En su séptima y anteúltima función de la temporada 2025, el Mozarteum Argentino presentó en el Teatro Colón al ensamble Salzburg Chamber Soloists, bajo la dirección de Lavard Skou-Larsen, junto al Constanze Quartet, con un programa que recorrió más de un siglo de música para cuerdas: desde el eco barroco del Concerto grosso de Vittorio Giannini hasta la lucidez visionaria del Divertimento de Béla Bartók, pasando por Schubert y Elgar.
El conjunto suena como un instrumento único. Su sonoridad renueva la experiencia expresiva de la cuerda frotada, ese sonido nacido de la fricción entre materia y aire, entre gesto y resonancia. A diferencia del piano (donde el ataque es inmediato) o de los instrumentos de viento (donde el aire media el sonido), los arcos sostienen el sonido a través de un movimiento continuo, lo que le confiere una dimensión respiratoria, casi animal.
El sonido de cuerda frotada es una metáfora precisa del estar vivo -una vibración sostenida que depende de una energía que debe renovarse a cada instante-. La energía sonora del ensamble fue vibrante de punta a punta a lo largo de todo el programa. En cada una de las obras, los intérpretes lograron que cada una de ellas respirara como una forma viva.
La noche abrió con el Concerto grosso de Giannini, compositor estadounidense de origen italiano. Su obra de 1946 homenajea la forma barroca que contrapone un grupo de solistas a la orquesta completa, pero lo hace desde una sensibilidad neoclásica. El barroquismo de Giannini no es arqueología: es memoria y búsqueda de orden en el caos de la posguerra. Su escritura clara y precisa revela la ansiedad de reencontrar una armonía perdida. En la lectura del Salzburg Chamber Soloists se percibió una disciplina coral, un fraseo de pureza vienesa y una articulación exacta, sin perder la sensación de riesgo que el estilo concertante exige.
El programa continuó con el Quartettsatz de Schubert, único movimiento de un cuarteto inconcluso. Su impulso inicial, casi violento, y su lirismo interrumpido condensan la tensión romántica entre emoción y estructura. Skou-Larsen, violinista de gesto sobrio, optó por una lectura de tensión contenida antes que por el desborde expresivo, otorgando a la obra un aire de trágica introspección.
Sin el intervalo programado en la primera parte, siguió la Introducción y Allegro, op. 47, de Elgar. Inspirado en el concerto grosso como Giannini, el compositor inglés propone un diálogo entre cuarteto y orquesta de cuerdas pero con una expresividad típicamente romántica, sin buscar el virtuosismo, sino una interacción camerística ampliada. Elgar toma el modelo no desde lo estilístico, sino como una interacción camerística ampliada: el cuarteto funciona como un eco íntimo dentro del cuerpo orquestal, una voz que emerge y se reintegra constantemente.
Una velada a pura cuerda, con el Salzburg Chamber Soloists y el Constanze Quartet, que llenaron de magia el Teatro Colón.
La emoción en el aire
Cuando los arcos encuentran la respiración justa, cuando las cuerdas se escuchan unas a otras, como ofrecieron en su interpretación el Salzburg Chamber Soloists y Constanze Quartet, se siente el peso de la emoción suspendida en el aire.
En la segunda parte se escuchó una versión superlativa del Divertimento de Bartók, escrito en 1939, en vísperas de la guerra. El título es un disfraz: la obra está atravesada por la urgencia histórica y la violencia latente. Su estructura tripartita -viva, sombría, frenética- convierte la forma clásica en un campo de batalla. Bartók combina arquitectura contrapuntística y fisicidad rítmica, el ensamble mantuvo la tensión entre claridad formal y energía visceral.
El movimiento lento, Molto adagio, escrito en los meses previos al exilio de Bartók durante el ascenso del nazismo, es uno de los más intensos y sombríos que el músico haya escrito: un lamento coral donde las cuerdas dialogan en un contrapunto denso y disonante. Es una música suspendida entre la tonalidad y la atonalidad, entre el canto popular y la abstracción.
Frente a la espectacularidad contemporánea, la música de cámara nos recuerda que el poder del sonido no reside en el volumen, sino en la precisión, en la fragilidad del equilibrio.
Cada obra de este programa encarnó una forma de pensar lo colectivo: no sólo por la belleza del contrapunto, sino por su sentido utópico. En el arte de escuchar y responder, la música de cámara sigue siendo un modelo de convivencia: una utopía acústica donde el acuerdo no suprime la diferencia, donde cada voz individual conserva su timbre dentro del todo.
El violinista Lavard Skou-Larsen dirigió el Chamber Soloists y al Constanze Quartet, en la séptima velada del Ciclo Mozarteum de esta temporada 2025.Las largas ovaciones fueron retribuidas con dos bises: el Presto del Divertimento K.136 de Mozart y la Melodía en la menor de Piazzolla, que cerraron una noche memorable.
Ficha
Mozarteum argentino
Calificación: Excelente
Compañía: Salzburg Chamber Soloists Director: Lavard Skou-Larsen Con la participación del: Constanze Quartet Teatro: Colón, lunes 27 de octubre.





