Se conocen desde hace más de una década, viven en el mismo edificio, hacen un humor filoso y original, y el público suele confundirlos aunque no se parecen en nada. Santiago Korovsky y Martín Piroyansky construyeron una relación tan particular como entrañable, que hoy tiene su punto más alto con la participación de Martín en la nueva temporada de División Palermo (Netflix).
A veces la gente los para en la calle y les pide una selfie sin saber bien a quién de los dos le está sonriendo. O se acercan con una certeza errada: «¡Sos el de Tiempo Libre!«. Ellos se ríen y hacen humor con eso «(Será porque somos judíos o por la nariz»), dice Santi a Revista GENTE con una remera que aclara que no es Piroyansky).
Se cruzaron hace años en el mundo del cine independiente, cuando aún eran dos chicos, de mirada ansiosa y ganas de contar cosas desde otro lugar. Desde entonces, el vínculo creció y mutó, con códigos compartidos, ideas intercambiadas, camisetas con aclaraciones absurdas y hasta pisos contiguos en el mismo edificio.
«Martín fue la primera persona que me dirigió como actor», cuenta Santiago. Lo dice al pasar, como quien revive una anécdota más, pero la frase guarda la semilla de esta historia. A Martín, el protagonista de Mi primera boda y director de culto de películas como Todo sobre el asado y Vergel, lo fascinó desde el primer momento la mirada irónica y sensible de Korovsky, que más tarde estallaría con División Palermo. Hoy, ambos caminan juntos ese universo de humor incómodo, judío, torpe y adorable, donde nada es tan literal como parece.
No son la misma persona: remeras, confusiones y una complicidad de hermanos

Viven uno arriba del otro. Literal. Y si bien los une una amistad sincera y una pasión compartida por los proyectos que los hacen reír, la gente insiste en fundirlos en uno. «Nos confunden todo el tiempo y no entendemos por qué. No nos parecemos. Capaz por judíos o por nuestras narices», dice Santiago entre risas. «Por eso nos hicimos unas remeras que aclaran: ‘Yo no soy Martín Piroyansky’. O ‘Yo no soy Santiago Korovsky’. Aunque la confusión persiste».
Ambos comparten un código humorístico tan particular como reconocible: algo del absurdo, del silencio incómodo, de esa sensibilidad tímida que puede volverse demoledora. Son judíos, filosos y melancólicos. Y aunque sus estilos no son idénticos, hay un tono que los hermana: un ritmo de comedia que se cocina lento y explota en detalles.
Después de que Martín le «reclamara» no haber participado en la primera temporada de División Palermo, Santiago lo invitó a sumarse a la segunda. Y no lo hizo sólo como gesto de amistad: construyó un personaje con sentido dentro de la trama, que juega con esa confusión que se da en la vida real. «La idea era que no fuera solo un chiste interno para Twitter, sino algo que tenga sentido narrativo», explica. El resultado: un nuevo guiño meta que divierte y desconcierta.
En la ficción, Martín se suma a la guardia urbana como otro judío y si bien su participación es breve, el rebote es gigante. Nuevamente los «gemelos fantásticos» lo hacen de nuevo. Santiago participó en los guiones de Porno con helado, actuó en El galán de Venecia, uno de los tantos productos con el sello de Piroyansky. En un punto fue él quien lo animó a actuar después de ver sus hilarantes videos de YouTube.
Esquiar, filmar y construir una amistad creativa
Santiago y Martín, en la nieve. Esquiando juntos y divertidos se animaron a compartir anécdotas que daban cuenta de una convivencia no solo amistosa sino profundamente creativa. No es raro que escriban juntos, que se pidan feedback, que discutan planos o decisiones narrativas. «Nos entendemos sin explicar demasiado», contaban en ese entonces desde un viaje muy particular donde ambos aprendían a esquiar.
Cuando Martín le sugirió que en vez de una policía convencional, División Palermo fuera una guardia urbana, Santiago lo escuchó. Y así fue. Esa sugerencia aparentemente mínima terminó definiendo el tono de toda la serie. «Martín tiene ideas raras pero geniales», sostiene Korovsky.
La escena se repite: uno propone, el otro levanta. En el set, en el edificio, en la vida. Se prestan cosas, se bajan mates, se cruzan al chino. Y aunque sigan aclarando en remeras quién es quién, ya son parte de una misma trama. Aunque, según Santiago, ya le está cansando un poco ese chiste y le gustaría tener una identidad.
Korovsky: familia, raíces y una sensibilidad heredada

Santiago habla de su familia con una mezcla de ternura y pudor. Sus padres, lejos de ser ajenos a su carrera, son parte activa del proceso creativo. «Les muestro los guiones, me dan devoluciones. A veces me putean desde la serie porque me meto mucho o porque les pregunto cosas, pero me sirve», cuenta. Le interesa la mirada de esos espectadores ajenos al mundo audiovisual, con otra lógica, otra sensibilidad. «Tienen 70 años, entonces me ayuda a ver si los chistes se entienden, si funciona lo que estoy contando más allá de mi mundo».
Esa búsqueda de resonancia más amplia es también una marca de División Palermo, donde el humor convive con la crítica social y el mensaje emocional. Y Santiago lo sabe. Por eso, cuando su papá le propuso investigar sobre los «pitufos», una vieja fuerza comunal de seguridad de la Provincia de Buenos Aires sin armas ni tecnología, se le prendió una lamparita. «Todo eso también va armando el mundo de la serie», admite. Y dice que, como en El Eternauta, «nadie se salva solo».
Los padres no son los únicos que aportan en la serie, su hermana, Daniela Korosky, también es parte del mundo División Palermo. Ella, justamente, interpreta a su hermana en la ficción. «Ella fue la primera en actuar y en trabajar de esto. La admiro muchísimo», dice.
Más allá del trabajo, hay algo del vínculo familiar que lo define. Una forma de estar, de observar, de guardar. Korovsky no suele llorar, pero le gustaría. Lo dijo más de una vez. «Los hombres tenemos esa mezcla entre lo genético y lo cultural, eso de que los hombres lloran menos. Y es una pena. Me gustaría llorar más».