya, que había viajado a Cuba con una delegación mexicana que incluía al caricaturista Eduardo del Río, se le concedió inesperadamente una entrevista de 15 minutos con Guevara después de que Fidel Castro cancelara una reunión programada previamente. Guevara, admirador de las caricaturas de Del Río, se quedó durante más de dos horas, lo que permitió a Moya captarlo en toda una gama de emociones.
«El Che que fotografié», dijo en una entrevista para el libro de 2007 Conversaciones con fotógrafos mexicanos, «era un Che sin maquillaje histórico», lo que dio como resultado una imagen desnuda de un hombre cargado de lastre psicológico.
A lo largo de su carrera, Moya retrató a un panteón de celebridades latinoamericanas, como Rivera, Fuentes, Cruz y Gabriel García Márquez, en dos ocasiones: una, en 1967, para las fotos promocionales de su novela Cien años de soledad, y otra en 1976, cuando García Márquez llegó inesperadamente a su puerta con un ojo morado.
Dos días antes, le dijo García Márquez, Mario Vargas Llosa le había dado un puñetazo por interferir en su matrimonio. García Márquez quería que se hicieran fotos para que quedara constancia. Moya accedió.
«Me preocupaba su cara melodramática», recordó Moya décadas después, en una entrevista con la escritora colombiana Silvana Paternostro para su libro Soledad y compañía (2014). «Entonces, de repente, ocurrió algo, dije algo y él se rió, y le hice dos fotografías».
Guardó los negativos durante más de 30 años antes de publicar la ahora famosa imagen de un García Márquez maltrecho y sonriente en el periódico mexicano La Jornada en el cumpleaños del autor en 2007, inspirando años de cotilleos literarios.
«Nunca había ganado tanto dinero con una fotografía», declaró Moya a The Paris Review.
Luis Rodrigo Moya Moreno nació el 10 de abril de 1934 en Medellín, Colombia. Su padre, Luis Moya Sarmiento, era pintor y escenógrafo mexicano; su madre, Alicia Moreno Vélez, se ocupaba del hogar.
Cuando la familia se trasladó a Ciudad de México en 1937, Rodrigo asistió al Colegio Madrid, una escuela dirigida por republicanos que habían huido de España durante la Guerra Civil del país. Se matriculó en el programa de ingeniería de la Universidad Nacional Autónoma de México, pero lo abandonó en 1954 y aceptó un trabajo en un estudio de televisión mexicano.
La casa de su familia era punto de encuentro de artistas y escritores colombianos, entre ellos García Márquez, el pintor Pedro Nel Gómez y el fotógrafo Guillermo Angulo, quien ofreció a Rodrigo clases de fotografía a cambio de instrucción sobre cómo manejar una cámara de televisión.
Angulo, que trabajaba para la revista Impacto, le ofreció unas prácticas allí; al cabo de un año, Moya había sido contratado como fotógrafo de plantilla.
En 1967, año de la muerte de Guevara, Moya se había desilusionado con los políticos de izquierda armados y con la autocensura de la prensa mexicana.
Abandonó el fotoperiodismo y fundó una revista mensual de pesca, Técnica Pesquera. Durante los 22 años siguientes, hasta su cierre en 1990, dirigió la revista, escribió para ella y ocasionalmente tomaba fotos.
En 1999, tras diagnosticársele un cáncer de páncreas, Moya se trasladó a Cuernavaca y empezó a rebuscar en su archivo de unas 40.000 fotos. En 2004, publicó una colección de fotografías titulada Foto insurrecta; fue entonces cuando su obra encontró una segunda vida, llamando la atención en exposiciones por todo México y el extranjero.
En el anuncio de una exposición celebrada en 2013 en Throckmorton Fine Art, en el centro de Manhattan, The New Yorker señaló que la fotografía de Moya «coquetea con algunos de los clichés favoritos del fotoperiodismo (la adorable niña huérfana, el estoico granjero), pero los evita con ingenio, moderación y una elegancia formal que recuerda a la Bauhaus».
Con el tiempo, Moya publicó 11 colecciones y catálogos de fotografía, entre ellos Photography and Conscience/Fotografía y conciencia (2015), un volumen bilingüe publicado por la University of Texas Press. Una selección de su archivo se conserva en las Colecciones Wittliff de la Universidad Estatal de Texas.
Escritor consumado, Moya también publicó dos colecciones de relatos cortos. Su libro de 1999, Cuentos para leer junto al mar, recibió un premio de relato corto del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura de México.
Moya se casó en 1959 con Annunziata Rossi, profesora de literatura en la Universidad Nacional Autónoma de México. El matrimonio acabó en divorcio en 1964. Además de su hijo Pablo, le sobrevive Susan Flaherty, ilustradora, con quien se casó en 1982. Otros dos hijos de su primer matrimonio, Nicolás y Giovanna Moya, fallecieron antes.
A lo largo de su carrera, Moya utilizó sobre todo cámaras de 35 milímetros y de formato medio de seis por seis, conservando rigurosamente sus imágenes y recortándolas tras el revelado para la composición. No se consideraba un estilista y lamentaba el creciente predominio del esteticismo sobre la documentación directa en la fotografía.
Cuando le preguntaron cómo clasificaría su trabajo en 2007, lo describió como «documental, realista, humanista e ideológicamente comprometido».
Ha sido así «durante mucho tiempo», añadió. «Moriré con este compromiso».
Emiliano Rodríguez Mega colaboró con reportería.
Emiliano Rodríguez Mega colaboró con reportería.