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sábado, julio 12, 2025

Salud, territorio y desigualdad: una mirada desde la medicina social

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Magalí de Diego (Agencia CTyS-UNLaM) – Durante décadas, Argentina forjó una identidad sanitaria con nombres propios que se volvieron bandera: Carrillo, Favaloro, Grierson. Pero también con políticas públicas que tejieron un entramado social: vacunación gratuita, hospitales abiertos, atención primaria en el territorio. Esa tradición -construida a fuerza de convicción, presupuesto y justicia social- hoy enfrenta un escenario donde el “sálvese quien pueda” gana terreno. Y ahí, la medicina social no solo resiste: se vuelve más urgente.

“Pensar la salud como un hecho individual, como si fuera una cuestión de esfuerzo personal, no alcanza. Hay condiciones estructurales que exceden cualquier mérito”, afirma a la Agencia CTyS-UNLaM Matías Ballesteros, investigador del CONICET y doctor en ciencias sociales. Su trabajo se centra en la relación entre salud y desigualdad, bajo un enfoque que entiende el proceso salud-enfermedad-atención-cuidado como una instancia atravesada por múltiples ejes: clase, género, edad, y cómo estas variables se combinan y profundizan entre sí.

En sintonía, la también investigadora del CONICET Natalia Tumas sostiene que “la salud se determina en gran parte fuera del sistema sanitario”. Y detalla: “Vivienda, alimentación, educación, trabajo, género… todo eso antecede y excede la atención que se pueda brindar en un consultorio”. Para Tumas, doctora en Demografía, el enfoque de la medicina social propone mirar más allá del síntoma y del tratamiento, propone mirar las condiciones de vida de la gente.

Ambos advierten que, lejos de tratarse de un problema del pasado, la desigualdad sanitaria se agrava. “Durante la pandemia hubo hogares con restricciones en el acceso al agua. ¿Qué posibilidad real de cuidado puede tener una persona en esas condiciones?”, reflexiona Ballesteros.

Junto a su equipo, por ejemplo, analizó durante el 2025 datos sobre el consumo de bebidas azucaradas en Argentina y encontró que quienes no tienen agua de red dentro del hogar consumen más gaseosas, incluso entre sectores pobres. “Ahí se ve claramente cómo las políticas públicas -en este caso el acceso al agua- inciden en la salud”, subraya.

Tumas coincide en esa mirada.  “Hay una estratificación territorial de la salud. No es lo mismo vivir en un barrio céntrico con múltiples servicios que en una zona periférica. Y eso condiciona desde el acceso hasta la percepción del riesgo”, desmenuza, en diálogo con la Agencia CTyS-UNLaM 

Una de las frases más citadas en los debates sobre determinantes sociales de la salud dice que “importa más el código postal que el código genético”. Tumas la retoma y la ejemplifica: “Una mujer con empleo informal, en un barrio sociosegregado, sin redes de apoyo, con hijos a cargo, difícilmente pueda ir a un control. Incluso  aunque el centro de salud sea gratuito y esté relativamente cerca. La inequidad se expresa en las posibilidades mismas de priorizar la salud”.

Las políticas que no parecen de salud, pero lo son

“Hay dos niveles de políticas sanitarias -explica Ballesteros-, las del sistema de salud en sí, y las que, sin ser sanitarias, impactan directamente en la salud. Ahí entran las alimentarias, las habitacionales, las educativas”. Por eso, reducir el rol del Estado en cualquiera de esas áreas termina afectando la salud de las poblaciones.

Las campañas que promueven estilos de vida saludables, aunque bien intencionadas, pueden volverse estigmatizantes si no contemplan las condiciones materiales de vida. “Decirle a alguien que coma sano o que vaya al médico es cruel si no tiene los medios para hacerlo”, señala Tumas. La salud, en ese marco, deja de ser una decisión individual y pasa a ser una cuestión estructural.

“No hay una pastilla que algún médico pueda dar y curar todo esto. Son problemas estructurales y requieren respuestas estructurales. No alcanza con el discurso de derechos si no hay presupuesto para sostenerlos”, refuerza la investigadora del CONICET.

  • Natalia Tumas
  • Matías Ballesteros

El sistema sanitario argentino, fragmentado y con múltiples niveles de gestión, requiere una presencia activa del Estado nacional para equilibrar asimetrías. “Cuando Nación recorta en programas como el Remediar, que garantizaban medicamentos gratuitos en los centros de salud, son las provincias o los municipios los que deben responder. Y muchas veces no pueden”, explica Ballesteros.

En este sentido la conclusión de ambos es clara: la solución pasa por una mirada integral. “Hay que pensar en salud desde el transporte, la urbanización, la educación, el cuidado. Si el Estado se retira, la equidad desaparece. En Argentina hemos tenido muchos casos de éxito en este sentido: las políticas públicas universales, como las que impulsó Ramón Carrillo en los años ‘40 y ‘50, fueron clave para compensar desigualdades estructurales. Si hoy se desmantelan, se corre el riesgo de profundizar esas brechas y volverlas más difíciles de cerrar”, reflexiona Tumas.

La salud, una cuestión -también- de dinero

Ambos investigadores alertan que los recortes presupuestarios y el debilitamiento del rol estatal están generando una crisis de financiamiento que impacta en todo el sistema, desde hospitales públicos hasta las prepagas. 

“La salud no puede depender de cuánto podés pagar. Si los avances científicos en medicina solo benefician a quienes tienen dinero, estamos profundizando la desigualdad”, sentencia Tumas.

 “Los más afectados son los sectores en situación de mayor vulnerabilidad, las mujeres, los niños, las personas mayores. Y eso reproduce un círculo vicioso que lleva años revertir”, agrega la especialista del Centro de Investigaciones y Estudios sobre Cultura y Sociedad (CCT CONICET Córdoba).  Además, plantea que la esperanza de vida varía notablemente entre barrios de una misma ciudad y que esa brecha amenaza con ampliarse.

A pesar de la crisis, la investigación científica sigue aportando insumos clave para entender este escenario. Tumas remarca el valor de los enfoques cualitativos. “Muchas veces se priorizan los datos estadísticos, pero escuchar las voces de las personas es fundamental. No todas las comunidades perciben la salud del mismo modo. Si no se entienden esas percepciones, las políticas no funcionan -esboza, a modo de conclusión-. Por eso necesitamos sostener el financiamiento a los equipos de investigación. La ciencia es una pata clave”.

La medicina social no es una teoría nostálgica. Es una herramienta para leer el presente y planificar el futuro. “No alcanza con atender lo que ya se rompió: hay que cuidar antes. Y eso es una decisión política”, advierte Tumas. Y es que, como dice Ballesteros, “la salida no es individual. Es colectiva. Y es política”.


Una efeméride con mucha vigencia

El 12 de julio se conmemora el Día de la Medicina Social en Argentina en homenaje al nacimiento de Ramón Carrillo, quien en 1946 se convirtió en el primer ministro de Salud de la Nación. Neurocirujano, sanitarista y referente del pensamiento latinoamericano, Carrillo fue el principal impulsor de un modelo de salud pública universal, gratuito y territorial.

Durante su gestión se crearon hospitales, se multiplicaron los centros de atención primaria y se desarrollaron campañas masivas de vacunación y saneamiento. Para Carrillo, “no puede haber política sanitaria sin política social. Los problemas de salud no se resuelven solo con médicos y hospitales”, sino atacando las causas sociales de la enfermedad: la pobreza, el hacinamiento, la desnutrición. Su legado es, hasta hoy, la base del enfoque de la medicina social en el país.

Redacción

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