
Barcelona
No hay palabras o, mejor dicho, hay demasiadas pero todas se pelean por salir a la vez cuando uno entra al hotel Caesars Palace. Ahora sí. Ahora empieza la realidad de Las Vegas: los casinos.
Mi bautismo en estos templos del azar fue hace muchos años en Peralada, con el añorado Miquel Suqué. Allí, como en el de Barcelona, el casino aún conservaba un mínimo de decoro: luces tenues, banda sonora sin griteríos, un mínimo vestuario…. Aquí, en cambio, es el Apocalipsis. En el Caesars Palace la chaqueta ha sido reemplazada por la camiseta sin mangas, el silencio por el estruendo de las máquinas y el respeto por un aquelarre de bañadores o chanclas. Entrar al vestíbulo es cruzar el umbral de un parque temático. Caminas entre miles (sí, miles) de tragaperras con nombres tan poco sutiles como King Kong, Frankenstein, Treasure Island o Game of Thrones … incluso existe una dedicada a la memoria de Whitney Houston que, al margen de las pastillas, quizás también le dio a la ruleta. Hay infinitas mesas de black jack, de póquer…
Lo más perturbador es ver niños pequeños ayudando a sus padres a pulsar el botón de las tragaperras
Lo más impactante, sin embargo, no es el número de máquinas, ni el hecho de que no exista una sola ventana (importante para el “dale que te pego” desconocer si es de día o de noche). Lo más perturbador es ver niños. Niños pequeños ayudando a sus padres a pulsar el botón de las tragaperras. En una sociedad que no te deja ver un pecho en televisión pero permite que un menor gaste, apretando un botón por diez dólares, el puritanismo ha muerto de sobredosis de hipocresía.
Para llegar a mi habitación debo andar diez minutos. Diez. No es una metáfora. Atravieso un campo minado de tragaperras, pasillos con olor a perfumes diversos y nicotina vintage (porque aquí se puede fumar, aquí se hace de todo, oiga), y tiendas de lujo encajadas en decorados de cartón piedra Péplum cutre. Eso sí, restaurantes de fábula: desde uno de Gordon Ramsey hasta el Nobu. Mención aparte es la decoración: Roma según Las Vegas, ergo extrañas columnas dóricas, estatuas de dioses con mirada de hormigón y frescos que harían colgarse de la Capilla Sixtina a Miguel Ángel.
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El hotel no tiene final: casi 4.000 habitaciones repartidas en varias torres (la Forum, la Palace, la Octavius….), el casino con más de 1.500 máquinas y casi 200 mesas de juego. Y cinco piscinas estilo “villa imperial romana” donde puedes beber mojitos dentro del agua mientras suena Pitbull. Y, por supuesto, una galería de tiendas de lujo donde compras desde un bolso Chanel hasta un disfraz de gladiador. La película Resacón en Las Vegas no escogió este hotel por casualidad. Aquí no se alojan personajes, son tramas enteras. Los casinos…para otro artículo.
La casa de Celine Dion y Cassius Clay
Uno de los lugares más conocidos del Caesars Palace Hotel es The Coliseum, es decir, el llamado Madison de Las Vegas con capacidad para casi 4.500 personas. Celine Dion es quien tiene el récord de actuaciones con más de mil pero Adele es quien, en los últimos años, ha acaparado más llenos. Antes, en la década de los 70, 80 y 90, este escenario albergó los grandes combates de boxeo de la historia: Cassius Clay-Larry Homes o George Foreman – Gerry Cooney. Aunque el combate donde Mike Tyson le arrancó un trozo de oreja de un mordisco a Evander Hollyfield fue en el MGM Grand, también en Las Vegas. Ahora en el Caesars Palace ya no se programa boxeo
Mañana me han invitado a una boda. En Las Vegas, claro. Apuesto una ficha de un dolar que será más discreta que este Caesars Palace donde Julio César se embriagó y se puso una camiseta de tirantes. Lo peor es que, de tanta exageración romana, acabas pensando que un par de columnas jónicas no quedarían nada mal en el salón.