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viernes, septiembre 12, 2025

Salvar el suelo para salvar el mundo

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Francesc Font nos guía hasta un olivar frente a la sierra de la Albera, en el Alt Empordà. Escarba sobre la cubierta vegetal y se llena las manos de una tierra oscura y húmeda a pesar del calor del verano. La huele, la mira, la desmenuza y la muestra: “Esto es lo que hago, cultivar el suelo”.

Su familia lleva tres siglos arando la tierra y él poco más de diez revertiendo todo lo hecho hasta ahora. “La agricultura tradicional está acabando con el suelo –asegura–. Labrar lo empobrece y cuando labramos un suelo empobrecido por las prácticas ancestrales lo convertimos casi en un desierto”.

Font no labra. Deja que las plantas y los animales labren por él, y así, con una intrusión mínima, el suelo recupera los minerales y la vida microbiótica, gana fuerza y se regenera.

“El suelo –insiste Font– alimenta al cultivo y éste nos alimenta a nosotros. Cuantos más minerales, bacterias y microorganismos tenga, más nutritivas y sabrosas serán las plantas y los árboles que nos dan de comer.”

Este círculo natural y lógico tiene una alternativa industrial, que consiste en alimentar el suelo con fertilizantes químicos de nitrógeno, fósforo y potasio, y protegerlo de las plagas y las enfermedades con más productos químicos.

Font explica que “un suelo sano da lugar a una planta fuerte y muy resistente. Esto nos permite ahorrar en productos químicos y, como no labramos, también ahorramos en tractores y combustible”. Una cuarentena de agricultores llegados desde toda España asienten y toman notas. Uno de ellos pregunta sobre el rendimiento y Font se sincera: “Es verdad que producimos menos que las explotaciones agrarias tradicionales, pero también gastamos menos y vendemos más caro. Somos sostenibles”.

La agricultura que regenera el suelo produce alimentos más sabrosos y nutritivos

Para demostrarlo, nos mete en un campo donde acaba de plantar sorgo. Un alambre ha abierto en el suelo un surco casi invisible para las semillas. El campo está segado, pero la tierra no está removida. Removerla hasta unos 30 centímetros de profundidad, como es habitual, supone acabar con la biodiversidad del suelo. La tierra que estaba por debajo, sin apenas vida, es llevada a la superficie y la que estaba arriba, llena de vida, se ve condenada a un subsuelo donde no subsistirá.

“Aquí teníamos cebada –nos anuncia Font–, pero no la hemos vendido para forraje, sino para hacer whisky de malta”. El sorgo crecerá entre las vainas quebradas de la cebada, una cubierta vegetal que protege y enriquece el suelo.

Licors Quevall, de Llançà, le ha comprado toda la producción. El precio ha triplicado el de la cebada para forraje y será la base del primer whisky de malta catalán.

“Nuestra calidad de vida depende de cómo tratamos el suelo”, asegura Francesc Font

Font ha demostrado que la agricultura regenerativa es rentable. Su método, que enseña en Regen Academy, una escuela agraria online y revolucionaria, lo siguen miles de agricultores en España, América Latina y Marruecos. Desde su finca en Pedret i Marzà asesora a más de 500 explotaciones agrarias. Juntas demuestran que la sostenibilidad medioambiental es un buen negocio. “No solo nos ganamos la vida –asegura-, sino que contrarrestamos el calentamiento global. Si toda la agricultura fuera regenerativa, captaríamos todo el CO2 que causa la crisis climática”.

Regenerar el suelo y cultivar sin productos químicos tiene una gran repercusión política. La agroindustria pierde poder y lo ganan los pequeños y medianos agricultores. “Es necesario –insiste Font– porque nuestra calidad de vida depende de como tratamos el suelo.”

En su último libro, De peus a terra (Tigre de Paper), explica que el suelo es la capa terrestre más vital para la vida. Las zonas de cultivo y pastos representan el 37% del total. Más de la mitad, sin embargo, está degradada. “¡Los humanos nos hemos cargado más de la mitad de las hectáreas productivas del planeta!”, exclama un Font que, sin embargo, no se altera.

Los ciclos agrarios le han enseñado a no tener prisa y planificar a largo plazo. Por eso está convencido de la expansión de la agricultura regenerativa, un cambio que, unido a la explosión de las energías renovables, obrará el milagro de atemperar el calentamiento.

Su optimismo requiere que hayamos aprendido de pasadas civilizaciones. Los imperios de Mesopotamia y Mesoamérica, así también como el imperio romano, crecieron gracias a la agricultura y sucumbieron cuando degradaron el suelo hasta el punto de no poder producir los alimentos necesarios. La carestía provocó conflictos internos y rupturas políticas que aceleraron la decadencia.

El mundo se desliza hoy por una pendiente similar, pero, como afirma Font, “si salvamos el suelo nos salvaremos”.

Redacción

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