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lunes, junio 9, 2025

Rosa Gil vuelve a Casa Leopoldo

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Siete años después del traspaso, lúcida y pimpante, Rosa Gil volvió a Casa Leopoldo, su casa y la de todos los clientes, para recibir uno de esos homenajes de verdad de la buena al que asistieron amigos, grandes amigos y el alcalde Jaume Collboni.

¿Casa Leopoldo? Restaurante fundado en 1929, santo y seña del barrio chino (hoy Raval), mantel de escritores, posada de taurinos y empresarios discretos, calamares a la romana, capipota y rabo de toro o del mercado lubina. Lo fundó Leopoldo Gil, abuelo de Rosa, turolense, que chapurreaba catalán (un cliente le pidió si tenía Borgoña y le respondió “¡más que usted!”). Heredó Germán Gil el Exquisito –fue novillero, le gustó el apodo y lo honró el resto de su vida– y después Rosa Gil, la Nena del Leopoldo –libro homólogo de Arturo San Agustín, otro exquisito entrañable–.

Viuda, alegre y lúcida, Rosa Gil ahorró discursos para cantar un fado y una copla

La nueva propiedad de Casa Leopoldo, el grupo Banco de Boquerones, tuvo un detalle que les honra: rendir homenaje a Rosa Gil, que sigue “viuda, libre y alegre” (y ciertamente lúcida), constatación que alegró a tantos amigos sin noticias de Rosa Gil como Eduardo Mendoza, Carme Ruscalleda, Pedro Balañá, Carles Vilarrubí, Joan Gaspart, Jordi Soler o Daniel Vázquez Sallés, cuyo padre tanto y tan bien escribió sobre Casa Leopoldo (los amigos, como Marsé o Terenci Moix, solían bromear al entrar: “vengo de parte de Pepe Carvalho”).

Rosa Gil estuvo cómoda y feliz en su homenaje, con su hija Carla, nacida meses después de la muerte en la Monumental de su padre, el torero José Falcón, una tarde de agosto de 1974 de la que guarda recuerdo un cartel de la función en el comedor).

Foto ANDREA MARTÍNEZ PASTOR 4/05/2025. Homenaje a Rosa Gil, alma mater del restaurante Casa Leopoldo en Barcelona.

Rosa Gil en su Leopoldo, con Carles Vilarrubí y Eduardo Mendoza

Andrea Martínez

Las tragedias se digerían y al mal tiempo buena cara, la que siempre brindaba Rosa Gil desde un lugar estratégico en la en­trada. A los malos clientes, a los que no quería volver a ver, les ­invitaba. Un desplante taurino, como la cariñosa llamada tele­fónica ayer de José Tomás.

Y en lugar de discursos, Rosa Gil cantó con arte y como se cantaba en las sobremesas: un fado y el Romance de la otra , copla desgarrada en honor de las mujeres sin perro que les ladre.

Redacción

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