El 23 de abril es una fecha clave para toda la industria editorial en Catalunya, más exactamente en Barcelona. Ese día se celebra la Diada de Sant Jordi –Fecha de San Jorge, el santo que aparece matando al dragón en las estampas religiosas– con una enorme feria de libros y flores diseminada en zonas estratégicas por toda la ciudad.
Es un día muy esperado por las editoriales, sobre todo por las independientes o chicas, porque en la fecha se concentran muchas ventas, pero también se juegan otras cosas.
Ramiro Matas, editor en Malpaso, señala: “Sant Jordi actúa como un amplificador de la literatura, permitiendo a las editoriales conectar directamente con los lectores a través de firmas de libros y actividades en las calles”.
Algo similar opina Aníbal Cristobo, director de Kriller 71, una pequeña editorial de poesía: “Para nosotros Sant Jordi representa la posibilidad de tener un cara a cara con quienes nos leen. Saber qué piensan de tus libros, qué les gusta y qué no, que a veces pasa por detalles relativamente pequeños y que uno no imaginaría”.
Este cara a cara corre también para los lectores, que pueden estar unos segundos con alguno de los cientos de autores, que pasan horas firmando ejemplares, o para aprovechar algunas de las ofertas que las librerías sacan a la calle; no sólo las chicas, sino también las grandes cadenas como El Corte Inglés, FNAC o Casa del Libro.

Listas de recomendaciones
En Sant Jordi las editoriales, y sobre todo las más grandes, preparan listas de recomendaciones para la ocasión: best sellers dedicados al tema que sea, literatura, cocina o autoayuda. No es un festival literario, sino de la industria editorial.
En ese sentido, se parece mucho más a la Feria del libro de Buenos Aires que a la Feria del Libro Independiente o a las decenas de pequeños eventos de las que participan las editoriales medianas, chicas o muy chicas.
Sin embargo, para Matías Néspolo, narrador y director de comunicación del grupo Ediciones de intervención Cultural: “El tópico dice que se venden ‘libros mediáticos’ o súper ventas de escaso valor y eso no es cierto. Lo cierto es que en Sant Jordi se venden absolutamente todo tipo de libros y sobre todo muchísimo fondo”.
Eduardo Ruiz Sosa, editor de Candaya, una independiente, aporta un dato: “En nuestro caso es muy variado. Por ejemplo, en el 2024, el libro más vendido fue Perro fantasma, de José Daniel Espejo, un libro de poesía. Intentamos siempre que circulen todos los títulos, y que tenga presencia el fondo”.
Volviendo al comienzo, en cualquier caso, el volumen es enorme: de acuerdo con la Cámara del libro de Catalunya, se venden 1,98 millones de libros y se facturan unos 25,4 millones de euros en un solo día, muy por encima de lo que factura la feria de Madrid, que dura una quincena.
La capital catalana, a diferencia de Madrid, no tiene una feria del libro propia. Las opiniones acerca de si debería tenerla son divergentes. Cristobo señala: “Creo que Barcelona podría tener una feria que represente la bibliodiversidad de una forma realmente horizontal, donde la presencia de las editoriales no estuviera parametrizada en función de su poder económico, sino de lo que aporta en términos culturales”.

Continúa Ruiz Sosa: “Sería muy bueno en términos económicos, ya que una feria como la de Madrid, por su duración, es muy significativa en ese sentido. Por otra parte, el ecosistema en Barcelona tiene sus propios ritmos. Hay toda una variedad de actividades donde editoriales, librerías y autores tienen visibilidad. En cuanto a ventas, es muy importante para muchas editoriales independientes”.
La situación no deja de encerrar cierta paradoja, ya que los principales grupos editoriales en lengua castellana –Planeta, Random House, RBA– tienen su sede en la ciudad. Sí se celebran, para finales de septiembre, la Semana del libro en catalán, Barcelona Negra, El festival KmAmérica, Barcelona Poesía, el Festival 42 y la feria Literal. Sant Jordi, la feria en la que el público no especialmente lector sale a comprar libros.
Una oportunidad para vender
Algunos que llevan décadas viviendo en Barcelona cuentan que hasta los años noventa del siglo pasado, el evento era protagonizado exclusivamente por libreros, que aprovechaban para saldar sus existencias, y se organizaba en la Rambla, el paseo por excelencia del centro de Barcelona.
Con los años, la celebración ganó cada vez más importancia y se fue convirtiendo en algo mayor y más masivo, que se ha ido expandiendo y dividiendo por géneros y públicos por todo lo que llamaríamos el macrocentro o, tal vez, la parte de la ciudad más colonizada por el turismo.
Señala Matas: “El turismo ha transformado Sant Jordi en un evento global. Barcelona, en particular, recibe cada año a millones de visitantes internacionales, y algunos de ellos también buscan participar en la celebración”.
Hay también, otras perspectivas y expectativas, además de la venta más o menos masiva. Los editores de editoriales o sellos que mantienen una línea determinada o se dedican a un género –supongamos, la poesía, que siempre es puesto como ejemplo por antonomasia de lo que “no vende” y es siempre confinada a un “rinconcito” o a un espacio connotado con la marca de lo íntimo– es una oportunidad de encontrarse con sus lectores e, incluso, “fidelizarlos”, tal vez –palabra horrible que proviene del márketing–.
La literatura también y siempre necesitó del “mercadeo”, como se dice en España, por más antes que no fuera más que el boca a boca o la prensa escrita y hoy una cuenta en redes sociales. Siempre lo hubo. Todos necesitan vender o, al menos, darse a conocer, por más no sea para poder seguir editando, sin necesariamente ganar dinero.

Sin embargo, Sant Jordi no es sólo una feria editorial, sino una fiesta que data de siglos, por eso, según Néspolo, “La Diada es mucho más que una monstruosa feria del libro condensada en una jornada que se expande por toda Cataluña. El Sant Jordi es una fiesta cívica, una celebración masiva en todo sentido».
Por lo menos, se sabe que desde tan atrás como en el siglo XVI, se estableció que el 23 de abril las parejas se regalaran mutuamente una rosa como muestra de sus respectivos amores. Volviendo a Sant Jordi, el santo es, además, el patrono de la ciudad (también de Moscú) y, según se cree reconstruir la leyenda, murió para esa fecha: por lo tanto, es una doble fiesta, amorosa y cívica.
El dato de muerte es muy difícil de comprobar –al menos tanto como la existencia del dragón, aunque por estos días nos debamos acostumbrar a la fuerza a oír creencias en casi cualquier cosa– pero sí el siglo XX ofrece evidencia más sólida según los cánones tradicionales.
Promover el libro
En 1927, hizo su aparición el libro en esta historia, cuando el escritor valenciano Vicent Clavel i Andrés, director de la editorial Cervantes, propuso a la Cámara Oficial del Libro de Barcelona y al Gremio de Editores y Libreros organizar una fiesta para promover el libro en Cataluña.
Dos años más tarde, en 1929, Barcelona organizó la Exposición Internacional de Barcelona, y los libreros decidieron armar puestos callejeros para presentar sus novedades y fomentar la lectura.

La iniciativa tuvo tanto éxito que se decidió cambiar la fecha y se estableció como Día del Libro el 23 de abril, día que coincide con la muerte de dos grandes autores de la historia de la literatura: Cervantes y Shakespeare, otro dato al menos dudoso, pero menos que el del santo. Más cierto es que, gracias a la trascendencia que ganó la festividad catalana, en 1995 la Conferencia General de la Unesco declaró el 23 de abril Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor.
Volviendo a la década del veinte del siglo pasado, el tradicional intercambio amorosos de rosas por rosas cambió, a partir de 1929, por el de una rosa –que regalaba él– por un libro –que regalaba ella–. Costumbre no sólo sexista, ya que se presuponía que la mujer no leía, sino que además implicaba un intercambio muy desigual, dado que un libro es mucho más caro que una rosa, y más hace cien años.
De más está decir que cualquier otro tipo de sexualidades que no fuera la heteronormativa estaba excluida del intercambio; pero lo estaba también de todo otro tipo de sociabilidad pública, obviamente.
En el presente se regalan libros y rosas por igual y aquel o aquella o aquelle que no recibe uno u otro o ni uno ni otro, ni es amado ni lee, por no hablar de ser lector.
O no es para tanto ni hay que tomárselo tan en serio, pese a que es una de las festividades más importantes del año en la ciudad, que se traduce en un reparto masivo y a manos llenas que tanto los floristas como los distintos actores de la industria del libro buscan aprovechar al máximo y seducir a lectores y enamorados con todo lo que tienen.
Y los floristas también, dado que en 2024 se vendieron más de cuatro millones de rosas.